viernes, 29 de noviembre de 2013

La ratonera


Confieso mi cansancio al final de una jornada de diez horas de trabajo. Doce si añado los desplazamientos en coche. Reconozco mi agotamiento al final de la semana: las nueve de la noche de un viernes intenso en tareas y encuentros.

No es que trate de justificarme, sólo advierto de que quizá mi post de hoy no sea amable. Ahora el lector puede desconectar antes de que mi acidez le salpique como la sangre de un confiado ratoncillo.


Con mayor intensidad que en las últimas tres décadas de mi vida laboral constato que los trabajadores se encuentran rodeados de ratoneras cada vez más burdas. 

Entiéndanme, no es que antes no hubiera trampas en las que el bienintencionado (y por lo general ingenuo) profesional acababa cayendo junto con los trienios, la tarjeta con membrete y el despacho grande. En verdad siempre han existido las ratoneras, pero al menos en la época de la opulencia el ratoncillo-trabajador era recompensado con un bonus, una retribución variable, la cesta de navidad, horas extras pagadas o viajes de empresa a Escandinavia. Ahora, sin embargo, las ratoneras-empresa son de un bastardo insultante porque utilizan como guillotina el miedo, la deslealtad, el chantaje, el mobbing, el aislamiento o  la degradación hasta que los ratoncillos pierden la última gota de sangre esperanzada. Y -a  veces- la cordura.


Desconozco la solución a lo que ocurre en las organizaciones empresariales. No sé si la receta pasa por la economía del bien común (Felber), por la construcción del futuro deseado (John Kao), por la austeridad franciscana de mi mentor, por la Tercera Alternativa (Covey), la Quinta Disciplina (Senge), por La rebelión de las masas (Ortega y Gasset), por tirarse al monte, por retirarse a un monasterio o por plantar cara desde una organización más o menos cívica pero, por favor, por favor, ¡¡hagamos algo ya con esta locura generalizada!! Hay mucho e innecesario sufrimiento. 

  

No hay comentarios: