domingo, 18 de marzo de 2012

La austera plenitud

En los años ochenta un popular programa de radio titulado el Consultorio de la Señorita Francis recibía cientos de cartas de oyentes que formulaban preguntas por cuestiones sentimentales, aunque no sólo. Alguna vez  se interesaban también por temas financieros, de salud, o filosóficos. Impertérrita, la Señorita Francis (en verdad un abigarrado equipo de redactores) iniciaba su respuesta con un: Estimada fulanita de tal...

Hoy, pensando en Gabriel -un asíduo lector del blog que me formula dos preguntas trascendentes por Email- me he acordado del histórico programa, y me propongo contestar con el abigarrado equipo compuesto por mi sentido común y sentido del humor, las joyas de la corona.


Estimado Gabriel: me halaga considere que tengo respuestas para las cuestiones: ¿cómo motivarse para hacer las cosas, y cómo disfrutar mejor de la vida? Me halaga porque algún tipo de espejismo le ha llevado a pensar que poseo más conocimiento, experiencia, o intuición que usted mismo y no: resulta que sólo soy una mujer volcada en la búsqueda (casi arqueológica) de respuestas sin más herramientas que mis manos, ni más lucidez o fuerza que la mediana edad que me habita. En cualquier caso, sí he tenido el privilegio de haber volcado más de treinta años de mi vida en las personas, y eso configura un cierto bagaje que confío me ayude a responder.

Podría citar algunos clásicos que leo con frecuencia, también recurrir al enciclopédico Google, incluso consultar las estanterías del despacho repletas de volúmenes que, ciertamente, abordan la motivación y el disfrute existencial. Elijo, sin embargo, otro camino: la prosaica verdad de este domingo en el que el gozo terrenal ha rozado las gloriosas cotas de la plenitud.

Sentir el latido del tiempo y acompasarlo con la meditación en movimiento, forma parte del disfrute de mi vida. El tiempo es el mayor lujo, ya que no se compra con dinero. La vida está hecha de tiempo, y es todo lo que tenemos.

Disfrutar de los infinitos placeres gratuitos de cualquier entorno natural: el aire verdi-blanco de un bosque, el yodo de la espuma marina, o la rugosidad de la arena colman al más sibarita.

La compañía placentera de la pareja, con sus decrépitas canas aún llenas de vida, con sus heróicas virtudes, aceptables manías, calladas complicidades y reconfortantes  recetas. El sol, que ahora (mientras escribo) acaricia mis piernas y entra a raudales en el salón que da al jardín trasero de casa, un domingo, a media tarde. Rememorar a los seres queridos que se fueron, con agradecimiento por lo que de ellos pervive en nosotros: mi padre, mi abuela. Recordar a los familiares cuyo ejercicio de la libertad les ha llevado lejos de casa para construir un destino que a ratos coincide con mi idea de la plenitud y a ratos la contradice. Aceptar -sin juzgar- y apoyar, seguir apoyando.

Y no perder de vista ni un instante el rumbo, aferrando con firmeza el timón que no es otro sino la determinación de ser feliz a pesar de... en compañía, en soledad, con salud o enfermedad... porque disfrutar de la vida es una decisión que hacemos cada jornada antes de posar el pie en el suelo al despertar. Como siempre, la elección le corresponde, Gabriel.    

1 comentario:

Anónimo dijo...

Azucena,
Probablemente este sea el post que resuena más para mí hoy en tierras de Escocía. Me acompañará en este camino elegido. gracias por la sencillez-autenticidad que muestras hoy.
Hasta pronto,
Giraffe