sábado, 3 de marzo de 2018

Una gigantesca timidez



Hace once días que no escribo en el blog y -ahora que me pongo a ello- siento entumecidas las yemas de los dedos. En realidad, durante la última semana y media he escrito mucho en diferentes formatos: dina 4, dina 5, pizarras de papel... y desde luego he escrito informes, propuestas, correos electrónicos y anotaciones en la agenda. ¿Entonces? ¿A qué se debe la atrofia de mis dedos?

La energía "chispeante" desde la que comparto mis pensamientos en este espacio es una energía sobrante del sistema de supervivencia, lo que los expertos llaman "energía residual" que no siempre tenemos disponible los humanos, yo, en este caso.  De hecho, en los últimos once días he trabajado a destajo incluso el sábado y domingo que entrené a un equipo de profesionales inquietos y exigentes que me llevaron al límite del desafío. La experiencia fue bella porque además había un colega en la sala con el que antes nunca había trabajado y nos acompasamos de maravilla desde el respeto y la complementariedad convirtiéndonos -sin haberlo planificado- en un hermoso prototipo colaborativo según verbalizaron los participantes.




Fluir con un mismo
para confluir con los demás (equipos)
e influir en las organizaciones.



Trabajo con dos papelógráfos que situó a mi derecha e izquierda cuan escuderos del contenido que emerge en sala, porque aunque llevo abundante documentación, doy preferencia a lo que surge entre los participantes: sus necesidades, miedos, dudas y preguntas... ese trasfondo variopinto que compartimos los humanos.

Los dedos cogen carrerilla y escriben a chorro sin  más filtro que la velocidad a la que alcanzan mis manos, así que continúo: once días sin escribir en el blog y la sensación de haber dejado huérfano un espacio que cuido desde el año 2008 porque toda mi energía ha estado al servicio de ser y hacer, hacer, hacer... cero margen para la reflexividad -esa parada técnica necesaria que todo lo transforma-. Cero excedente para crear textos, dibujos o manuales.




Lo que hoy quiero compartir es personal y lo hago sin pudor: me ha costado más de treinta años de intensa vida profesional alcanzar la imagen que comparto: risueña, expresiva, cómplice y soft. Treinta años para fluir mientras trabajo frente a un grupo grande o pequeño de personas. Tres décadas para dejar marchar una timidez casi patológica, un desmesurado sentido del ridículo, un ego peliagudo, una consciencia de los ojos clavados en mi ser y un miedo feroz a los juicios. Por fin voy superando ese tormento desde el "fluir" en el que me han entrenado mis mentores: Sir John Whitmore, Robert Dilts, Juan Li, Arawana Hayashi, Otto Scharmer, Virginia Imaz... y Juan Carlos Cubeiro quien me enseñó que primero hay que "fluir" (vivir cómodo en el propio cuerpo) para después "confluir" con los demás, y -finalmente y en algunos casos- llegar a influir en las organizaciones. 


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Azucena, transmites cercanía al estado de plenitud.

Azucena Vega Amuchástegui dijo...


Querido anónimo... algo tan bello y ni siquiera puedo agradecéselo con su nombre. Gracias en cualquier caso. Un abrazo, desde San Seastián.