jueves, 9 de octubre de 2014

Una historia de ingenieros


Esta es la escena: sesión de trabajo prevista en el despacho de San Sebastián para las seis de la tarde con tres altos directivos de una empresa vasca en expansión (del sector metalúrgico) con la que colaboro desde hace un año entrenando a sus profesionales. 

Tres más una cuatro tazas, la tetera caliente, los posavasos en su sitio, el ambientador Royale Ambree en todas partes, y los papelógrafos ya monigoteados con un orden del día-propuesta-de-trabajo para la reunión con el objetivo de sacar chispas a las dos horas previstas para el encuentro y un temario denso con dos ejes: enfocar un complejo tema organizacional relacionado con la estrategia de la empresa en el horizonte 2020; y abordar un proceso de entrenamiento para un ejecutivo comercial especializado en el mercado brasileño. Tres y uno cuatro y un testigo cinco -el osito que me regaló hace cinco años un ingeniero de Aernova-.


Dos de los tres directivos de la escena son también ingenieros y ya se sabe que su estructura mental es distinta a la del resto de los mortales porque está compartimentada en cajitas (a veces inconexas) y carece (o casi) de contrapeso en el hemisferio cerebral derecho. 

Además, uno de ellos es el director general de la firma así que -teniendo en cuenta estos detalles- planifiqué los tiempos de la reunión buscando la máxima eficacia para alcanzar un diagnostico consensuado de la situación, un objetivo compartido, y unos indicadores de medición tanto del punto de partida como de llegada a la meta.

Todo ello en mi papel de facilitadora ad-hoc, preguntona concienzuda y escuchadora vocacional al servicio de la tarea ¡siempre! la tarea. 

Cuando en el minuto tres del encuentro sometí la propuesta a su consideración para arrancar la sesión de trabajo -mientras el té todavía humeaba en las tacitas- el director general echo una ojeada a los dos papelógrafos y -con la contundencia que le caracteriza- dijo una frase, una sola. ¿Cuál?


Para mi gusto... 
-apostilló sin mirar a los demás, ni siquiera al osito- 
¡¡demasiado estructurado!! 


A continuación nos pusimos a trabajar y aunque nadie volvió a mirar la planificación del encuentro lo seguimos casi al pie de la letra. A las dos horas y diez minutos habíamos alcazado los objetivos de la jornada. ¿Demasiado estructurada? En fin, los ingenieros son imprevisibles y casi siempre me sorprenden ;-D


                                     











4 comentarios:

Unknown dijo...

L@s ingenier@s somos sorprendentes. Nuestra tarea: crear, ingeniar, ... La universidad lo ha convertido en lineal y de cerebro izquierdo. (cuando solo se aplica la ciencia)
La vocación es creadora, de resolver, amplificar, trans-formar.
(aplicando con-ciencia)
Seguro que estos tres ingenieros entrenados están en la con-ciencia.
Muxus

Anónimo dijo...

Gracias por dejarnos asomar a la intimidad de un despacho de trabajo, y sobre todo de revelar el procedimiento,,,,

Pilar

Azucena Vega Amuchástegui dijo...

Cristina, como en tantas cosas eres ¡genial! Solo alguien como tu puede encarnar la fluidez - recia, la compleja - simplicidad del ser humano, la bondad sin merengue y la lucidez propia de unos genes y un cerebro educado en clave "ingeniero" y en perpetuum mobile integrador. Gracias por ser un referente.

Azucena Vega Amuchástegui dijo...

Estimada Pilar... el procedimiento es único con cada empresa-proyecto-persona-momento... Fluye de diversas metodologías y experiencias contrastadas en los últimos doce años de ejercer como consultora artesana pero la verdad es que en el despacho las teorías "respiran" (casi transpiran) y se acoplan-adaptan a la necesidad de cada encargo. Me alegra, en cualquier caso, que le resulte de interés. Graciaaas.