domingo, 28 de diciembre de 2008

Territorio Comanche

Desde hace algunos años es tradición en mi casa realizar el Mapa de los Deseos tras la opípara cena de Nochevieja. Un tercio juego, otro magia y un tercero proyección de objetivos anuales, el Mapa de los Deseos llena buena parte de las primeras horas del nuevo año. Y aunque el mapa no es el territorio, que dicen los expertos en Programación Neuro-Linguística, ayuda mucho a transitar ordenada, acaso eficazmente, en la dirección de lo que estimamos como apetecible.

El soporte y materiales son bien sencillos: una cartulina de su color favorito, rotuladores, bolígrafos y muchas imágenes que representen de alguna manera aquello que uno quiere que se plasme a lo largo de los doce impecables meses que comienzan.

Se va llenando la cartulina con mensajes escritos y concretos que hablan a nuestro hemisferio izquierdo, racional y cuerdo, y de imágenes alusivas a nuestros sueños, que hablan a nuestro hemisferio derecho juguetón e imaginativo. Una opción es seguir criterios de feng shui para la colocación espacial de las imágenes y los textos: arriba a la derecha el amor, a la izquierda la prosperidad, al centro la profesión, al fondo el prestigio etc. ya saben... lo que indica el milenario arte ancestral de los espacios armónicos.

Una vez terminado, se enrrolla con un lazo que se anuda dos veces (para que no se escape la magia, je, je) y ¡a otra cosa, mariposa! Se guarda en un lugar seguro, tranquilo, al socaire de los descreídos, de los desesperanzados, de los aburridos, de los hombres grises (Momo, de Michael Ende).

Al término del año se retoma y curiosea... ocurre que, a veces, se ha cumplido casi todo como si se tratara de una carta a los Reyes Magos siendo niña buena, que ya saben no es mi caso porque estoy persuadida de que las niñas buenas van al cielo y las malas a todas partes, y yo no paro quieta ni dormida.

En fin, les regalo esta idea juguetona y poderosa del Mapa de los Deseos que conviene hacer en las cercanías del tránsito de un año al siguiente como un ritual-siembra de semillas en el consciente-inconsciente personal y colectivo. Observen qué pasa. Al fin y al cabo ¿qué tenemos que perder?

Todos los años realizo un curso en el que enseño a plasmar objetivos en el Mapa de los Deseos con diversas técnicas. Es divertido ¡y clarificador! Este enero de 2009 lo realizaré el viernes día 23, por la tarde. Hay pocas plazas. Si le apetece, hágamelo saber en el correo electrónico: azucenavega_coach@yahoo.es El curso será en Territorio Comanche, es decir, en mi despacho de San Sebastián. Quedan avisados.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Esperanza

Todo empezó con La Pequeña Vendedora de Fósforos hace...¡tanto tiempo! Él me contaba aquellos cuentos de Hans Christian Andersen sentado en el quicio de la puerta de mi cuarto justo antes de que me durmiera. Solía estar muy cansado y sin embargo su voz de barítono sonaba potente, entonada, acorde con el texto triste o alegre que me leía. Me encantaba escucharle.

Él sentado sobre la pequeña silla de mimbre que tanto le gustaba y yo, bien arropadita, en la cama dispuesta a dejarme llevar por la imaginación de aquellos relatos infantiles. Un gran hombre, un gran cuento. Mi padre y La Pequeña Vendedora de Fósforos. Ya no están físicamente y, sin embargo, me acompañan.

Ayer fue Nochebuena y ya saben que el cuento de Andersen se desarrolla en esa noche especial en la que, en la calle, la niña-vagabunda va encendiendo una a una las cerillas para protegerse del frío, de la nieve, del hambre, de la soledad, del abandono. Fósforo a fósforo ilumina su noche y cada fogonazo le permite imaginar escenas de abundancia, de calor, de compañía y de su dulce y amorosa abuelita fallecida quien finalmente viene a recogerla para llevársela al mundo algodonoso del otro lado del telón.

