domingo, 3 de marzo de 2013

La gratitud como antidepresivo


Acabo de dar un suculento paseo por la playa. Es domingo. Luce el sol y la temperatura es agradable. He leído la prensa económica de cabo a rabo, sacado apuntes varios, tomado mi apetitivo y saludado al maitre del Narru. Con estos trucos he volteado el gris de la mañana, pero sigo inquieta y me reconozco vulnerable. Cada vez más vulnerable a la injusticia, la desesperanza y el sufrimiento ajeno. Aunque me cuido, a veces me pregunto si con esta hiper-sensibilidad podré seguir trabajando con personas (para las personas) individualmente, en equipos y organizaciones.  ?!

El pasado miércoles, analizando temas puramente empresariales, un cliente muy querido se puso de pié y empezó a deambular por el despacho. Después rompió a llorar. Más tarde hizo gestos con las manos mientras -refiriéndose a su empresa- verbalizaba: "... Esto a mi me supera, me sobrepasa... No puedo más... No lo soporto... No les soporto...".

Hice todo lo que pude desde el instinto, el afecto y el sentido común: le abracé, intenté que razonase,  permití que vomitara su impotencia sobre la alfombra del despacho, guardé silencio, cogí su mano, y le serví una taza caliente de té verde japonés (bancha). Me puse de pié junto a él. Me senté del otro lado de la mesa frente a él. Le ayudé a ponerse el abrigo. Le acompañé hasta la puerta, le pedí que por favor visitase a su médico de cabecera y que me escribiera por la tarde. Finalmente quedamos para vernos el viernes. 

Buscando orientación, hoy he retomado el libro Los Estados de Ánimo, aprendizaje de la serenidad, escrito por el médico psiquiatra y psicoterapeuta Christophe André y  publicado por Kairós. 


Mi cliente querido atraviesa una crisis existencial y -dado que tiene una tendencia colérica- dispara su ira a diestro y siniestro contra personas, circunstancias, realidades, sueños y fantasmas. Le han dado tranquilizantes que le tienen anestesiado cuando lo que -realmente- necesita es todo lo contrario ¡lucidez! para descubrir y enfrentar los diversos ángulos del caleidoscopio de su vida que no le satisfacen.

Enfrentarlos uno a uno con la persistencia de una termita, el sentido del humor de un niño, y la paciencia de un anciano. Sin perder nunca de vista el hermoso cielo a veces gris plomo, a ratos azul cobalto, negro azabache cuando anochece en la bahía. Como afirma el experto Christophe André es posible vivir ¡serenamente! Posible, no fácil. 

Apoyado en el rigor de las últimas investigaciones científicas, André recomienda lo que ya sabemos: un poco de deporte, uno poco de vida social, deshacerse del materialismo, cierta espiritualidad (sentido en lo que hacemos), meditación adaptada a la vida de cada uno, y mucha gratitud.

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