martes, 29 de marzo de 2011

Los cipreses creen en Dios

Hace quince días me otorgaron un identificador con la letra P. En teoría era la manera de entrar y salir de un congreso con absoluta libertad llevando al cuello una cinta negra rematada en una letra grande de color verde que -en mi caso- era la P (pueden ver algunas fotografías en el álbum Picasa que clarifican el enredo en un primer vistazo por aquello de que una imagen vale más que mil palabras).

De este identificador he hecho un anclaje: algo que con frecuencia utilizamos los facilitadores de procesos de cambio, los entrenadores. Un anclaje es la cosificación de un concepto que te anima, impulsa, conecta o sugiere una experiencia registrada en tu sistema neuronal como algo positivo que has vivido. En este caso, el congreso ha representado en mi biografía un antes y un después, un "momento cumbre" en el que eclosionan muchos años de trabajo y voracidad por aprender e integrar, para después seguir aprendiendo y compartir.

A veces me pongo el identificador para estar en casa, en ocasiones me lo pongo en la oficina. Produce en mí el efecto empowerment: me sube, me potencia, me ayuda a enfocar desafíos como experiencias abordables. ¡Fíjense qué poca cosa y funciona!

Hoy no me he atrevido a ponérmelo porque llevaba un collar y no quería parecer una loca, así de simple. Sin embargo, al abordar una jornada -organizada por Tknika- con casi cuarenta directores en el Santuario de Aránzazu, lo he rozado con las yemas de los dedos y he sentido que además de la P de ponente (sentido original del identificador), pudiera interpretarse como la P de protagonista. En verdad cada persona es realmente el/la protagonista de su vida.

Los directores han llegado a Aránzazu desde todos los lugares de la geografía vasca puntuales y animados por cierta curiosidad en descubrir, en descubrir-se, en descubrir a otros y en vivir una experiencia enriquecedora. Yo también he acudido puntual con la misma intensidad en el deseo de compartir una jornada especial.

El "menú degustación" ha incluido algunas competencias clave del directivo-coach como la empatía, la escucha, las preguntas poderosas y el feedback; también hemos abordado los pilares básicos para la construcción de equipos: la coherencia, confianza y comunicación; hemos recordado la conveniencia de fluir (bienestar personal) para confluir (con los demás) e influir (ser un modelo referencial); han emergido asuntos trascendentes como el orgullo de pertenencia a grupo, la visión compartida, las normas consensuadas, la competencia técnica... hemos "jugado" en equipos de 8-9 componentes, integrado las reuniones delegadas de Alain Cardon... y un largo etc. reflejado en los tres papelógrafos, en cientos de post it de colores, en las sillas descolocadas por el recinto, amplio, cómodo, soberbio con los montes cercanos inspirándonos entre el cielo y la tierra a más de setecientos metros de altitud.


Al final, todos hemos dejado atrás el santuario, la invisible presencia de los franciscanos, sus campanas, su silencio, y hemos vuelto a casa sintiendo que pertenecemos a algo mayor que nuestro pequeño círculo de influencia, que muchas de las preocupaciones que tenemos son compartidas, que parte de la solución de casi todo está en nosotros mismos y que ¡podemos! En las valoraciones de la jornada han puesto una media de nueve sobre diez. Sin duda ellos merecen ese nueve por el esfuerzo sostenido muchos años al frente de centros de formación profesional de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa. ¡Gracias Samuel, Nicolás, José Manuel, Juan Carlos, Agustín, Noelia, José Antonio, Gauden, Zigor, Txemi, Kepa, Jorge, Irure, Martín... ¡Qué gran jornada compartida! Gracias.

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