Cada fogonazo representa un segundo de luz en la negrura. Cada fósforo es la visión de un sueño que promueve la esperanza. Cada cerilla es el latido alegre de un corazón confiado. Cada fósforo desvanece los frágiles velos que separan diversos mundos paralelos. Cada cerilla es una llamada rotunda del imaginario colectivo para transformar realidades latentes en realidades concretas.

Todo comenzó con aquella historia. Yo lloraba al término de cada relato aún cuando conocía su triste final. Me apenaba la niñita (que hubiera podido ser yo misma) me dolía la indiferencia de los transeúntes que en Nochebuena pasaban anodinos a su lado sin verla, sin reconocerla, sin consciencia de la pequeña vendedora, de sus carencias, de su precariedad, de su abandono. A ese "ver" los yoguis lo llaman Námaste que significa un reconocimiento sagrado a la identidad profunda de cada ser humano.

Con cada lectura yo volvía a creer con todas mis fuerzas que La Pequeña Vendedora de Fósforos alcanzaba, realmente, cerilla a cerilla, su cuota de felicidad posible. Me ilusionaba, lo creía firmemente (con esa ingenuidad que no deseo perder) y cuando mi padre llegaba a la parte final del cuento (que en verdad yo recordaba bien) volvía a llorar decepcionada como si, una vez más, el mundo hubiera vuelto la espalda a la amabilidad, a la consciencia (Námaste) y a la solidaridad.

Pasaron 35 años antes de que yo conectase con el Coaching, ustedes ya lo saben, esta emergente profesión en la que, sesión a sesión (chispazo a chispazo), se va iluminando el territorio de la consciencia y de los sueños para transformarlos en realidades objetivas de este lado del telón.

Todo comenzó con La Pequeña Vendedora de Fósforos hace... ¡tanto tiempo!

domingo, 21 de diciembre de 2008

Tregua

Afluentes de personas llegadas de todos los rincones de la geografía guipuzcoana confluyen en el mar de las Plazas de la Constitución y de Guipúzcoa repletas hoy, festividad de Santo Tomás, de puestecillos con la flor y nata de la gastronomía tradicional vasca navideña: mieles de todas las flores, de todas las abejas; turrones y tartas de todas las formas de todos los sabores; talos (tortitas de maíz) con chistorra que gotea viva y roja al morderla mientras casi te quemas de lo sabrosa que está y masticas para que no resulte indigesta. Quesos de oveja, de cabra, de rulo, de vaca, de mezcla, redondos, alargados, gigantescos, diminutos; aguardientes artesanos; panes de espelta, de trigo, de centeno, de maíz, de sésamo; manzanas dulces, ágrias, verdes, rojas, amarillas, reinetas; calabazas más grandes que el carruaje de Cenicienta en la noche mágica con el Principe. Manjares propios de reyes al alcance de cualquiera por un día. Tregua a la dieta.

Chicos, chicas, niños, ancianos, vestidos de caseros rinden homenaje a lo que fue y pervive en el recuerdo con mayor o menor intensidad, con más o menos gracia en el vestir, en la maña de atarse el pañuelo en la cabeza, en la manera de llevar la toquilla y las albarcas. Caseros, personas que provienen del caserío y que en muchos casos aún viven en él con un perro, una vaca, un ternerillo, una huerta y la dualidad de lo moderno y lo tradicional (que no antiguo). Tregua a la historia.

La ciudad entera es una fiesta en honor a Tomás, el Santo. Afluentes, riadas, de personas confluyen en dos plazas que agolpan el gentío y se rozan entre sí, con frenesí, je,je, al ritmo de trikitrixa. Tregua al clasismo.

