martes, 26 de mayo de 2015

Soplar en la dirección ¡de los sueños!


Todo lo ocurrido en un día resulta evanescente y sólido y pende de un hilo invisible que engaña al ojo de quien contempla el mundo, sus organizaciones y estructuras, sus personas y paisajes. 

En un solo día (hoy) he tecleado treinta y dos correos electrónicos, viajado en taxi, caminado por un bosque, tomado dos cafés americanos, hablado con camareros, clientes, proveedores, colegas, secretarias y un director general cuya escucha genera nuevos contenidos: emisor y receptor nos fundimos en una sola construcción, evanescente ¡hasta que la hagamos realidad!

Antes del encuentro he pulido una propuesta de nueve folios y un pdf para la institución que dirige el hombre que escucha y templa el sable de las decisiones con la mesura de un austero samurai. 




A última hora de la tarde me he concedido el capricho de visitar la exposición Cuando el paisaje habla, instalación colectiva en la Sala Koldo Mitxelena de San Sebastián en cuya sala central flotan las creaciones de María Cueto, asturiana de cincuenta y cuatro años que reside en Berástegui (Guipúzcoa).


Las hojas naturales que utiliza María Cueto en sus obras de arte penden de un hilo invisible, generan la dulce y relajante sensación de fluidez, y crean la atmósfera serena de un templo budista en mitad del mundanal ruido que transita al otro lado de los gruesos muros de piedra que contienen la exposición y su magia gratuita. No he podido evitar jugar un poco soplando las hojas de las esculturas flotantes de María haciéndolas girar con lentitud y armonía.





Los sólidos conceptos intelectuales sometidos al beneplácito del director-samurai se transmutan en evanescente alegría que busca el cauce de la realización de un sueño: entrenar a jóvenes de más de trece países en el bello arte de construir relaciones  y conversaciones a las que podamos llamar "proyectos emprendedores ¡intelectualmente fértiles y rentables!".

Este hombre austero y yo nos conocimos hace años en un congreso tras el cual cenamos en el restaurante del Museo Guggenheim Bilbao. Después nos hemos seguido la pista a través de hilos invisibles. Hoy hemos retomado el contacto y sentido la cercanía de quienes comparten una visión del mundo ¡y una manzana roja! que él tenía en el despacho y yo en el interior de la mochila.

Todo lo ocurrido en un día resulta evanescente hasta que lo realizamos y pende de invisibles hilos que movemos las personas soplando en la dirección de los sueños que se pueden alcanzar. 


2 comentarios:

Antía López dijo...

Suprapoesía cotidiana...gracias por trasmitir texturas de los procesos. Un abrazo de una de esas hojitas evanescentes en un bello baile junto a ti.

Azucena Vega Amuchástegui dijo...

Toda compañía ¡es bienvenida, Antia! porque como dice el sabio: cada persona está librando una dura batalla. Gracias por asomarte al blog y dejar tu aportación. Un abrazo desde la bahía.