viernes, 29 de abril de 2011

Lo inevitable ¿Existe?

No soy Antoñita la fantástica, aunque me encantaría ;-D
En ocasiones, desde mi rol de Coach observador contemplo como una persona a la que entreno toma decisiones que le precipitan palmo a palmo hacia el abismo. Por supuesto que no tengo la certeza de que sea un precipicio, por supuesto que es humano equivocarse... ¡Claro! que sólo soy un testigo pasajero del sendero cambiante del destino, y que no olvido nunca el respeto al libre albedrío, ni mi código de ética... Sin embargo, ¡es doloroso contemplarlo!

No soy Antoñita la fantástica aunque en ocasiones me lanzo al rescate de lo inevitable porque mi mente jamás acepta el paradigma "inevitable". Jamás, ni siquiera cuando el propio cliente ha tirado bien lejos la toalla del anhelado sueño.

Me encantaría ser Antoñita para dibujar "fantasías animadas" que permitiesen llenar el vacío, asfaltar los baches del camino, y sellar los precipicios existenciales en los negocios, las relaciones afectivas, los cambios de empresa, las carreras profesionales, los másters, los traslados, las bajas voluntarias, las adquisiciones, las fusiones...

La profesión de entrenador conlleva estar con el cliente en el fragor de la batalla, en primera línea de combate: no eres un oteador en la cima a salvo del silbido de las balas, sino un compañero frente al enemigo común que no es otro sino la desesperanza. Lamento no tener una varita mágica, ni poder mostrar las consecuencias del presente en la bola de cristal del futuro antes de que ocurra lo inevitable ¿o acaso no existe lo inevitable?

¿Mimetismo con el cliente? ¿Exceso de compromiso? ¿Desmesurado foco a logro? ¿Ego? ¿Exagerada empatía? ¿Ausencia de desapego? ¿Rebeldía ante las inmutables leyes de la gravedad, el tiempo y el poder? Me quedo con la rebeldía.

Definitivamente: he de aceptar que no soy Antoñita, ni fantástica, sino humana y que a veces me rompo en mil pedazos cuando un cliente -cegado por un espejismo- se precipita hacia el abismo.

martes, 26 de abril de 2011

ADN Profesional

He coincidido en el carril de bicicletas con Gorka, un hombre musculoso y atractivo. Cada uno camino del despacho, nos hemos parado un momento en el arcén donde apenas hemos intercambiado unas frases. Para Gorka "... algo tendrá de malo el trabajo... cuando nos pagan por él...". Sin duda este atlético profesional no ha leído a Douglas McGregor a quien yo misma he descubierto hace poco estudiando referencias empresariales USA. Y aunque sus reflexiones se remontan a mediados del siglo XX, hoy me ha dado por pensar que en parte explican la idea del trabajo como presunta maldición.

McGregor ha pasado a la historia del management como el padre de la teoría Y cuya médula teórica consiste en afirmar que el trabajo físico o mental es tan natural en el ser humano como el juego o el descanso. Siguiendo este hilo argumental, el compromiso con el propio trabajo proviene no sólo de las posibles recompensas (el salario) sino de la satisfacción del propio Yo, la llamada autorrealización. Además, las potencialidades de las personas están infrautilizadas y casi cualquier persona puede imaginar y crear soluciones a los problemas laborales.

Por contra la teoría X considera que al ser humano le desagrada el trabajo, que las personas han de ser coaccionadas y controladas para que alcancen los objetivos de la organización, y que la mayoría de los trabajadores prefieren ser dirigidos incluso bajo un estilo autocrático.

Más tarde algunos académicos contemporáneos han re-escrito y completado la historia con la llamada teoría Z que no desarrollaré. En cualquier caso, está claro que cuando Gorka formula su hipótesis lo hace desde la teoría X, aquella que entiende mi historia laboral (treinta años, diez meses y cuatro días de cotización a la seguridad social) como si fuera una condena en la cárcel de Martutene (Guipúzcoa).

Tras el breve intercambio verbal, cada uno ha seguido su camino en bicicleta hacia el trabajo reencarnando la idea del profesor McGregor para quien el ser humano -bajo condiciones correctas- aprende no sólo a aceptar sino a buscar la responsabilidad.

