martes, 12 de abril de 2011

Escarlata O´Hara en el Comité de Dirección

A mediados de los noventa trabajaba en una productora de televisión dirigida por varios socios uno de los cuales había sido etarra en su juventud y -tras abandonar las armas- militaba en Euskadiko Ezkerra y había retomado su profesión de periodista. En los descansos entre rodajes gustaba contar sus peripecias. Recuerdo la precisión con la que narraba la huida a pie Pirineos arriba hacia Francia, en pleno invierno, con la Guardia Civil pisándoles los talones: el calzado mojado, casi roto, exhaustos, sin comida, soportando la nieve, la ventisca y sin más remedio que "tirar hacia delante" porque -de otro modo- los perros de la Benemérita terminaban por atrapar sus huesos entre rejas.

Esa imagen me acompaña cuando alguien de mi entorno dice como en el poema: ¡no puedo más y aquí me quedo! y me conecta con otra expresión que aprendí estando de vacaciones en las Islas Canarias donde entre lugareños es frecuente escuchar ¿qué tal Fernando? a lo que Fernando responde: ¡Escapando! como si la vida aullase igual que un perro hambriento en medio de la cordillera gala. Si te paras... acabará mordiéndote las entrañas.

La semana pasada una alta directiva expresaba con todo su ser un alto y claro: ¡no puedo más y aquí me quedo! y tras hacer un análisis de situación y descubrir algunas opciones, recordamos una de sus películas favoritas, Lo que el viento se llevó -dirigida en 1939 por Victor Fleming y merecedora de 10 óscars-. La escena que inspiró la última parte de nuestro entrenamiento está protagonizada por el personaje de Escarlata O´Hara cuando dice: ¡Pongo a Dios por testigo que mi familia nunca volverá a pasar hambre! Esa determinación por salir a flote y sacar del barro a los tuyos sólo emerge tras haber tocado fondo en el abismo emocional. El requisito para alzar el vuelo es el coraje de enfrentar un perro sarnoso, un despido a los cincuenta, o una enfermedad terminal.

A ratos la vida nos confronta y no queda más remedio que echarle valor poniendo a Dios por testigo de que nada (ni nadie) vencerá nuestra determinación para seguir hacia adelante en medio del desconcierto, aún cuando la tupida niebla ciegue el horizonte.

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