jueves, 29 de octubre de 2009

Directivos en Peligro de Extinción

Están disparando a las piernas de algunos de mis directivos de banca y eso me recuerda el tiro al pichón. Como saben, está catalogado como deporte y consiste en soltar a media docena de pichones en libertad ante un cazador preparado para disparar y matar a cuantos pueda en el menor tiempo posible. Aliviados de las rejas, los pájaros aletean unos segundos y al poco mueren desangrados. Es cruel.

Esta semana he tenido sesiones de Coaching con dos directivos de otras tantas entidades financieras en las que están despidiendo a compañeros. Son personas entregadas, comprometidas con la entidad, que realizan largas jornadas de manera habitual (diez horas diarias como mínimo), que alcanzan los objetivos diarios, semanales, mensuales, trimestrales... que motivan a sus equipos, que colocan sus oficinas en el ranking, que fidelizan nóminas y clientes, que venden seguros como collares en Marraquech: hacen todo y un poco más y no sirve de nada o un poco menos.

Es toparse con la impotencia. Es encajar el golpe bajo de que no existe lógica en ciertas decisiones que se toman en los aterciopelados consejos de dirección, lejos de la batalla cotidiana por llevarse el pasivo del cliente, sobre todo del cliente de empresa. En los dos últimos años, el regateo porcentual de los depósitos parece propio de un zoco Marroquí. Por medio punto el cliente más conservador se despide de una década de fiel servicio financiero.




El caso es que cuando trato con mis preguntas de que capturen la nueva realidad de sus entidades bancarias -y se adapten a ella- descubro con perplejidad que -de alguna manera- mis directivos de banca llevan inoculado en su propia sangre el virus de la superación permanente de objetivos imposibles , de la captación de clientes y de las primas por producto colocado. Inoculado un virus que les está matando porque las entidades no tienen alma... porque las decisiones se toman demasiado lejos del campo de batalla cotidiano (y por lo tanto no tienen rostro, ni sentimientos, ni lógica -salvo la insaciable necesidad de más dinero como gritaba Groucho Mark en aquella película: ¡Más madera!-).

Están disparando a las piernas de algunos de mis directivos de banca que no saben como defenderse de la sinrazón de que les retiren personal de sus oficinas tras haber logrado objetivos, tras haber cumplido escrupulosamente con las exigencias enloquecedoras de captación de recursos. Alguno de ellos se resiste tanto a perder la ingenuidad que llora en mi despacho. No comprende. Y sin embargo... ha de reaccionar cuanto antes a una situación tan compleja como peligrosa. Tan peligrosa como grotesca. Tan grotesca como repetitiva desde que el mundo es mundo: pérdida de la inocencia que no es sino descubrir que dos más dos pocas veces son cuatro sino otra cosa y en un idioma cuyo alfabeto cambia de código binario cada cuarto de hora. Adaptarse o morir, ya lo dijo Darwin... y en esas estamos. Duro. Cansado. Y un poco desolador.

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