Sigo adelante con mis treinta años, diez meses y ahora ya cinco días de vida laboral con crecientes responsabilidades propias y ajenas. Y me gusta... muuucho.

domingo, 24 de abril de 2011

Vida en la roca

Mi Nissan azul devora cuatrocientos kilómetros por tierras castellanas desafiando primero la lluvia, más tarde el viento, finalmente el sol alto en Ahedo de Linares -un pueblo remoto de Castilla situado a setecientos metros de altitud- donde reina el silencio, la antigua casa-escuela tiene los ventanales tapiados, todas las chimeneas humean al mediodía, y entre calles se mezclan olores de los pucheros de barro sobre cocinas de leña.

Algunas fincas ya están sembradas con un trigo tempranero que alcanza los quince centímetros, mientras que otras -recién aradas- recuerdan el chocolate negro picado sobre una tabla antes de hacerlo a la taza: sin una sola piedra que distraiga la mirada. Expectante y confiada, la tierra aguarda la siembra mientras se solea en primavera.

Por todas partes encuentras brotes verdes que acuden fieles a la cita anual sin importarles la incoherencia humana, ni los siete mil millones de personas que somos en una tierra extenuada, ni los vaivenes de la economía, ni tan siquiera la corrupción ética de casi todos los sistemas políticos.

El Nissan azul devora cientos de kilómetros y mis pies devoran una docena de ellos sobre tierra, asfalto, piedra, cemento, barro, arcilla y hierba húmeda que cala mis botas Coronel Tapioca. Es Semana Santa. Todo tan cerca y tan lejos: la brutal belleza del cielo y las inconmensurables montañas, modelo regio de quietud. Atrás quedan Pancorbo, Miranda de Ebro, Oña, Frías, Villarcayo, Medina de Pomar, Puentedey, Nela, Villarías...los campos de golf, las pistas de tenis, el río Nela, los caballos: recuerdos de otro tiempo.

Casi al final de la mañana fotografío una roca en la que late la pulsión de vida en condiciones extremas. En cualquier lugar del planeta es posible observar la belleza original pendiente del cielo mientras espera el sol, la lluvia, y una amorosa mirada de aliento ¡para seguir creciendo!

viernes, 22 de abril de 2011

¡Futuro a la vistaaa!

El llamado presente expandido o presente holístico incluye un centramiento total en el aquí y el ahora, junto a una armónica integración del pasado y del futuro. Es algo que se vive de manera natural en Oriente, y que apenas intuimos en Occidente. ¡Lástima! porque presenta numerosas ventajas y ninguna contraindicación según Philip Zimbardo autor de La paradoja del tiempo, un libro que devoro estos días gracias al préstamo de Ignacio.

La hipótesis de partida del volumen -editado por Paidos Contextos- es que la percepción temporal que poseemos cada uno de nosotros condiciona nuestros comportamientos, decisiones y descartes y -por lo tanto- marca severamente el triunfo o fracaso de nuestra vida. Fuerte, casi brutal, en sus conclusiones hasta la página 143 donde por ahora descansa el marcador.

Las personas nos focalizamos en el pasado, el presente o el futuro... de manera excluyente entre las opciones. Un individuo centrado en el presente no renunciará al pastel de nata con capuchino (placer inmediato) por una silueta más bella (placer aplazado), como tampoco usará seda dental (pereza inmediata) en pro de una salud dental a medio-largo plazo (futuro), ni estudiará en un día soleado de playa (recompensa inmediata) por un aprobado en el acceso a la universidad (recompensa futura). Estas cuestiones se extrapolan a la carrera profesional, a las elecciones afectivas, y hasta a las drogodependencias (propias de hedonistas anclados en el más radical de los presentes).

El libro describe investigaciones realizadas por John Boyd y Philip Zimbardo durante más de treinta años y presenta numerosos experimentos interesantes, curiosos, y de extrema aplicabilidad a nuestra vida. Si bien queda mostrada la conveniencia de focalizarse en el futuro, como siempre hay excepciones... Ernesto (nombre ficticio) es un empresario fabuloso al que entreno en Adegi. En nuestra última sesión trabajamos algunas competencias de liderazgo y temas profesionales. En un momento se quedó callado durante treinta segundos, después me preguntó si podía compartir conmigo algo que le preocupaba. Le dije que ¡por supuesto, que adelante! y comentó que para él sería muy importante vivir el día a día con más alegría-humor. Me quedé un tanto sorprendida porque Ernesto es una persona afable, sonriente y cordial, muy lejos del arquetipo huraño del que quiere desembarazarse...