A las doce del mediodía imposible dar un paso y conservar los botones del abrigo... Momento para salir del recinto festivo, acercarse al ayuntamiento y pedalear. El consistorio ha puesto en la terraza del ayuntamiento unas bicicletas estáticas en las que pedaleas un rato y -con la electricidad que generas- contribuyes a la iluminación navideña. El sobrante se acumula y transforma en euros con destino a Cáritas y Unicef. Hasta el momento, pedaleando, los donostiarras hemos acumulado más de dos mil euros para estas organizaciones no gubernamentales. La iniciativa se mantiene abierta en el Alderdi Eder hasta el 7 de enero próximo. Bonita idea. Allí me han hecho una foto que aparece en el álbum picassa del blog. Aparezco acompañada de gnomos, trasgos y duendes. Magia en estado puro ¡qué bien sienta!Tregua a la seriedad.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Feliz, como una lombriz

Anoche llegué a casa feliz como una lombriz. Eran las 21,30 de un sábado cualquiera del mes de diciembre: había estado toda la tarde trabajando con clientes que provienen de Logroño, Bilbao, Vitoria... Personas para quienes el Coaching que realizamos merece conducir bajo la lluvia e invertir tiempo, dinero y esfuerzo. Les recompenso con un abrazo a la llegada, una sonrisa cordial, auténtica (realmente me alegra verles) y una infusión exótica de la cajita romántica que traje de Tübingen, Alemania.

Algunos de mis mejores amigos se escandalizan porque trabajo los sábados y, aunque les explico que el tiempo es algo relativo para mi, no acaban de aceptarlo. Que si soy adicta al trabajo, que si no sé divertirme, que si soy ambiciosa... Palos de ciego, de verdad, que me entristecen.

Yo soy muy feliz con mi trabajo. También realizo otras actividades como escribir, leer, pasear, andar en bicicleta, subir-bajar montes, ir al gimnasio, nadar, hacer piragüismo, viajar, planchar, limpiar, ir de shopping, al cine, charlar.

Feliz como una lombriz que no se atiene al calendario. Me explico: un lunes cualquiera puedo tomarme toda la mañana para ir a la piscina, paladear un riquísimo café negro hecho por Manoli (en el Niza, frente a la bahía de la Concha) y comprarme un par de medias en la tienda más coqueta del Boulevard. Un miércoles cualquiera puedo viajar a Bilbao y dedicar la mañana entera a visitar la exposición de Sorolla en el Museo de Bellas Artes, comer en el restaurante Mao (zona no fumadores) y, por la tarde, trabajar con dos equipos de empresa. Un sábado cualquiera, por la tarde, puedo trabajar intensamente en mi despacho ¿Cuál es el problema?

A ratos me siento señalada con el dedo. Es una sensación incómoda de oveja negra en rebaño blanco. Me pregunto si el tiempo no es una convención, un acuerdo, un pacto social para ordenar la actividad colectiva. Ocurre que yo soy autónoma: decido mis horarios, mis inversiones, mis tareas, mis segmentos de clientes, mis jornadas, mis vacaciones, mis servicios, mis tarifas... Entiendo que es diferente, muy diferente, al enfoque del trabajador por cuenta ajena. Lo sé porque dediqué casi 20 años de mi vida laboral a RTVE y conocía al dedillo el convenio: mis derechos, mis obligaciones, los días libres que me correspondían, los pluses, todo.

Verán, aquel trabajo estuvo bien, muy bien y -en su momento- culminó mi sueño.Ocurre que ahora tengo otro: ser emprendedora (aún me da un poco de yuyu decir empresaria) de mis fantasías, de mis realidades, de mis talentos...Con mi DAFO(Debilidades/Amenazas/Fortalezas/Oportunidades) acuestas quiero alzar el vuelo a mi manera.

Quienes señalan con el dedo y penalizan la diferencia parecen sentir su vida laboral como una pesada mochila. No es mi caso. Adoro mi trabajo actual, auténtico lovework, como en su día adoré el de periodista-escritora. Lo disfruto y para mi no hay línea divisoria entre el producir y el disfrutar, entre el dar y el recibir, entre lo remunerado y lo no remunerado... Es un fluir, un vaivén, un intercambio de la vida que va mostrando sus colores a ratitos y en el que el único regulador acaso sea la energía de la que dispongo en cada momento para mis actividades.

