domingo, 17 de diciembre de 2017

La importancia de volar



Liderar es "crear espacios donde las cosas ocurran" -me he escuchado diciendo este fin de semana ante una veintena de profesionales y directivos de varios sectores interesados en construir equipos para transformar organizaciones-.

Al comienzo de cada jornada propicio un check in -al que llamo "aterrizaje en sala"- como pretexto para que los participantes dejen marchar sus preocupaciones y se centren totalmente en el aquí-ahora ¡en la tarea de crear una experiencia de conocimiento compartido que nos haga un poco más sabios!

Buscando la motivación nunca repito la misma propuesta. El check in de ayer consistió en compartir algo bello o positivo que nos hubiera ocurrido en las horas previas. Cuando llegó mi turno alcé el vuelo junto a las aves que habían acompañado mi viaje entre San Sebastián y Zaragoza: media docena de halcones, bandadas de pájaros diminutos en aparente migración, cigüeñas regresando al nido de la vieja fábrica, urracas buscando el tesoro de un gusano y -ya en las inmediaciones del río Ebro- ¡un zarapito! La contemplación de tanta vida hizo que llegase contentísima al aula y que comenzase mi trabajo de facilitación con la propuesta de que los participantes volasen alto. Tras mi intervención se hizo un silencio que no supe interpretar, y mientras ponía en marcha el proyector me acordé de Antoine de Saint Exupéry quien pudo haber evitado la muerte en la Segunda Guerra Mundial trabajando en la retaguardia como periodista.  Pero prefirió ejercer de aviador y perdió la vida en una misión que había partido de la base de Córcega en 1944.




Cuando le insistían para que se quedase en la retaguardia como reportero, Antoine de Saint Exupéry decía: "... Primero hay que vivir. Escribir es una consecuencia...".   En mi oficio yo también creo que primero hay que trabajar codo con codo con las personas en fábricas y despachos. Enseñar es una consecuencia... 

Volar es desapegarse de la materia y elevar la conciencia por encima del gusano que picotea la urraca. Volar es comprar libertad dejando de comprar vanalidades. Volar es perseguir el sueño que tuvimos y abandonamos. Volar es ir contracorriente, a contrapié, mientras una pícara risa infantil (terriblemente adulta) se instala en nuestro interior con el regusto de un dulce mazapán. 


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