Nos pusimos a ello de inmediato y juntos descubrimos: que Ernesto está más inclinado al deber que al placer, que su educación tanto familiar como académica ha estado presidida por el sentido de la responsabilidad, y que -en general- toma las decisiones siempre calibrando las consecuencias futuras para él, su familia, o su empresa y plantilla. Observamos por lo tanto que está totalmente centrado en el futuro lo cual es estupendo porque le convierte en un empresario y padre de familia modélico, honesto y coherente. Sin embargo, este patrón de comportamiento llevado al extremo parece que está desequilibrando la capacidad innata de Ernesto de bromear y de hacer las cosas por puro placer (hedonismo).

Como ya he compartido en otras ocasiones, el liderazgo en la vida y en la empresa es cuestión de equilibrio, y en el caso de Ernesto su plan de acción pasa por escuchar a su niño interior, por dejaste llevar alguna vez por "lo que apetece" y por ser un poco osado, irreverente o juguetón. ¿Y la responsabilidad? Esa capacidad-habilidad siempre estará entre los valores fundamentales de Ernesto. Se llevó de tarea equilibrar futuro y presente, deber y placer, en dosis que él estime oportunas y convenientes. Aun con dudas, en su último Email me confiesa sentirse más ligero de equipaje, y con ganas de retomar la construcción de maquetas de barco, un hobby que le hacía muy feliz y abandonó porque alguien dijo una vez que resultaba una "pérdida de tiempo". Como escribió Macbeth: seamos conscientes viviendo de una manera significativa ya que nuestro tiempo en la tierra es limitado.

martes, 19 de abril de 2011

Un respiro con Terry McMillan

Voy por la tercera taza de Choui Fong Oolong y me siento feliz tras ocho horas de sueño reparador, un sereno despertar sin reloj y -ahora- el desayuno frente al jardín de la enorme palmera, el también enorme acebo, y el raquítico azahar que maltrataron los jardineros municipales en su última poda.

Siento el cuerpo hueco, ligero (casi flotante) sin dolor o contractura alguna, lo que es una gloria a cualquier edad y el nirvana a los cincuenta. El Choui Fong Oolong es un té de extrema calidad importado de Taiwan que descubrí hace tiempo previa receta de un afamado naturópata de Bilbao. Es uno de los diez mil trucos naturales que -incorporados a lo cotidiano- contribuyen a la lucidez porque las propiedades de estas hierbas no afectan sólo al cuerpo, sino a la mente ¡un placer y un chute de vitalidad al comienzo de la jornada!

Al fondo de la tercera taza el color es verdoso-amarillento clarito porque no lo he cargado mucho... dos tostadas de pan de centeno con mermelada bio sin azúcar, unas almendras y un buen trozo de queso de cabra adornan mucho y bien el fondo de taza y su aroma...

A pesar de que es un martes laborable, he decidido tomarme la mañana libre y entera para mí. Digamos que cuento con cuatro horas para hacer exactamente lo que quiera: tengo varios planes que pugnan por alzarse con el hit de la mañana. Opto por la playa porque hace sol aun cuando la temperatura todavía resulta fresquita. Por primera vez en esta temporada me calzo las sandalias rojas a juego de una chaqueta también roja y ligera con diseño Gudrun. Me cuelgo la mochila aventurera y cinco minutos más tarde tengo los pies a remojo en un Cantábrico en calma. Cuatro vueltas de playa después... me acerco a la terraza del Brankas -donde hacen el mejor café de San Sebastián- saco mi libro, mi cuaderno, los tres bolígrafos de colores del grosor 0,7, las gafas de lectura y me desconecto del mundo como se desconecta una unidad de cuidados intensivos cuando todo ha terminado. Durante la siguiente hora desaparecen: el mar, el viento, el sol, los niños de la terraza, las bicicletas, los primeros turistas, las gaviotas, los veleros, las motos, los repartidores de Kaiku y Bimbo... todo, excepto la sensación de flotar, de ligereza ¡de fluidez!

