lunes, 12 de octubre de 2009

Ternura

Miguitas de ternura esparcidas por el parque de mi barrio. Cisnes, patos, pájaros, caracoles, gusanos, orugas, mariposas, abetos, acebos, abedules, robles, hayas y áceres cuyas hojas comienzan a ponerse rojizas... Otoño en mi ciudad, una tarde cualquiera. Los niños llevan panes picados a las alimañas del bosque: juegan con ellos, les asustan, buscan y se esconden. Pura ludiquez -que diría Marta- palabra que juntas inventamos hace años para describir aquello que hacemos por placer, sin más finalidad que el puro gozo que -casi siempre- tiene mucho de juego.

Entre ludiqueces (con un cortadito entre las manos) y mirando al frondoso verdor, he descubierto a un hombre dulce como la miel y hermoso como Apolo. Pudiera ser uno de esos jugadores de fútbol que aparecen en la revista Hola -que ojeo en mi peluquería- ya semi rota y desgastada por el cotilleo marujil. Pudiera ser un surfero de los que compiten en Zarautz (Guipúzcoa). Pudiera ser uno de los modelos que aparecen este fin de semana en el suplemento de El País. En fín, bellísimo: alto (1´90), delgado (unos 75 kilos), con unos bucles dorados propios de los efebos griegos, unos baqueros fabulosos, unas botas estilo Camper y una sudadera beige cuya marca desde mi posición de oteadora no podía divisar.

Mi vista ha llegado hasta él siguiendo el rastro a un hada violeta dotada de varita mágica. Tendría año y medio, rubísima, con un moñito en lo alto de la cabeza y un andar errático sobre la hierba del parquecillo. La varita le servía de sostén porque se agarraba al palito como si le fuera la vida en ello, o al menos el equilibrio para avanzar. De vez en cuando se acercaba a otros niños mayores que no querían jugar con semejante pequeñez. Su padre la seguía para evitar que se hiciera daño mientras le dejaba hacer en libertad: loable pedagogía.

En un momento en el que la niña -agarrada a su varita- iba directa hacia un columpio vacío y en movimiento, el padre lo ha frenado con serenidad, evitando que se hiriera. Ni ha gritado, ni se ha alterado, ni siquiera se ha arrugado la sudadera. El hada ha seguido señoreando por el entorno cogiendo piedritas y flores mientras (buscando aprobación) miraba cada metro y medio a su héroe: ese papá que en un momento dado le ha acariciado la carita con infinita ternura y que después le ha montado en la sillita posterior de su bicicleta. Miguitas de ternura. A veces -si estamos atentos- la vida nos hace regalos. Los freudianos hablaran de Edipo. Yo me quedo con la ternura.

1 comentario:

Socrates dijo...

Qué ricos regalos nos da la vida (si estamos atentos, como tú dices).

Bonita sería una pandemia de ternura.

Y que no busquen la vacuna!