viernes, 9 de noviembre de 2012

Inspirar esperanza en el vivir y trabajar

A ratos tropiezas con dementores que te absorven hasta la última gota de esperanza, y una vez debilitada el alma, te orillan en la cuneta como una desgastado peluche.

Por el contrario a veces -en un cruce fortuito de caminos- descubres a una persona que te devuelve la fe en la humanidad, dibuja una sonrisa en el desgastado rostro de un anciano, y te reconforta con una sola caricia. Es el caso de Fréderic Broué, terapeuta francés experto en kinesiología.


El portal de su consulta en el número 48 de la rue Gambetta resulta destartalado. Las paredes están pintadas en un pálido tono azul-toulouse que caracteriza la ciudad del ladrillo, en el hall hay una bicicleta, la recepción está llena de papeles, libros y plantas en un caos casi polvoriento que ofrece una imagen poco marketiniana. Sin embargo, la sala de espera está llena a rebosar: el doctor Fréderic Broué no da a basto y hoy lleva una hora de retraso cuando me recibe. La fama (boca a boca) le precede, pero si intentas hallar información sobre él en la red sólo encuentras referencias en guías convencionales ya que ni siquiera en facebook o en linkedin se ha molestado en escribir un perfil profesional. Su aspecto es desaliñado: lleva un largo y canoso pelo con algunos mechones de flequillo sobre los ojos, usa zapatos de la marca El Naturalista cómodos y desgastados, y bata blanca sin abotonar. A pesar de su aspecto, o quizá por la poca importancia que otorga lo convencional, centra toda su atención, energía, tiempo y conocimientos en servir, en sanar, en reparar huesos, tendones, tensiones y dolores de los humanos que más o menos maltrechos vamos a su consulta.

Yo he acudido empujada por el entusiasmo juvenil de mi hija que le tiene por un mago. El hombre ha manipulado mi cuerpo con la suavidad de un bebé y he salido de la consulta midiendo dos centímetros más que al entrar. Textualmente, dos centímetros más: 1,64. Me pregunto si -de alguna manera- vivimos encogidos ??!! Pero lo mejor de la jornada ha sido el impacto que ha dejado en mí este profesional: a pesar de la intensidad con la que trabaja, de las muchas personas que atiende cada día, de que su actividad exige energía física y de que su consulta parece un almacén... está sereno, centrado, sonriente, es dulce, amable, eficaz y más allá de resolver dolores -que supongo es muy importante para los afectados- restaura la esperanza en los humanos y muestra un claro ejemplo de profesional sintonizado con una vocación apasionante. Algunos lo llaman vivir en "la zona" o haber conectado con tu  elemento, aquello para lo que estás más-mejor dotado. El desgastado peluche está de nuevo on the road. 

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