Mi trabajo actual es una pasión en la que vuelco. Siento que todo lo que aprendo, leo, lo que me enseñan, lo que descubro, lo que viajo, lo que enseño, río y padezco, todo, adquiere un sentido-utilidad de puzzle perfecto para la actividad que realizo con personas múltiples, múltiples experiencias-desafíos. De hecho, acaso una vida entera no alcance para llegar a ser un buen Coach, un buen entrenador, una palanca sobre la que los humanos se propulsen, cojan carrerilla, y alcancen la mejor versión de sí mismos.

Así que soy feliz, como una lombriz -me gusta este pareado- a la vez que consciente de que se paga un precio por desafiar las convenciones. Personalmente no se me alcanza otra manera de ser yo misma sino la que ejerzo: vivir con intensidad mi pasión creativa en múltiples facetas y dedicar mi vida a ello hasta que salte otro sueño y decida seguirlo de nuevo hasta su culminación.

Que mis amigos no se preocupen por mi. Me defiendo sola del hastío, de la mediocridad, de la inercia, del consumismo, de la frivolidad, del conformismo. Y tienen razón, siempre aspiro a más: más conocimiento, más herramientas para atrapar la felicidad, más trucos ante la desgracia, más quiebros que despisten a la enfermedad y la muerte. Sí, mis amigos están en lo cierto, soy ambiciosa: nunca dejo de buscar. Feliz, como una lombriz.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Tres ejércitos

Estamos rodeados. Los tres ejércitos están entre nosotros, son más numerosos de lo que pensamos, se mantienen firmes noche y día, durante semanas, meses, años, siglos, con sol y con nieve (anoche bajo cero en la provincia de León). Dan un poco de miedo por su tenacidad y persistencia, dos cualidades que escasean en el merengue social contemporáneo. No se asusten. Son inofensivos, en principio.

Ejército de tierra: cientos de kilómetros de bosques tupidos, cerrados, bellísimos entre San Sebastián y Santiago de Compostela. Miles de árboles ocres, verdes, de hoja caduca, perenne, vestidos, desnudos, con bellotas sin ellas (de madrugada cuajados de nieve como en los cuentos navideños) oteando el horizonte desde cimas altas, cimas bajas, en el entorno de Burgos, León, Lugo, Santiago ). Ejército de tierra: millones de soldados verdes que nos custodian desde la eternidad.

Ejército de mar: cientos de vieiras provenientes de Atlántico colman las mesas de todos los restaurantes gallegos. Miles de peregrinos portan conchas de vieiras emulando a quienes desde hace siglos llegaban a Santiago procedentes de todos los lugares del globo terráqueo; aquí comían ese exquisito marisco, otrora propio de las clases populares, saciaban sus estómagos y, pensando en el regreso a su tierra, se llevaban algunas conchas que utilizaban como receptáculos para beber agua en los millones de fuentes que hallaban por los senderos. Un mar de vieiras.

Ejército de aire en la catedral. Trece columnas gigantescas dan soporte a la cristiandad. Se precisan cuatro personas uniendo sus brazos extendidos para rodear cada una de las trece columnas de la derecha, trece columnas de la izquierda, que conducen desde la entrada oeste hasta el Santo que, por cierto, se puede tocar. Aire porque conducen desde la tierra hasta el cielo. Soldados de granito, en formación de trece en trece, en filas de a dos.

Me ha impactado gratamente la belleza de esta tierra. La tranquilidad de sus calles. Por la mañana de shopping por el casco antiguo y por la zona vip -más nueva- me preguntaba ¿dónde está la gente? Trabajando -me han dicho los guías del museo de arte contemporáneo y los camareros-. Un taxista me ha contado que la población permanente de la ciudad es de unos 90.000 habitantes. Es curioso, hay más ambiente por la noche: los bares se llenan de humo, las calles se llenan de pasos, los autobuses se llenan de personas mientras acechan -cerca, muy cerca- los tres ejércitos: los árboles, las vieiras, y las columnatas de la catedral. Tierra, mar y Aire de Loewe que sigue vendiéndose en las buenas perfumerías de todas las capitales.

