martes, 19 de julio de 2011

La tiranía del móvil = Tecnoestrés

Confieso mi adicción al correo electrónico que me absorbe al menos dos horas diarias de mi jornada laboral. ¿Por qué digo, entonces, que es una adicción? Por la actitud convulsa con la que entro en el e-mail tan pronto como abro la pantalla de un ordenador, vaya en tren o autobús, y me encuentre en la cómoda sala de mi casa, en el despacho, o en la terminal de un aeropuerto esperando la hora de embarque.

Me asomo a la bandeja de entrada como el náufrago otea el horizonte en busca de un buque-mensaje porque con frecuencia me llegan encargos, proyectos y noticias interesantes a través de este medio internauta. No estoy "enganchada", sin embargo, a las redes sociales lo que no tiene gran mérito ya que - sencillamente- no controlo el código tácito ni explícito para manejarlas con soltura. Tampoco la tecnología...

En fin, que confieso mi adicción al correo electrónico, a la lectura, al silencio, a la meditación, a la naturaleza, a mi familia, al trabajo y al cortado del Café de la Concha, llueva, truene o haga sol. Esta mañana... ¡casi me quemo el cuello en la media hora que he estado leyendo en la terraza!

El caso es que varios clientes nuevos y alguno de los veteranos están dando síntomas preocupantes de estrés: picor en los ojos, episodios de psoriasis, labios con herpes, vertigos, falta de concentración, nauseas e incluso en un caso parálisis de un ojo. Los afectados se han hecho los análisis médicos pertinentes sin que el diagnóstico sea otro que estrés, por lo que -realizando la ficha técnica de alguna sesión, y tratando de hallar algún remedio a sus dolencias- he llegado a la hipótesis -pura hipótesis- de que en la mayoría de los casos usan y abusan del ordenador y del móvil, sobre todo el móvil, al que algunos se exponen sin límite (ni siquiera para comer) durante doce o más horas cada jornada.

Es muy doloroso para mí observar el deterioro de las personas a las que aprecio cuyo sentido del humor desaparece, cuya capacidad de respuesta positiva a los desafíos se merma, cuya resilencia disminuye y -en definitiva- cuyo potencial de felicidad baja a un nivel de supervivencia.

Con esfuerzo, en algún entrenamiento hemos conseguido alcanzar el compromiso de desconectar el móvil durante una hora coincidiendo con el almuerzo. En un caso, hemos logrado un plan de acción que integra la desconexión del móvil durante una semana por vacaciones familiares. Hay quien después de pelearlo duramente con preguntas, con metáforas y con la lectura compartida de un durísimo artículo de El País sobre este tema, se ha negado en rotundo a modificar sus hábitos de uso del móvil y del ordenador.

Yo observo reflexivamente su mano derecha despellejada y en carne viva, contemplo en silencio el tic de su ojo y registro sus clavículas pegadas de estrés a las orejas… Le pregunto si él trabaja a las órdenes del móvil o el móvil a las suyas. Entonces se encoge de hombros, aún más si cabe… En la despedida le recuerdo cómo le llaman los expertos: Tecnoestrés, por cierto el título de un libro de José María Martínez Selva, catedrático de Psicología de la Universidad de Murcia quien informa de la conveniencia de "desconectar" diez minutos cada hora de trabajo mirando al horizonte, respirando en el exterior, o estirando la musculatura. El profesor ha visitado Silicon Valley y comprobado que las principales empresas tecnológicas del mundo como Google, o Facebook aplican rigurosamente las llamadas "siestas digitales" ya que aumentan no sólo la salud mental de los empleados sino la productividad de la compañía.

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