Supongo que esto es lo que mi amigo Fernando Felip (asesor financiero) llama un kit kat, entiendo que esto es lo que Stephen Covey (experto en management) califica como afilar la sierra, lo que Csikszentmihalyi (experto en creatividad) llama fluir, y lo que Terry McMillan (escritora americana) describe como tomarse un respiro. Cierro libro, recojo las gafas, los bolígrafos... me cuelgo la mochila y vuelvo a casa rozando la felicidad de las pequeñas cosas con la yema de los dedos.

domingo, 17 de abril de 2011

Life Surfing

Bajo el influjo del poderoso mar, percibo la vida como un perpétuo remontar olas virulentas, mansas, espumosas, saladas, rebeldes, traicioneras, fuertes o melífluas. Olas.

Algunos de los profesionales con los que trabajo son aficionados a la práctica golfista -en el sentido deportivo del término je je- y me hablan del Máster de Augusta y de sus preferencias por un ídolo caído al abismo que lucha por alzarse de nuevo: Tiger Woods, midiéndose -al parecer- con un jovencísimo norirlandés llamado Rory McIlroy. Diferentes personalidades, estilos, momentos vitales y -si hablamos en términos empresariales- diferentes curvas de aprendizaje o experiencia.

A un metro del Peine del Viento de Chillida he calibrado tan desafiante la creciente y brava marea (que descabalga una y mil veces a los surferos) como una frase reciente Tiger Woods: "... no importa lo que logras, sino lo que superas...".

Como recordarán, Tiger perdió a su esposa e hijos tras un traumático divorcio al desvelarse escandalosas relaciones con algunas damas poco discretas. Después de padecer un rudo golpe en su prestigio, parece que Woods ha aprendido de la medicina homeopática que antes o después probamos todos: las adicciones, ideas limitantes, los complejos, la quiebra, las enfermedades, el cansancio, el mobbing, acoso sexual, el despido, el maltrato, el alcoholismo... En fin, cada uno de nosotros tenemos un oleaje particular que vamos dejando atrás (superando) porque sólo la última onda te mantiene en pié: disfrutando del vivir, con la cara llena de salitre, un sabor muy parecido a las lágrimas.

Ya saben lo que dicen los surferos: las olas van en series de siete.
Súbase a una ¡ahora! y supere todo lo que le empequeñece.

viernes, 15 de abril de 2011

Seis Sigma

Al igual que casi todos los caminos conducen a Roma, el núcleo de la mayoría de las teorías empresariales conducen a Taylor, parten de Taylor, rebaten a Taylor o patean sobre la tumba del pobre Taylor.

Frederic se pasó media vida con un cronómetro y una libreta en la mano controlando los procesos productivos en busca de la mejora permanente. Uno de los primeros fans de las teorías mecanicistas de Taylor fue Henry Ford quien en 1913 le contrató para que mejorara los tiempos de producción en fábrica de su famoso coche Modelo T.

Tras dividir el montaje de un vehículo en 84 pasos, y llevar a cabo estudios de optimización del tiempo y los procesos, Taylor consiguió que el tiempo de producción de un coche bajase de 728 a 93 minutos: un mago de la productividad, además de pionero del concepto "calidad" que en el siglo XXI tiraniza la mayoría de nuestras organizaciones.

Como saben, entreno a equipos de diversas organizaciones por lo que accedo a las reuniones de trabajo en las que se diseñan objetivos empresariales y estratégicos, se realiza un seguimiento de los procesos, se evalúan ideas etc. En estas reuniones suelen participar los miembros del comité de dirección y siempre hay un responsable de calidad. Pues bien, vengo observando con qué grado de exigencia gestionan la normativa, las recomendaciones de una E.F.Q.M., los requisitos de una ISO, las "no conformidades" y el resto de asuntos reglados en el que tanto empeño ponen estos especialistas del rigor. El hecho de gestionar un departamento de calidad permite que el correspondiente experto pueda asomar su naricilla al resto de los departamentos de la empresa con la impunidad propia de un senador. En ocasiones, he sido testigo de exigencias subidas de tono por parte del responsable de calidad al mismísimo director general... siempre en defensa de la calidad, de lo que "hay que hacer" y de la mejora permanente...

Entiéndanme, estoy a favor del cumplimiento normativo, de la mejora de procesos y -desde luego- de que pasemos de invertir 728 a 93 minutos en una cadena de montaje. Ahora bien, quisiera alzar mi voz en contra de la tiranía de los actuales expertos de calidad, del casi "acoso y derribo" de los compañeros bajo el omnipotente amparo de la ley. Sin menoscabo del loable trabajo que estos profesionales realizan, me parece clave recordar que la calidad es un medio para conseguir un fin y que ésto es lo que importa. En el caso de Henry Ford se trataba de reducir en ocho veces el tiempo de montaje de un vehículo... Ahora bien, en las empresas contemporáneas ¿tenemos tan clara cuál es la finalidad última de las atosigantes demandas de las normativas de calidad?

