miércoles, 25 de noviembre de 2009

Ser o no ser

Ya lo dijo Shakespeare: ser o no ser... esa es la cuestión. Se prolijan estos días los informes sobre estrategias marketinianas que permitan a los Coaches construir sólidos despachos y hacer de su vocación una profesión. La mayoría provienen de Estados Unidos, de la ICF, y de otras veteranas organizaciones y -como vengo compartiendo desde hace años- si bien hay cuestiones comunes al planeta entero hay otras en las que la cultura, la sociología, los códigos gestuales, verbales, el llamado emprendizaje, el mundo empresarial y un largo etc. marcan diferencias entre tácticas que funcionan/ no funcionan.

Ocurre como en el liderazgo posicional cuya propuesta no es otra sino la de liderar a cada persona de una manera diferente acorde con las motivaciones de cada cual. Hay que pegarse al terreno de las personas a las que dirigimos -si somos líderes organizacionales- y de las personas a las que entrenamos, si somos Coaches.

Saben que suelo ejercer como mentor de Coaches en rodaje lo que -con frecuencia- me enfrenta a preguntas sobre la gestión de mi despacho. Me niego a llamarle negocio, aunque lo sea, y me niego a llamarle empresa porque mi sueño no pasa por ahí. Es un despacho: un lugar de encuentro que dicen es como una casita porque tiene un aire de desorden entre el jardincillo lleno de árboles, el osito que forma parte de la decoración (y es mudo para preservar la confidencialidad), la ovejita con sus mensajes encima de la mesa, los libros invadiéndolo todo, los papelógrafos cubriendo las paredes de la zona de los equipos, los botes de rotuladores multicolor, los ordenadores y la tetera que tiene un papel estelar en las jornadas de trabajo.


No es fácil responder honestamente a las claves que me han hecho llegar hasta el hoy. Sólo sé que como Coach he trabajado muchas horas, muchos días, todas las semanas, de estos últimos siete años. Y antes... seamos sinceros... también. Antes como periodista, escritora, animadora de talleres de escritura y creatividad, cosas que ya cuento en mi perfil. En fin, no me desvió, vuelvo a lo que me preguntan: cómo se hace para transformar tu pasión en tu profesión. Seamos prosaicos: para vivir de lo que amas.

He escrito varios artículos sobre este mismo tema en diversas publicaciones generalistas y especializadas a pesar de lo cual deseo volver a abordarlo con frescura. Ser o no ser, esa es casi siempre la cuestión. Ser una persona que desea servir. Hacer de la escucha una actitud existencial. Canalizar la curiosidad por el mundo en forma de preguntas. Mirar al otro como sagrado merecedor de la máxima atención. Desear apasionadamente aportar, contribuir, apoyar, alentar sueños. Dejarse la piel en ello: no hay otra. Creer por encima del cansancio, del desánimo, de las circunstancias propias y ajenas, de los ritmos, de las mareas y de las batallas. De la luna nueva y de la luna llena. De los logros y de lo que se tuerce, se retrasa, se ausenta. Volver a empezar una, mil, ciento veinte mil veces. Seguir creyendo en el ser humano cuando te traicionan. Seguir apostando por alguien cuando todos le han abandonado. Ser la presidenta del club de fans de muchas personas agitando el banderín de lo posible, de lo alcanzable desde el tesón, la persistencia, la esperanza. Siempre.

Ser un humano que se somete al desgaste de intentar y fallar, intentar y lograr. Seguir mirando el horizonte sabiendo que no estamos solos, que alguien alienta nuestra vida del otro lado de esa línea que parece lisa y es rugosa, como nuestro cerebro, ese mágico mecanismo que nos permite aprender y mejorar en compañía. Uno sabe cuando está en presencia de alguien que se deja la piel apoyándote. Lo siente. No hay mucho que explicar. De verdad.

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