sábado, 25 de febrero de 2012

Soñar es vivir ¿o al revés?



Cuando el mundanal ruido me alcanza, se deteriora mi capacidad de soñar. Entonces enebro el brazo de Tranströmer, damos un paseo por los acantilados, y cuando estamos casi exhaustos nos refugiamos en un café de estilo francés dónde él lee en voz alta para mi su delicada prosa poética. Bajo el hipnótico susurro de su voz, recupero el ánimo y la maltrecha esperanza, me apoyo en su hombro -casi tan frágil como el mío- y volvemos a casa. Sin grandes aspavientos, por la noche descubro que la ensoñación y su capacidad seductora han vuelto a mi lado. Acomodo la almohada, suspiro y sueño: primero despierta, luego dormida. ¿O al revés? Durante la noche mi mente rebota el eco de su obra:

Uno ha visto tanto.
A uno la realidad lo ha consumido tanto:
pero al fin, ha llegado el verano.

La hierba tiene un jefe verde.
Yo me pongo a sus órdenes.

De madrugada me levanto y voy a la cocina, bebo agua y recuerdo:

En mitad de la vida sucede que llega la muerte
a tomarle medidas a la persona.
Esta visita se olvida y la vida continúa. Pero el traje
va siendo cosido en silencio.

Cuando amanece Tranströmer no está, pero sus plateados cabellos y los míos se enredan sobre la almohada en sueños compartidos.

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