Al igual que un marino no pierde nunca de vista el horizonte, no despistemos el objetivo último porque quedaremos a la deriva en el maremágnun productivo olvidando tres preguntas importantes: ¿Dónde estamos? ¿A dónde vamos? y ¿Cuál es la mejor manera de alcanzar la meta? El resto, a veces, es puro pretexto e incluso una tiranía sin sentido.

martes, 12 de abril de 2011

Escarlata O´Hara en el Comité de Dirección

A mediados de los noventa trabajaba en una productora de televisión dirigida por varios socios uno de los cuales había sido etarra en su juventud y -tras abandonar las armas- militaba en Euskadiko Ezkerra y había retomado su profesión de periodista. En los descansos entre rodajes gustaba contar sus peripecias. Recuerdo la precisión con la que narraba la huida a pie Pirineos arriba hacia Francia, en pleno invierno, con la Guardia Civil pisándoles los talones: el calzado mojado, casi roto, exhaustos, sin comida, soportando la nieve, la ventisca y sin más remedio que "tirar hacia delante" porque -de otro modo- los perros de la Benemérita terminaban por atrapar sus huesos entre rejas.

Esa imagen me acompaña cuando alguien de mi entorno dice como en el poema: ¡no puedo más y aquí me quedo! y me conecta con otra expresión que aprendí estando de vacaciones en las Islas Canarias donde entre lugareños es frecuente escuchar ¿qué tal Fernando? a lo que Fernando responde: ¡Escapando! como si la vida aullase igual que un perro hambriento en medio de la cordillera gala. Si te paras... acabará mordiéndote las entrañas.

La semana pasada una alta directiva expresaba con todo su ser un alto y claro: ¡no puedo más y aquí me quedo! y tras hacer un análisis de situación y descubrir algunas opciones, recordamos una de sus películas favoritas, Lo que el viento se llevó -dirigida en 1939 por Victor Fleming y merecedora de 10 óscars-. La escena que inspiró la última parte de nuestro entrenamiento está protagonizada por el personaje de Escarlata O´Hara cuando dice: ¡Pongo a Dios por testigo que mi familia nunca volverá a pasar hambre! Esa determinación por salir a flote y sacar del barro a los tuyos sólo emerge tras haber tocado fondo en el abismo emocional. El requisito para alzar el vuelo es el coraje de enfrentar un perro sarnoso, un despido a los cincuenta, o una enfermedad terminal.

A ratos la vida nos confronta y no queda más remedio que echarle valor poniendo a Dios por testigo de que nada (ni nadie) vencerá nuestra determinación para seguir hacia adelante en medio del desconcierto, aún cuando la tupida niebla ciegue el horizonte.

sábado, 9 de abril de 2011

Dos treinteañeros y Una amígdala

Me enorgullece trabajar como profesional independiente a jornada completa durante los últimos diez años sin haber realizado una sola gestión comercial. No es que no negocie contratos, redacte propuestas que me solicitan, o tantee colaboraciones. Lo que me llena de orgullo es trabajar full time sin tener que esperar media hora en una salita -con revistas pasadas de fecha y olor a tabaco- hasta que aparece el treintañero de turno.

Quien desea conocerme se acerca a mi despacho de San Sebastián o -excepcionalmente si estoy en la capital vizcaína- al de Bilbao. Esta semana se han producido dos visitas: la de una productora de ETB-2 (canal autonómico vasco en castellano) y la del directivo de un holding industrial radicado en Miramón (Parque Tecnológico). Y aunque en ambos casos venían a "comprar", su discurso sonaba a venta: rapidez mecánica en el verbo, ausencia de escucha, desconocimiento del concepto reflexión y evidentes muestras de impaciencia. El hombre y la mujer -que no se conocen entre sí- comparten algo: su escasa treintena y -por lo tanto- un cierto perfil sociológico, educativo y algunos valores (verbalizados en el encuentro) como la pasión por el dinero rápido y la arrolladora pretensión de que el mundo y los mortales nos convirtamos en alfombra a su paso. Dos cazatalentos -así se presentaron ambos, aunque en su tarjeta ponía la referencia empresarial, sede fiscal y cargo-, dos pulsiones similares y dos momentos en los que me ha saltado "la amígdala". Les cuento.

