sábado, 23 de julio de 2011

Soy un coleóptero

El cielo plomizo y la abundancia de algas a treinta metros de la orilla, mar adentro, impiden disfrutar de la visión de los pececillos que habitan la costa donostiarra. El agua -con una temperatura de dieciocho grados- resulta deliciosa en su vaivén al ritmo acompasado de la luna, al otro lado del planeta. Fuera del agua, sopla un viento desapacible que obliga al bañista a un rápido secado y cambio de ropa: el verano del norte transcurre entre nubes y claros, más claros que nubes en Guipúzcoa que encabeza el turismo vasco. La comunidad autónoma vasca supera por primera vez el millón de visitantes en el primer semestre de 2011 (Deia-El País). Estamos de ¡enhorabuena!

Tras el ritual del baño en La Concha -haga frío o calor- paseo sin más ocupación que estar conmigo misma y pensar. Hoy alcanzo la conclusión de que soy un coleóptero, me explico: comúnmente conocidos como escarabajos, los coleópteros son "cajitas con alas" (en griego); un primer par de alitas endurecidas que protegen un segundo par de alas que permiten elevar el vuelo. De entre las 375.000 especies descritas hasta el momento, hay dos que me entusiasman: la coccinella, llamada mariquita, y la chrysolina americana -brillante, casi metálica- diríase que galáctica.

El caso es que muchas personas con las que trabajo llegan al despacho con las alas radicalmente plegadas porque no han protegido sus sueños: esos anhelos del alma que a ratos llegan como ráfagas de intuición. Me produce un dolor insoportable observar las alas casi atrofiadas al haber olvidado que nacimos para alcanzar las estrellas.

El trabajo comienza por desterrar el paralizante miedo, y continúa con el fortalecimiento de las habilidades defensoras mediante la seguridad en uno mismo y la certeza de que merecemos vivir nuestros más recónditos anhelos. Poco a poco, las alas-escudo cobijan las alas-voladoras, y las personas despliegan la magia de sus potenciales convirtiéndose en lo que siempre fueron: coleópteros.

No sé que explicación tendrá, pero hoy he visto un enorme escarabajo dorado caminando señorialmente por Miraconcha para diversión de niños y adultos, de turistas y vecinos. Quizá lo perdió Edgar Allan Poe en su última visita a la bahía ;-D

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