domingo, 20 de noviembre de 2011

El precio de la independencia

Cuando mis sienes palpitan bajo la presión del dolor de cabeza, las yemas de los dedos se lanzan al teclado del ordenador buscando orden en el caos. Saben de la eficacia de la escritura como  genérico cuyo único efecto secundario (no deseado) pudiera ser la pérdida de lectores del blog. 

Desde hace más de cuarenta y ocho horas, las sienes hierven con la terquedad de un repique de campanas. Por fin alcanzo el Toshiba portátil de casa, cierro la puerta del despacho doméstico, y doy cauce al geiser de mis pensamientos más filosóficos que productivos, más existenciales que prácticos, más locos que cuerdos. 

El geiser contiene cien mil lágrimas de mar: pegajosas medusas que se han quedado flotando en mi sistema conceptual tras haber recibido otros tantos impactos (inputs) intelectuales.   La intensidad de un grupo de trabajo en el que vengo participando -dos días al mes desde septiembre- sacude al extremo el racimo de mi identidad y certezas algunas de las cuales caen al suelo como un higo maduro. Otras se fijan con la terquedad adherente de un pulpo, mientras algunas flotan a la deriva clamando un poco de atención.

Como saben, soy una empresaria-bonsái por lo que la mayoría del tiempo trabajo en solitario algo que propicia una enfermiza endogamia en el enfoque existencial. Este hecho cierto -junto con mi no menos enfermiza pasión por aprender- me lleva cada año a participar en tres o cuatro formaciones así como en numerosos grupos de supervisión, asociaciones y talleres al termino de los cuales me quedo bajo sock al someterme a mi misma a una revisión casi exhaustiva de mi propia identidad y comportamientos. Como resultado de todo ello obtengo un caleidoscopio de imágenes de mi misma algunas de las cuales resultan deformantes, otras idílicas, varias totalmente ajenas a mí y -en general- ninguna tridimensional. Supongo que esta ambivalente sensación es la que tienen los profesionales cuando reciben una evaluación en el desempeño, en liderazgo, o  un feedback 360º: algo de verdad, algo de mentira, y mucha medusa que flota iridiscente en mitad de la nada. 


Después de un enérgico paseo de dos horas monte arriba, de un café con brioche, de la lectura de periódicos y suplementos, alcanzo la conclusión de que soy un anfibio en extinción ¿una salamandra, una cecilia, una rana?  Un poquito de cambio climático por aquí, un deterioro del hábitat por allá, y el ataque del hongo quitridios por acullá, están diezmando mi hasta hace poco imbatible optimismo. Los anfibios amenazados somos el 30% de los profesionales del sector y -según dice el Instituto de Biología Evolutiva (IBE)- nos caracterizamos por ser: hiper-activos, iconoclastas, osados, pelín asociales, poco diplomáticos, resilentes y con un desarrollado sentido del humor. También nos peinamos raro (miren este excelente ejemplar de la foto)  ;-D

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