Sorprende lo de los peregrinos: cargados con sus mochilones, sellando las posadas del Camino, creyendo en algo que no se ve, que se intuye, que acaso sienten, que han aprendido, que les han enseñado, que les conecta con algo más allá de lo mundano. Hablan todos los idiomas que puedan imaginar. Algunos parecen cansados, otros no. Se acumulan un tanto en la Plaza del Obradoiro, bellísima. He tomado un café en el Hotel Reyes Católicos. Entrar allí es un lujo al alcance de cualquiera (entrar y tomar café, no hospedarse... tiene más estrellas que el firmamento). Fuera, siguen acechando los tres ejércitos. Pacíficos. Por ahora.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Las Torres Gemelas

"De la idea al proyecto, del proyecto a la realidad" pudiera ser -y no es- el título del taller que impartiré el miércoles en Santiago de Compostela. El foro máximo del taller era de 20 personas. La demanda ha sido tal que hemos tenido que ampliar hasta 35. Sé que hay otra docena de personas esperando "colarse" en el último momento.

"Del sueño al objetivo, del objetivo a la realidad" pudiera ser -y no es- el subtítulo del taller organizado por la Xunta de Galicia, Unidad Mujer y Ciencia, que impartiré en la tierra del Apóstol. Sin embargo se aproxima bastante a las dinámicas teórico-practicas que desarrollaré con ese gran equipo de investigadoras, gerentes, profesoras, empresarias y científicas.

Viajo dos días antes del evento aprovechando el puente festivo. Me propongo visitar las Torres Gemelas barrocas que se alzan al cielo desde la Catedral de Santiago, emporio de la cristiandad tan sólo comparable a Roma y Jerusalén. Me impone imaginarme bajo las cúpulas monumentales construidas sobre un edificio que data del siglo XI-XII por el que cada año pasan miles de peregrinos que provienen de todos los rincones del planeta. No es que yo sea supersticiosa, o en exceso creyente, y sin embargo, como les digo, me impone que el Destino me lleve a Santiago.

Voy dispuesta a aprender y disfrutar. También a darlo todo desde la pasión que me habita, y a compartir conocimientos, experiencias y algunas modestas certezas de mi oficio. Como saben, mi oficio actual no es otro que el de entrenadora de líderes y de equipos de empresa. Esta catalogación en verdad no excluye a nadie, al contrario, ya que cada persona puede de ser líder de su propia vida llevándola a su máximo potencial.

Así que hablaré de los sueños. Decía Calderón de la Barca que los sueños... sueños son, y estaba en lo cierto si los dejamos ahí arriba: en el limbo de los justos. Ahora bien, es posible transformar esos sueños en objetivos realizables, desafiantes, medibles, diseñados por etapas, con apoyos, con alianzas...

Me gusta repetir una y otra vez -y ahora lo haré de nuevo en la tierra del Apóstol- que la diferencia entre sueños y objetivos es la siguiente: un objetivo es un sueño con piernas (en movimiento, musculando con un plan de acción). Y un objetivo es un sueño con fecha límite, es decir, algo que no sea fía a la eternidad sino que se fija en el calendario, convención terrestre que ordena el tiempo, que organiza los ritmos de quietud y de expansión, de siembra y de cosecha, de aprendizaje y de enseñanza, de logro y de disfrute.

Sueños con fecha límite. Sueños con piernas. Enseñaré a marcarse objetivos de una manera eficaz en el contexto personal y profesional, como individuos y como equipos, como sociedades y como parte de un universo más completo que nos engloba y acaso organiza desde allá arriba: las Torres Gemelas de la Catedral de Santiago o incluso más allá...

