martes, 2 de marzo de 2010

Emociones al pil pil

Pacífica como soy, a veces, doy un golpe encima de la mesa de mi torpeza. Me enfado con la repetición a escala de mis errores tradicionales: flojeras, ideas limitantes, miedos e inseguridades. Es el caso: hoy. Rabiosa. Con la vieja mochila de la piscina sobre los hombros pedaleo hacia el despacho. Nadaré al mediodía para desfogar la irritación de la moviola: jugadas repetidas hasta el infinito, en el infinito que aguarda -supongo- el aprendizaje pendiente. Es el caso: hoy.

Incruenta batalla perdida de antemano contra el Tiempo. No respeta stop alguno. Tocata y fuga del Tiempo mientras Lolita observa. El Tiempo es lo que me tiene contra las cuerdas en el ring del día a día: combato, aflojo, descanso, me situó, reflexiono, vuelvo a combatir, aflojar, descansar, reflexionar, a resituarme en la batalla perdida de arañar minutos a los segundos. Imposible, lo sé y sin embargo... Poético, no se entiende, vale. Ya les he dicho que estoy disparada y las emociones al pil pil golpean través de los dedos el teclado. Mi compañero de despacho ya se ha reído dos veces (me conoce, y sabe que cuando escribo enérgica y ruidosamente hay marejadilla en altamar así que se mantiene silencioso y cauto no sea que el fogonazo explosivo del trueno le alcance).

Sostengo un combate cuerpo a cuerpo con el Tiempo. En un corner él y en el otro yo. Creo que combatimos en la categoría de pesos wélter (intermedios) ya que hace años que dejé de tener la figura de una pluma... Me gana siempre y acaso esto sea lo que tanta desazón me produce. Mi intelecto reconoce que es un combate perdido de antemano: el Tiempo sabe de nuestro comienzo en el planeta, de nuestra evolución hacia la decrepitud y tal vez hasta la fecha de caducidad. Él lo sabe todo y nosotros sólo podemos hacerle el juego durante un rato, cuan sparrings... Mi mente lo sabe pero no acepta: se rebela contra ese dominio omnipotente de reglas conjugadas sin consenso.

El Tiempo me muerde, me aprieta, marca el ritmo de la comba cotidiana: salto, me desgasto, respiro, decido que él no manda en mi vida, cojo las riendas, me aferro a la agenda, coloco sobre la mesa el reloj de arena que pauta visualmente las horas, pido una tregua. Nunca afloja. Se ríe. Aguarda agazapado en el corner del ring, se hace el distraído y comienza a dar saltitos con renovadas fuerzas. Incansable, imbatible. Él es eterno y yo mortal. El perdura y yo me desgasto. Y más allá de todo ello la cuestión del máximo aprovechamiento de cada instante que estemos vivos, sanos y cuerdos sobre la faz de la tierra. Por eso me rebelo: ante el tormento de que no siempre destino mi preciado tiempo (ni el de otros seres) a lo más sagrado. Otro día hablamos de qué es lo más sagrado. Cada cuál tendrá su respuesta y acaso en ello radique la clave secreta del vivir.

2 comentarios:

P.R. dijo...

Ronald Reagan, que fue un magnífico presidente de los EE.UU. independientemente de que nos gustaran sus ideas más o menos, terminaba su jornada laboral en la Casa Blanca a las 5 de la tarde. Y la había empezado a las 9 de la mañana. Cuando se le reprochó lo poco que trabajaba, sobre todo en comparación de las maratonianas jornadas de Jhon F. Kennedy, contestó que de él se esperaba que tomara una decisión importante de vez en cuando. Para el resto tenía una magnífica plantilla de colaboradores: sólo tenía que delegar en ellos y tener mucha confianza en lo que hacían.
Yo desconfío cada vez más de la gente que trabaja muchísimas horas, sean o no presidentes de los Estados Unidos. Me parece que si se trabajan muchas horas está sucediendo, posiblemente, que el sujeto no se organiza bien. O, quizás, no trabaja tanto, sólo "está" (de estos hay muchos en las empresas). O, quizás sí que se organiza y trabaja mucho: entonces es fácil que no lo esté haciendo bien porque el cuerpo humano tiene unos límites que, superados, hacen que el rendimiento caiga en picado (pregunta: ¿se dejaría usted operar por un cirujano que llevara 14 horas trabajando?). Admito que esa persona pueda estar bien organizada, trabaje mucho y encima lo haga bien. Entonces es probable que esté haciendo labores impropias de su cualificación, que serían fácilmente asumibles por unos buenos ayudantes. Me dices que no, que esa persona/superhombre está bien organizada, trabaja de verdad y bien y no puede delegar dado el nivel elevado de su trabajo...entonces...¿qué tenemos?...un ser humano dedicado exclusivamente a su profesión para ganar (dinero, poder, satisfacción) que renuncia por ello a muchas otras satisfacciones vitales...yo desconfío.

Anónimo dijo...

Je. Me río. La rabia te da mordente escritor y gracia certeza en la descripción de ese tiempo que, ya sabes, diría Einstein que depende de la posición del observador. Esa furiosa actividad no la compartimos más que unos cuantos. ¿Se lucha contra el tiempo cuando ya no hay enemigo mortal más cercano?