viernes, 1 de enero de 2010

De viaje. Impacto Dos.

Son las 10.30 del uno de enero de 2010. He dormido muy bien. Me despierta un tenue sol que -según dicen- nunca aparece por aquí (Países Bajos). Aún recuerdo el fuerte impacto de la experiencia de anoche: sobre el tejado de la casa (horizontal y cubierto de piedras redondas) en la calle Noorderhavenkade disfrutamos del espectáculo de los fuegos artificiales, tracas y petardos que aquí no están prohibidos. Durante casi una hora desde la medianoche, los ciudadanos de Rotterdam nos regalaron la tradición de ahuyentar los malos espíritus a base de pólvora controlada y multicolor. También vi algunos farolillos chinos... flotantes, lentos y mágicos alzándose con una vela pequeña en su interior portando un deseo para el tiempo que comienza.

Me desperezo. El nuevo año nos regala sol a raudales lo que significa que en el exterior hará menos frío y en las horas centrales del día alcanzaremos los dos grados sobre cero, escala grados Celsíus: fabuloso e inesperado en esta época del año. Impulsados por la claridad amarillo-naranja del cielo, tras un desayuno contundente, salimos de casa en bicicleta y pedaleamos casi veinte kilómetros por bosques alrededor del lago lleno de patos, cisnes, ocas, pollos de agua, gaviotas y zarapitos. Hay otras aves cuyos nombres desconozco.



Para llegar al lago Kralingse cruzamos mil canales, canalillos y canelones ¡perdón por la broma fácil! Están helados y se espera que (si se mantiene la climatología unas semanas) se podrá patinar sobre alguno de ellos. La capa helada atrapa muchas hojas que caen de los sauces llorones que custodian la mayoría de los senderos de agua por los que transitan botes de todos los tamaños.


Rotterdam huele a musgo: las aceras, los carriles de bicicleta, las esquinas de las casas, los troncos de los árboles... casi todo tiene una película verde e intensa adherida a la superficie. La humedad lo va cuajando todo de verde musgo y de moho escurridizo al que los lugareños están bien acostumbrados: nunca resbalan. Verde musgo en una ciudad gigantesca cuyo puerto he bordeado (varios kilómetros antes de cruzar el puente Erasmus y entrar en la zona sur de la ciudad) para disfrutar de una vista que -por su grandiosidad y dimensiones- recuerda Nueva York, Londres o Kubait. Por un instante y mientras pedaleo me acuerdo de mi ciudad y -desde aquí- me parece un confeti en medio la nada. La quiero ¡desde luego! y volveré a ella en unos días para disfrutar de su belleza de tacita de plata (San Sebastián).

Escribo este post desde el salón de la primera planta mientras suena a todo volumen Ella Fitzgerard; son las 16.30 y ya es de noche. Les dejo, porque voy a merendar té rooibos con tortitas caseras bañadas en chocolate negro fundido, ríquísimas y típicas de Holanda.

Ver algunas fotos en el ábum picasa.

1 comentario:

Socrates dijo...

Qué bien suena, Azucena! seguro que lo estás o lo has disfrutado muchísimo.

Envidia sana! Holanda es uno de los lugares que espero visitar en el futuro.

Gracias por compartirlo!