viernes, 26 de febrero de 2010

Inteligencia Emocional a pie de acera

Bajo sock. Acabo de dejar a un hombre en mitad de la nada tras acompañarle del brazo tres calles y dos cruces de carretera. Me siento inquieta y aunque no debo mirar hacia atrás o perderé mi avión (tengo el tiempo justísimo para coger el metro, llegar al aeropuerto y embarcar). Me pregunto qué será de él y más allá de esa pregunta emocional: ¿Llegará a su destino?

Ciego, anciano, y asido a un bastón rústico, el hombre hablaba -farfullaba más bien- con sonidos guturales incomprensibles para mí y aunque yo iba con unas cuantas pantallas abiertas en mi mente y algunas urgencias por resolver (más de treinta Emails en la bandeja de entrada, dos decisiones y una llamada telefónica pendientes)... a pesar de todo ese "ruido" me pare; le cogí del brazo, y juntos caminamos un tiempo que se me hizo eterno porque iba lentísimo ya que apenas podía caminar. Finalmente en voz alta -yo diría que desesperada- empezó a repetir unas sílabas que yo asimilaba con ciar-juzar-zutar-cetar... Gracias a una sinápsis neuronal de tipo espiritual más que racional capturé que debía tratarse de ¡Ceuta! Cielo Santo... Ceuta... aquel hombre hablaba ceutillí, era ciego, apenas caminaba, y los transeuntes pasaban a su lado como si fuera un bulto. Tres calles y dos cruces después le acaricié el hombro de su desgastada gabardina y le indiqué que no podía seguir acompañándole, que estaba cerca de la estación de autobuses y que ¡adiós!

Rara emoción interior. Cierta culpabilidad. Pánico ante su desamparo y la pregunta recurrente: ¿Llegará a su destino? Ya en el asiento 14 A/ ventanilla -siempre pido ventanilla- pensé cuán metafórica podía resultar esta experiencia en relación con el trabajo de entrenadora que ahora realizo: acompañas a una persona durante tres calles y dos cruces de carrera, estás muy cerca de él/ella, a veces hablamos idiomas totalmente diferentes, en ocasiones parecidos y en verdad nunca iguales porque "el mapa no es el territorio". Aún queriendo ayudar a la persona, en un punto hemos de seguir nuestro camino para que él/ ella siga el propio en busca de su único, sagrado, peculiar destino.

Rara emoción. Algo de zozobra. Mucha energía compartida durante los meses de "acompañamiento" , una sentida caricia en el hombro de la lujosa americana y un ¡adiós, amigo, compañero de viaje! mientras me pregunto -siempre- ¿podría yo haber hecho algo más/ mejor por esta persona durante este trayecto compartido? Y sobre todo: ¿Llegará a su destino?

2 comentarios:

Socrates dijo...

¿Habría llegado a su "destino" igualmente contigo?

¿Acaso existe alguna manera de no llegar a tu..."destino"?

...

VA.Coaching Marcando Posibilidades dijo...

Un coach acompaña... y también tiene el don de soltar. Aunque nuestros sentires siga coacheando.
El camino tiene un sólo caminante; y el coachee !si se suelta! es porque ya reconoció cual de las calles debe tomar para llegar a su destino. Y en este caminar el devenir no se deja esperar...
Andrea.-