sábado, 6 de noviembre de 2010

La cuidadora de plantas

Conocí a una mujer a la que llamaré la cuidadora de plantas. Siempre llevaba consigo un saquito -de color naranja- en el que portaba las valiosas semillas de la creatividad que los dioses le otorgaron al nacer.
Los talentos jugueteaban entre sí para alzarse con la victoria, que no era otra cosa sino salir al mundo transformándose en belleza; porque la cuidadora de plantas estaba persuadida de que "donde no hay belleza, no hay conciencia".

Aquella mañana de otoño, la semilla de la creatividad había llevado a la mujer hasta la Casa de Labores (Elkano 5, San Sebastián) una antigua tienda de madera en la que -sin saberlo- las sabias del lugar se daban cita en las dos plantas repletas de tesoros.
Era sábado, y algunas de ancianas se habían lanzado a la calle en busca de botones, hilos, drapeados, lazos, puntillas, cremalleras y otros artilugios de magia con los que crear belleza para sí mismas y para otros. La cuidadora de plantas invirtió casi media hora en la búsqueda de un adorno para su boina negra, herencia de un querido familiar. Con delicadeza y curiosidad, revolvió los cajones de los botones opacos y brillantes, de los cordones y de los lazos. Finalmente se decidió por tres botones de diferentes tamaños que cosidos uno encima del otro formarían el efecto de una rosa tricolor un tanto snob, casi extravangante. Sin duda la llevaría en su próximo viaje a Rotterdam donde el termómetro apenas alcanza los cinco grados al mediodía.


De regreso a casa, la cuidadora de plantas paseó por la playa donde descubrió que el tiempo -como el horizonte- es un continuo que no tiene principio ni fin: siempre ha estado y estará ahí, y se le antojó absurda la percepción humana del tiempo biseccionado en pasado, presente y futuro. Todo es uno. El pasado está incorporado en las células y en la memoria, el presente es un fugaz hálito de vida en el que raras veces anidamos, mientras que el futuro es un tapiz entrelazado de pasado y presente en un eterno causa-efecto-causa-efecto-causa-efecto sin fin. Se agachó para recoger una concha, miro de nuevo el horizonte y pensó: sí, en verdad el tiempo es un continuo, todo está aquí-ahora, con nosotros. Y esa idea le pareció esperanzadora.

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