Todo esto me da un cierto vértigo, ya les digo. Ayer mi amiga Beatriz -al corriente de mis últimas andanzas viajeras por razones laborales (Valencia en octubre, Madrid en Noviembre, Santiago de Compostela en Diciembre)- me decía en un email: "ya veo que te has lanzado a las conferencias y a la enseñanza" a lo que de inmediato le constesté desde lo más profundo de mi ser: No, Beatriz, ¡qué va! todo me ha venido dado, rodado, yo no he movido ni una pestaña para que todo esto ocurra. Mi única intervención ha sido la de pronunciar un !sí! a lo que me va trayendo la marea de la vida. Un ¡sí! comprometido no exento de perplejidad, de zozobra, de mucho trabajo y de infinito agradecimiento. A lo mejor es porque esta semana he leído por tercera vez El Secreto, escrito por Rhonda Byre, editado por Urano (no tengo comisión, es por facilitarles la búsqueda) y un best seller que está revolucionando el mundo de los negocios con la ¿hipótesis? de la Ley de la Atracción según la cual atraemos a nuestra vida -igual que imanes- aquello que deseamos si persistimos en el empeño y con alma de niños (confiada, alegre, juguetona). La comprendamos o no, la conozcamos o no, dice Rhonda Byre, la Ley de la Atracción funciona, como la Ley de la Gravedad.

Allá me voy... a las Torres Gemelas de la Catedral de Santiago y a disfrutar-enseñar-aprender en compañía de una treinta de personas brillantes interesadas en liderar sus propias vidas. Los gallegos saben lo que hacen: construyen sobre bases sólidas, de granito, en un paisaje verde y azul, tierra y mar, que acoge a propios y extraños.

martes, 2 de diciembre de 2008

Ingeniería Financiera

Hoy tengo un mal día. Acabo de llegar de Bilbao donde he estado trabajando muchas horas y -al final de la jornada- en contacto con uno de mis inversores. Aprovecho mi visita semanal a la capital vizcaína para hacer gestiones. Sin embargo hoy no era un buen día para verle: el hombre tenía neumonía física y diarrea mental. Perdonen el cabreo.

Sé -por mis muchos años de directiva de RTVE- y por mis muchos avatares vividos en cinco décadas, que la voz alzada es -casi siempre- el eco del miedo. Hoy mi inversor me ha hablado bastante alto aunque no suficientemente claro. Está enredado en temas inmobiliarios y anda hasta el cuello: no le compran propiedades y no le conceden créditos ni los banqueros con los que lleva haciendo negocios desde hace ¡cuarenta años! La falta de liquidez, más que los virus y el proceso infeccioso que padece, le está ahogando y con ello propicia una escabechina entre los clientes que hemos apostado por su fiabilidad al frente de inversiones complejas.

No es un tema de dinero, de verdad. Créanme. Sé que el dinero es una energía y lo que me inquieta es saber qué está pasando a nivel planetario para que de repente parezca desplomarse el cielo sobre el común de los mortales.

¿Dónde ha ido a parar la riqueza que hasta ayer campaba a sus anchas en los despachos, la banca, los negocios, las empresas? Me niego a creer que se haya evaporado como el alcohol de quemar. Imposible. El dinero, no se evapora. La energía ni se crea ni se destruye ¡¡se transforma!! Y en estas andamos... en transformar la complejidad de sus inversiones en luz y taquígrafos.

Vivir, a veces, resulta prosaico incluso para un alma a prueba de bombas, o eso creo. Ya en casa me he sentado en la silla verde del salón, frente al ventanal desde el que veo la bahía de San Sebastián. Marea alta, oleaje azotando al isla de Santa Clara. Al fondo, en el Monte Ullía, la estátua del Sagrado Corazón, impertérrito ante lo divino y lo humano. Me he hecho un café americano, negro, bien negro con una buena rebanada de pan alemán, miel y queso brie. Vale, todo en calma. Sigamos. Vivir es prosaico. Mañana será otro día en el que comprenderé mejor a los clientes que andan todo el día haciendo "ingeniería financiera". ¡Al saco de experiencias! Todo vale para el convento, como decía el fraile... y llevaba una monja debajo del brazo.

Mañana será otro día, para servir. Allí me tendrán, en el despacho de San Marcial 8, pertrechada de esperanza propia y ajena. Imposible "entrenar" a otros sin creer en el método. Pura homeopatía: me aplico mis propias pócimas.