jueves, 10 de septiembre de 2009

Cuestión de talla

Down... en los pies... zapatos negros e impecables de charol. ¿Se trata de una boda? ¿un bautizo? ¿un cócktel aristocrático en el consulado francés? ¿un acto institucional en Ajuria Enea (sede del Gobierno Vasco en Vitoria)? Down, zapatos brillantes, más-menos un 44, de cordones. ¡Ah! Es un hombre... Debe de ser alto, elegante, con clase y parece mostrar un respeto casi reverencial por el el acto en el que participa.


Middle... en las manos... un juego de muñeca rítmico, preciso, armónico con el que mueve la sala entera y a un centenar de músicos del este, con una batuta blanca (de madera) y empuñadura de corcho que encaja a la perfección en el hueco de su mano. Hermosa mano que acaricia el piano, el violín y el violonchelo. Es un genio. Nació en 1951 en Budapest. Está ante mí, a un metro: se ha quitado el impecable frac pero aún viste de negro, el color de los artistas, de la creación, del caos y la suma de todos los colores. A un metro.


Up... en los ojos... un gris azulado que ha sufrido, que ha sufrido mil batallas y pese a los arañazos del destino aún muestra su entereza y -lo que es mucho más valioso para mi- la ternura del que conoce lo efímero de la avaricia, lo sagrado del espíritu y la conmovedora emoción de la belleza.
Down, middle, up: un hombre de 58 años que lo ha hecho casi todo en música y en la actualidad dirige entre otras: la Filarmónica de Berlín, la Filarmónica de Nueva York, la Sinfónica de Cleveland, la Royal Concertgebouw de Amsterdam, la Filarmónica de los Ángeles, la Orquesta de París... y la Budapest Festival Orchestra con la que se metió al público del Kursaal en el bolsillo hace unos días en la capital guipuzcoana.

Ivan Fischer pisa con garbo dentro de sus zapatos negros de charol. Con precisión mueve el mundo a golpe de muñeca con su batuta blanca y empuñadura de corcho. Mira desde el azul grisáceo de unos ojos de los que emana la extraña e inquietante dulzura de quienes han sufrido a granel.


Grandes personas (Ivan Fischer): tras la batalla, más fuertes, más compasivas, más inteligentes si cabe, más hermosas. Pequeñas personas (cualquiera de nosotros): tras la batalla, más débiles, más arrogantes, más mezquinos, más torpes si cabe, más espeluznantes. No es lo que a uno le ocurre lo que marca un destino, sino la manera en la que nos posicionamos ante lo que ocurre. Todos elegimos cada amanecer: Fischer, usted y yo. Mientras lo piensa, suenan bien alto y por este orden Prokofiev, Béla Bartók y Dvorak -programa con el que Ivan Fischer enamoró en la Quincena Musical de San Sebastián-.

1 comentario:

Socrates dijo...

It sounds great!

Estupendo sonido el que han desprendido tus renglones al leerlos.

Excelente mensaje, por supuesto.