The art of hosting (el arte de acoger, dar cobijo, acaso de cuidar) es una de tantas expresiones de vanguardia que -estando preñadas de sentido- acaban por marchitarse como un útero estéril debido al uso frívolo del concepto.
El pasado 27 de agosto la activista Mary Alice Arthur volvió a profundizar en Bonn en The art of hosting y -en esta ocasión- puso el acento en cuidar, en primer lugar, de uno mismo. Interesante.
Quienes nos dedicamos a la consultoría hemos de crear las condiciones en las que los cambios ocurran en las organizaciones que nos contratan. Por eso cuando recibo un encargo empresarial pongo empeño en cuidar tanto las cuestiones "logísticas" como las "anímicas" de manera que se propicien un tiempo y un espacio donde emerja el máximo potencial de la compañía (sistema), los participantes (actores del cambio) y -si es posible- de los stakeholders (clientes, proveedores, ciudadanos del entorno...).
Me suele costar una batalla de incomprensión con los directores de recursos humanos hacerles entender que el cómo (el lugar, entorno, horario, tipo de sillas y distribución en la sala, disponer de agua, fruta o café) impacta de manera relevante en el qué (el proceso de transformación y mejora que se pretende). Con frecuencia pierdo la batalla y ya no lo tomo como algo terrible o personal si bien lo sigo peleando.
En cada encargo empresarial, The art of hosting me coloca en posición de anfitriona de un encuentro cuyo objetivo está minuciosamente detallado en un documento y cuyo resultado, sin embargo, pende (y depende) de mil factores entre los que el conocimiento y la experiencia del consultor solo es uno más. Cuando enfoco un encuentro de trabajo en una empresa me pregunto de antemano: ¿Se sentirán cómodos los participantes? ¿Acudirán voluntariamente? ¿Les computarán como horas trabajadas? El tema ¿responderá a lo que les inquieta /preocupa? ¿Estarán todos los que son? ¿Serán todos los que estarán? ¿Quién elegirá a los participantes? ¿Con qué criterios?
Siempre que atisbo la mínima posibilidad trato de clarificar estas cuestiones de antemano porque contribuyen de manera relevante al despliegue de la actividad y revelan con descaro y precisión el margen de maniobra que -de verdad- se otorga la organización para implementar determinados cambios.
Finalmente considero que The art of hosting implica cierta capacidad de acoger, de dar la bienvenida, de cuidar, de alegrarse genuinamente del encuentro con los demás. Por lo que a los consultores se refiere, The art of hosting nos coloca en el rol de actores al servicio del sistema custodiando que las condiciones (de todo tipo) favorezcan el despliegue del potencial. Nada más. Nada menos.
Interesados en el devenir de la story activist Mary Alice Arthur pueden asomarte a este vídeo de 17 minutos de duración ¡que recomiendo!
Me suele costar una batalla de incomprensión con los directores de recursos humanos hacerles entender que el cómo (el lugar, entorno, horario, tipo de sillas y distribución en la sala, disponer de agua, fruta o café) impacta de manera relevante en el qué (el proceso de transformación y mejora que se pretende). Con frecuencia pierdo la batalla y ya no lo tomo como algo terrible o personal si bien lo sigo peleando.
Siempre que atisbo la mínima posibilidad trato de clarificar estas cuestiones de antemano porque contribuyen de manera relevante al despliegue de la actividad y revelan con descaro y precisión el margen de maniobra que -de verdad- se otorga la organización para implementar determinados cambios.
Finalmente considero que The art of hosting implica cierta capacidad de acoger, de dar la bienvenida, de cuidar, de alegrarse genuinamente del encuentro con los demás. Por lo que a los consultores se refiere, The art of hosting nos coloca en el rol de actores al servicio del sistema custodiando que las condiciones (de todo tipo) favorezcan el despliegue del potencial. Nada más. Nada menos.
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