domingo, 8 de marzo de 2015

Trabajo en Equipo: ¡Coraje y Tiento!


Vulnerable y desnudo el hayedo nos acoge con agrado a condición de que permanezcamos en silencio. ¡Bastante ruido hacemos con los pies sobre la hojarasca!- según dicen las ondinas. 




El último temporal ha llenado los senderos de palos y acrecentado el grosor de las hojas que se acumulan por millares en la vaguada. Una, dos, tres horas de caminata en la belleza más radical que uno pueda imaginar hasta que alcanzamos la cima donde sin saberlo pasaremos un trago amargo. Miedo.

Tras haber recorrido decenas de veces los caminos -y zigzagueado fuera de ellos- mi sherpa y yo avanzamos confiados hacia la cima para encontrarnos de bruces y sin margen de maniobra rodeados de cuatro mastines al cuidado de un rebaño de ovejas que ahora atisbamos a unos doscientos metros en un prado más verde que el hayedo. 

Se acercan cada vez más, ladran alto y claro, nos rodean y disparan la adrenalina del miedo y la indefensión ¿qué hacer en semejante circunstancia? Espalda con espalda mi sherpa y yo tratamos de tranquilizarnos el uno al otro, agarramos con fuerza nuestras makilas y hacemos el amago de coger inexistentes piedras del suelo. Amago que ¡funciona! y los perros comienzan a alejarse poco a poco y nosotros volvemos camino abajo por donde hemos venido corriendo por dentro y con parsimonia por fuera. Finalmente todo se queda en un susto.
  
Nos alejamos unos tres kilómetros del lugar y nos paramos a descansar comiendo una manzana y agradeciendo la tregua que hoy nos ha dado la vida. Hoy, en este preciso instante, recordamos aquella frase de Jorge Bucay: "... tenemos el derecho y el deber de ser felices mientras gocemos del privilegio de estar vivos...".  Vivos, aunque sometidos al desgaste y a la ley de a gravedad cuya teoría alcanza los cien años.




La materia le dice al espacio cómo curvarse... 
El espacio le dice a la materia cómo moverse... 





Dejamos atrás el susto con los mastines y -pasadas las tres de la tarde- alcanzamos el pueblo y el río donde una trucha de unos sesenta centímetros permanece quieta en una zona de corriente como si estuviera desovando. Después de comer el termómetro alcanza los dieciocho grados y se está de maravilla al sol del terruño apalancada sobre la roca templada. Entonces cojo mi cuaderno de trabajo, el que utilizo para los cursos de equipos que imparto -con la metodología flip the classroom- y me pongo a repasar los conceptos principales ya que no tendré tiempo de hacerlo entre semana.

Flip the classroom consiste en que los alumnos estudien por su cuenta los materiales pedagógicos que sugiero -libros + vídeos + artículos + casos- y cuando nos encontramos en el aula nos centramos casi en exclusiva en aprender haciendo (learning by doing) todo aquello que ya han aprendido y que a veces cae por su propio peso, como si perteneciese a la teoría de la gravitación je je... 

Permanecer un rato a la orilla del río seda el alma urbanita más atormentada y me permite un buen repaso de la teoría de los equipos de trabajo, especialidad en la que afano mis esfuerzos de la última década y desde la que me pongo al servicio de las organizaciones que pretenden cambios.

Como es sabido, los cambios no caen del cielo sino que hay que propiciarlos haciendo uso de coraje y tiento ¡aprendizaje montañero tras la anécdota con los mastines!



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