martes, 17 de enero de 2017

El viaje



En San Sebastián las palomas buscaban comida en la estación ferroviaria de El Topo. En Inchaurrondo las ovejas rumiaban su destino -verde y húmedo tras varios días de temporal-. Una pasajera a mi derecha se maquillaba con esmero, otra repasaba sus mensajes de telefonía móvil; un tercero comía un tentempié; el cuarto leía y más allá un joven dormitaba.

En Herrera no se ha subido nadie en mi vagón aunque se ha bajado un hombre con un perrito. La estación de Pasajes estaba en mitad del pueblo y el tibio sol del mediodía secaba la ropa en los balcones.

La batería de mi cámara iba al 64% así que no podía tomar muchas fotografías antes de llegar a mi destino. En Rentería la mujer que iba a mi izquierda se ha puesto a liar un cigarrillo que ha encendido tan pronto a puesto un pie en el andén de Fanderia y el chico dormido se ha pasado de estación.


En Oyarzun un repartidor con carrito buzoneaba propaganda. En Ventas han aparecido de nuevo las ovejas. Después hemos ido un tramo en paralelo a la carretera y nos ha sobrepasado un camión de Uvesco. Mi convoy iba a ocho grados centígrados a las 14.28 del mediodía y de la nada ha emergido un pabellón de Solbes Gourmet. Poco después he llegado a mi destino.



El viaje continuaba a pie hasta el parque industrial que comenzaba en el pabellón número 78 por la derecha donde había varias empresas de mecanizado y soldadura. Yo iba cargada con los artilugios de trabajo y el peso frenaba mi avance impulsado por la ilusión de descubrir una empresa nueva, de aprender y enseñar a profesionales reflexivos con "hambre de mejora". A las 15.05 conocía a los mandos intermedios entorno a una mesa de juntas donde ya estaba todo preparado. Fuera, el taller, las cocheras y el limonero.





El contenido de la jornada cae en el cofre de la confidencialidad del que -sin embargo- rescato algunos impactos de inspiración con los que he regresado a casa cuando ya era de noche y las estaciones de tren estaban cubiertas de sal para evitar resbalones sobre el hielo.

En el despacho del director general un San Fermín preside la toma de decisiones al máximo nivel honrando el origen navarro de los propietarios. En la vitrina hay una colección -propia de un museo- con más de cien autobuses diminutos de todos los lugares del planeta atesorados durante décadas por un empresario de raza que ama su oficio. Finalmente varias filas de fotografías testifican el pasado de una firma familiar que siendo pequeña (49 trabajadores) es grande en calidad de relaciones interpersonales y supervivencia en tiempos de combate.

Llego a casa agradecida por el lujo de conocer proyectos y personas que luchan cada jornada por hacer las cosas bien (una y otra vez) y por apoyarse mutuamente en cálidas relaciones de interdependencia

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