Desde hace dos décadas leo simultáneamente dos libros: uno en inglés y otro en castellano. En este momento tengo entre manos Cincuenta cosas que hay que saber sobre Management, escrito por Edward Russell-Walling y Primal Leadership, ya referenciado en otro post. Los fines de semana aprovecho para leer algunas horas y hoy se ha producido el curioso fenómeno de alcanzar la explicación de un concepto similar en ambos libros ¡voilá, magia en estado puro!

"La amígdala" no es algo que se inflama y duele en la faringe (que también), sino un conjunto de núcleos neuronales localizados en la profundidad de los lóbulos temporales del cerebro y -a efectos de mi historia- la sede de todas las emociones. Digamos que cuando dos personas discrepan con vehemencia, por ejemplo en el contexto empresarial, la amígdala se dispara y provoca una torrentera de emociones -en mi caso de enfado-indignación- que, de no ser controladas por las competencias inherentes a la inteligencia emocional, te hacen saltar como un tigre de bengala. Según numerosas investigaciones académicas, en una confrontación verbal gana siempre quien posee mayor conciencia de sus propias emociones y las regula. Insisto: gana el que regula sus emociones, ni más ni menos. ¿El desenlace? He tenido mi oferta para trabajar como experta un día a la semana en ETB-2, y he obtenido el O.K. a mi planteamiento para entrenar a una decena de directivos a partir de noviembre 2011. Cuestión de amígdalas.

miércoles, 6 de abril de 2011

Mundos Paralelos

Imagínese dentro de una pecera en la que los peces llevasen gorros de colores y gafas al tono, y más que a nadar se dedicasen a tocar fondo e impulsarse hacia la superficie donde redondeando la boquilla tomasen pompas de oxígeno ¿sería divertido, no? Es lo que acabo de disfrutar: dos decenas de pececillos con gorro de silicona y gafas en un up and down juguetón en la piscina de mi barrio. Los chiquillos -de unos ocho años- configuraban bajo el agua un extraño ballet para el resto de los nadadores: varias niñas jugaban bajo el agua -casi al fondo de los tres metros de profundidad- y chocaban manos y pies mientras las risas se transformaban en burbujas fugaces hacia la superficie. Unos niños intentaban atraparse haciendo círculos a ras de las baldosas, otro parecía literalmente un corcho ¡arriba y abajo, abajo y arriba! ¿Qué hacía yo, mientras tanto, en la pecera? Nadar... con la enorme suerte de que durante la media hora y los cuarenta largos he estado completamente sola en mi calle. Todo el azul de la piscina para mí reflejando el también radical azul del cielo que entra a raudales en la zona sur del recinto.

Los pececillos de colores -y la oxigenación rítmica que se produce al nadar- siempre disparan mi creatividad y conexiones en temas que -de algún modo- han quedado inconclusos en mi mente. Hoy ha sido el desafío del director de un centro de formación profesional quien el otro día se quejó en voz alta ante su equipo de que "viven en universos paralelos" queriendo indicar que cada uno va a lo suyo, sin preocuparse por escuchar-atender-comprender a los demás, ni desde luego coordinarse con el otro, ni mucho menos priorizar el "nosotros" al "yo". En la jornada en la que se habló de los "universos paralelos" entre compañeros de trabajo yo estaba de facilitadora y -aunque respondí- siento que ese tema no ha sido bien resuelto.

Este mediodía, observando el ballet acuático y conectando esa idea surrealista con la "sopa cuántica" de la que habla mi amiga Arantza, me ha dado por pensar que según la física los mundo paralelos se encuentran siempre en un punto del infinito. La cuestión práctica consiste en traer esa conexión al presente, dando el primer paso activamente hacia los demás, sin esperar a que el otro -siempre el otro- sea el que comience el baile de la comunicación.

domingo, 3 de abril de 2011

Rojo Meñique

Atenta al ritual, florezco con el rojo clinique que impertérrito aparece en mi vida -cada temporada- marcando el inicio orgánico de la primavera. Y aunque hoy el termómetro se ha desplomado a diez grados, llueve y una ligera brisa incomoda al paseante, me he acercado a la orilla del mar donde descalza y sin complejos el masaje de olas y viento revive al urbanita.

