Me dispongo a disfrutar de una semana de vacaciones en el país ganado al mar. En las estrechísimas escaleras de acceso a la casa de mi hija abandono mi crítica corrosiva de anciana y activo al límite la niña que pervive en mí para apreciar cuánto hay de vida en cada detalle de su casa: plantas, cremas de gama alta que no usa, post it de colores, libros en varios idiomas, partituras, resinas y ¡Casiopea! la tortuga ninja (es broma) que come lechuga de una manera casi salvaje y se aletarga cuando la calefacción baja de veinticinco grados. Descubro la casa palmo a palmo con mi guía de lujo, orgullosa de lo que va consiguiendo con su talento, su esfuerzo, sus contactos y duermo bien tras un vuelo que me ha traído de Sondica (España) a Bruselas (Bélgica) y desde allí -en tren- hasta Rotterdam (Holanda). Mañana será otro día. Duih (adiós en holandés).
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