jueves, 21 de noviembre de 2013

Cuando el packaging es solo eco


Mi hija acaba de llegar de Colonia (Alemania) donde ha participado en una subasta de instrumentos musicales en la que -según me ha contado telefónicamente desde el aeropuerto de Schiphol, Amsterdam- todos los asistentes eran hombres de negocios (inversores) excepto ella y su profesor serbio, ambos músicos profesionales.

Quizá ese detalle explique que haya podido hacerse por tres mil euros con un violín de Giacomo Zanoli -nacido en Venecia en el año 1726 y que desarrolló toda su vida profesional en Verona- valorado en unos treinta mil euros según los expertos luthiers consultados con posterioridad a la compra. 

Su llamada telefónica me ha llevado a una reflexión personal sobre las transacciones comerciales en el siglo XXI: Fondo versus Forma, Conocimiento versus Apariencia, Originalidad versus Plagio, Verdad versus Mentira... y así hasta el infinito eco del maquillaje perfecto. Packaging.


Un instrumento musical del siglo XVIII tiene un enorme valor sentimental y artístico para un violinista profesional que aprecia los diminutos detalles que lo configuran: la madera, calidad y diseño del "puente", los adornos propios de la época y la zona (Verona), la sonoridad, profundidad, reverberación... todo aquello que contribuye a la fiel interpretación de las partituras (muchas de ellas de aquella época) y a dimensionar la belleza sonora que se proyecta en la sala. 

Ahora bien, un instrumento musical del siglo XVIII tiene un enorme atractivo económico para un especulador si lo compra barato y lo vende caro sin más mérito que haber acudido a la subasta de Colonia y tener liquidez para invertir en violines destinados a la reventa en el mercado internacional.

¿En qué consiste mi reflexión?  En que los inversores sólo compran violines estéticamente perfectos: ningún roce, ninguna manchita y, por supuesto, ninguna grieta en la madera. Formas perfectas, colores y brillo perfectos, para una venta perfecta (lo único que puja en su lógica financiera). Por contra, un músico busca sonido, armonía, proyección acústica, tacto y conexión casi espiritual con el instrumento. De hecho, entre los cientos de violines que se prueban durante horas en la sala de subastas, se produce una especie de "selección natural" en la que el instrumento y el futuro propietario se "buscan" al tacto con un celo propio de amantes ¡hasta que se encuentran! y unen bajo el mantra de ¡adjudicado!

El violín adquirido en la subasta de Colonia posee una tapa (la trasera) que no fue realizada por el propio Giacomo Zanoli, sino por alguno de los alumnos de su atelier de Verona. Eso rebaja cotización para los especuladores porque también limita el precio de reventa. Pero mi hija está enamorada del sonido del viejo violín, empeñada en volverlo a la vida a base de cariño y -sobre todo- a base de tocarlo porque un instrumento musical aletea si sirve a la finalidad para el que fue creado: hacer música e inspirar a quienes acuden a un concierto...



La última idea me conecta con algo más propio de las personas que también "aleteamos" si conseguimos vivir de acuerdo con nuestra vocación entendida como una práctica profesional con sentido que genera ingresos. Por cierto, puesto que hay muy pocas plazas, aprovecho para avanzar que el domingo 16 de febrero de 2014 promuevo una jornada de ocho horas en San Sebastián cuyo eje central y único es "Conectar con la propia vocación haciéndola compatible con la prosperidad".   Contaremos con la presencia de Eugenio Moliní quien formula el desafío con esta pregunta: ¿Plan de Negocio o Vocación con Plan?  

Interesados escribir aquí.


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