jueves, 15 de abril de 2010

Un tobogán de creatividad

Esta tarde he caminado tres horas del brazo de un filósofo canoso al que admiro. Su silencio es tan elocuente como su incisivo verbo: ambos me descolocan. A las 18.00 horas, agotados, hemos recalado en el número 88 de Meent (zona sur de Rotterdam) donde sirven el mejor café americano de la ciudad (http://www.dudok.nl/). Nos conocemos hace muchos años y su presencia me tranquiliza como una sombra protectora. Los dos nos estamos haciendo mayores, y ambos conocemos la biografía interior y exterior del otro: triunfos y derrotas, muertes y nacimientos, pan y cebolla existencial...

Parte de nuestro discurso compartido se ha tejido entorno al talento, uno de cuyos rasgos -a mi entender- es la visión personal (única) de las cosas, el creativo enfoque que tiñe de arcoiris la negrura. En una palabra: la diferencia.

A las 19.00 horas me ha dejado en la puerta del Codarts, centro de élite para estudios de danza, y música clásica (http://www.codarts.nl/). No le interesa la coreografía de las cosas: sólo las personas. Tras un abrazo contundente de los suyos, nos hemos despedido, y yo me he internado en la llamada catedral del talento fascinada por la tecnología: para acceder precisas una tarjeta con banda magnética de visitante, a la entrada una gran pantalla (similar a la de los aeropuertos) indica con precisión qué profesor está (y quién no), en qué aula y a qué hora-exactamente- terminará sus clases. Flipante. Entre la planta baja y la primera, doscientos metros de escaleras automáticas, y entre esta planta y la siguiente unos cuatrocientos metros de escaleras automáticas (ver foto). ¿Saben? en la cantina estudiantil me he enterado de que recogen firmas para que sustituyan las escaleras descendentes por ¡un tobogán! ¿Se imaginan? Me he quedado un rato en las nubes de la terraza de la cafetería imaginando el tobogán y descendiendo mentalmente por él para acceder a la calle: con bolso, pantys, botas, impermeable, cámara de fotos... en fin, divertido.

Un rato de observación de las personas me ha permitido descubrir los esculturales cuerpos de los bellos efebos y ninfas recién bajados del Olimpo del Codarts (bailarines de clásico) ¡qué musculatura, qué cadencia de caderas, qué perfección de clavículas, que ligereza en la vestimenta (caminan medio desnudos por aulas y pasillos, en calcetines...)! Cuando van vestidos lo hacen de manera extravagante, única. Hablan todos los idiomas de Babel, tienen pieles de todos los colores... Elogio de la diferencia: mi filósofo hubiera disfrutado con este muestrario. Sin duda los dos hubiéramos utilizado el tobogán para deslizarnos hacia la calle, felices como dos lombrices, je je... Pura imaginación ya que no estará construído hasta el 2012.

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