miércoles, 25 de julio de 2012

¡Abracadabra!



De viaje por Ronda -(Málaga, Andalucía) cuya iglesia Espíritu Santo refleja la imagen- conecto con la fuerza transformadora de la palabra, cuyo origen conceptual se remonta a los hebreos, y descubro que en arameo -el idioma antiguo de los judíos- se utilizaba la expresión avara ka d`avara que se deformó a su paso por Mesopotania en la conocida expresión de los magos persas: abracadabra

Y mientras contemplo la belleza salvaje de este pueblo montañoso me sustraigo al colegio religioso de mi infancia donde la lectura diaria del Nuevo Testamento repicaba a Juan el Evangelista: "...en el inicio fue el verbo... y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros...". No se asusten: no padezco arrobamiento místico ni enajenación mental transitoria, bien al contrario, los ecos de estos conceptos resuenan en mí porque releo a Rafael Echeverría en el nada dudoso título: La empresa emergente (editorial Granica).

Es un libro interesante-inquietante que asienta las bases del trabajo que realizo: la capacidad de transformar realidades (que en ocasiones rozan lo imposible) armados tan sólo con la palabra: las preguntas poderosas, la escucha sublime y el feedback verbalizado cara a cara.

En las primeras cincuenta páginas resume Echevarría la evolución de la humanidad por lo que se refiere a los sistemas productivos y se ceba especialmente en autores clásicos como Taylor, Ford, Bennis, Sloan y  Fayol (*). Hasta ahí el discurso resulta informativo e insulso aunque necesario para voltear después al lector en una propuesta-sacudida conceptual interesante. Habla Echeverría de:

Los trabajadores manuales, cuya valía se asienta en la fuerza y la destreza física (obreros). 
Los trabajadores del conocimiento, catalogados como "cuello blanco", aquellos centrados en pensar, planificar (ingenieros). 
Los trabajadores que realizan tareas rutinarias. 
Los trabajadores creativos  que pueden ser contingentes (controladores) o innovadores (generadores de nuevos productos o servicios). 










Después -para completar el análisis- se vincula a los trabajadores innovadores con la generación de valor en el sentido de propiciar oportunidades de negocio para la empresa. El cúmulo de competencias que precisan estos trabajadores (mayoría en el siglo XXI, máxime en la parte alta del organigrama) se vertebran entorno la palabra como generadora de valor, de oportunidad. Tenía razón Juan, el Evangelista: "... en el principio fue el verbo..." y el resto es -sigue siendo- historia. Ahora que ya tenemos todas las claves conceptuales nos toca crear (generar) futuro. Usted, yo, nosotros, armados con ¡la palabra! 



(*) Para profundizar en estos autores sugiero la lectura de: El canon del management, de Alfonso-Durán y Pich.

1 comentario:

Anónimo dijo...

querida Azucena, que bien te vendría un poquito de humildad,
un beso