Compartiré con ustedes un secreto: cuando al despertar poso el pie desnudo en la pequeña alfombra y contemplo las uñas pintadas de rojo, de inmediato me sacude una oleada de buen humor y una sonrisa pícara se dibuja en mi soñolienta cara. Las diminutas uñas rojas saludan al día ¡y a la vida! de una manera mucho más eficaz que un sesudo tratado de psicología. Este año mi conexión con la naturaleza es salvaje, instintiva, animal, y aunque desde mi casa se ve el mar y la arena está a cuatro minutos del portal, hasta 2011 no había disfrutado tanto del marino paisaje. Me pregunto cuántas cosas más estarán al alcance de mi mano sin ser aún capaz de gozar en plenitud ?!

Tras el paseo, he retomado Primal Leadership -el fabuloso ensayo que me recomendó Maite y que por fin he abordado con el impulso de mi profesora de inglés-. En el volumen, Annie McKee, Richard Boyatzis y Daniel Goleman desarrollan la teoría del "líder resonante", que no es otra cosa sino el manager-directivo-profesional con células espejo incorporadas a su sistema límbico, el responsable de la sensibilidad/ insensibilidad a las emociones propias y ajenas. Resulta que esta competencia se demuestra como clave en la obtención de resultados. Un par de datos que hablan por sí mismos: hasta un 70% de la percepción que un trabajador tiene de su empresa depende directamente de la relación (emocional) que tiene (o no) con su jefe. En cuanto al clima laboral, repercute hasta un 30% en la pura producción de bienes y servicios.

En fin, al comienzo de la semana, podemos preguntarnos si somos líderes resonantes (capaces de de potenciar lo mejor de nuestros colegas) o disonantes (generadores de toxicidad emocional en el trabajo). Recuerde: El líder resonante crea más, y por si fuera poco ¡es más feliz!

viernes, 1 de abril de 2011

El líder funambulista

El Washington Post informa de que el Cirque Du Soleil abrirá en septiembre 2011 un espacio de entrenamiento para líderes en la ciudad de Reno (Estados Unidos), siguiendo el espectro de Walt Disney y su centro de alto rendimiento para directivos ubicado también en USA. La noticia me ha hecho reflexionar sobre la competencia de "funambulismo" que, ciertamente, no está recogida en ninguna de nuestras escuelas de negocios como esencial para los altos directivos. El Cirque Du Soleil tiene algunos de los mejores funambulistas ¡del mundo! lo que sin duda contribuirá a transmitir la conveniencia de mantenerse en el "aquí y el ahora" no sólo como lo explica Tolle Eckhart sino como el ejercicio de una actitud trascendente para preservar la vida. A cien metros del suelo estar en el aquí y el ahora no es opcional, es cuestión de supervivencia y acaso los profesionales del siglo XXI podamos tomar esa metáfora como un inspirador punto de referencia.

Trabajar en equipo -y casi todos lo hacemos en algún momento de nuestra jornada- exige un equilibrio entre el dar y el recibir, entre la defensa de nuestros intereses individuales y los del grupo, entre la imposición y el consenso, entre el deber y el placer, la calidad y la rentabilidad y -finalmente- entre el logro de los objetivos de la organización y los propios. Y de lo buenos o malos que seamos como líderes-funambulistas depende en ocasiones el éxito de nuestro trabajo entendido no sólo como logro de metas sino como satisfacción de todos los implicados en la tarea.

Como saben, hace unos días estuve con Martin Seligman -paladín mundial de la psicología positiva- y su impronta ha radicalizado mi natural tendencia al optimismo. Anoche, un amigo filósofo me cuestionaba con vehemencia las bondades de ver siempre la botella medio llena. Tras una charleta intensa en la que argumenté sobre lo divino y lo humano, y escuché con atención, me fui a dormir y soñé con un funambulista que avanzaba en solitario sobre una estrecha cuerda a cien metros de la tierra como caminamos a diario los mortales por el estrechísimo sendero entre lo real e imaginario, entre el optimismo y el pesimismo, corriendo a menudo el riesgo de caer en el foso del auto-engaño. ?! Les dejo ahora: tengo clase de equilibrio a diez centímetros del suelo ¡sin red!