martes, 13 de enero de 2015

¡No puede ser!


Estoy en la estación. Espero un tren. Pudiera ser el tren de la vida -que en pocas ocasiones para justo donde te encuentras con tu pesado equipaje de mano-. Pero no, es una estación convencional de trenes que pitan a la salida, y que provocan un estruendo de máquina oxidada con traqueteo de arado que surca la tierra que nos sostiene y olvidamos con frecuencia. 

Con frecuencia olvidamos lo básico: el suelo, las raíces, los ancestros y la familia a la que alude uno de los fotogramas de El Hobbit película que vi el domingo rodeada de tantos niños pequeños como grandes que consumían por igual palomitas de maíz.


Cuadro de Laura Calabuig

El crono roe mis talones y dispongo de poco más de quince minutos para volcar sobre el teclado mi indignación juguetona. Les cuento: me niego a creer que un ordenador y un algoritmo sepan de mi perfil psicológico más que mi madre. 

Mientras entra en la estación un tren procedente de Barcelona que me llevará a casa, salta el bloque de las mayúsculas como si quisiera gritar ¡no se sabe qué! ¿o sí? Respiro con tranquilidad y pido a las mayúsculas que bajen el tono, que se calmen, que no es para tanto y que basta con formular por escrito lo que pensamos sobre la plataforma que a partir de 150 clics de "me gusta" en Facebook acierta sobre mi perfil psicológico más que mi progenitora -inteligente, dulce y sabia donde las halla-. Porque... además... ¿acaso saben la diabólica máquina y su algoritmo con qué textura me gustan las croquetas o si las prefiero de bacalao? Me niego a aceptar esa aberración. 

Llega mi tren y me estoy quedando sin batería. Les dejo ahora. Si puedo me conectaré más tarde. Si tienen curiosidad pueden leer toda la información sobre las investigaciones de las Universidades de Cambridge y Stanford -que avalan la hipótesis formulada- pinchando aquí. Adiooosss. 


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Azucena, tambien tuve inicialmente la misma sensación de incredulidad, pero luego lo pense y me parece evidente. Me surgen varias preguntas como p.e. ¿somos conscientes de las consecuencias de lo que hacemos?, ahora que lo sé, ¿haré algo diferente?

Un abrazo. Pedro

Azucena Vega Amuchástegui dijo...


¡¡Cuánta sabiduría muestra tu comentario Pedro!! Sin duda el ejercicio de la reflexividad es lo que aporta sentido a la vida.

Explica mi mentor, Sabino Ayestarán, que la reflexividad es preguntarse: ¿cómo lo estoy haciendo? y ¿cómo puedo mejorar?

Un abrazo. Nos vemos en el U.Lab Vitoria.