domingo, 24 de abril de 2011

Vida en la roca

Mi Nissan azul devora cuatrocientos kilómetros por tierras castellanas desafiando primero la lluvia, más tarde el viento, finalmente el sol alto en Ahedo de Linares -un pueblo remoto de Castilla situado a setecientos metros de altitud- donde reina el silencio, la antigua casa-escuela tiene los ventanales tapiados, todas las chimeneas humean al mediodía, y entre calles se mezclan olores de los pucheros de barro sobre cocinas de leña.

Algunas fincas ya están sembradas con un trigo tempranero que alcanza los quince centímetros, mientras que otras -recién aradas- recuerdan el chocolate negro picado sobre una tabla antes de hacerlo a la taza: sin una sola piedra que distraiga la mirada. Expectante y confiada, la tierra aguarda la siembra mientras se solea en primavera.

Por todas partes encuentras brotes verdes que acuden fieles a la cita anual sin importarles la incoherencia humana, ni los siete mil millones de personas que somos en una tierra extenuada, ni los vaivenes de la economía, ni tan siquiera la corrupción ética de casi todos los sistemas políticos.

El Nissan azul devora cientos de kilómetros y mis pies devoran una docena de ellos sobre tierra, asfalto, piedra, cemento, barro, arcilla y hierba húmeda que cala mis botas Coronel Tapioca. Es Semana Santa. Todo tan cerca y tan lejos: la brutal belleza del cielo y las inconmensurables montañas, modelo regio de quietud. Atrás quedan Pancorbo, Miranda de Ebro, Oña, Frías, Villarcayo, Medina de Pomar, Puentedey, Nela, Villarías...los campos de golf, las pistas de tenis, el río Nela, los caballos: recuerdos de otro tiempo.

Casi al final de la mañana fotografío una roca en la que late la pulsión de vida en condiciones extremas. En cualquier lugar del planeta es posible observar la belleza original pendiente del cielo mientras espera el sol, la lluvia, y una amorosa mirada de aliento ¡para seguir creciendo!

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