viernes, 30 de agosto de 2019

The art of hosting y el rol del consultor



The art of hosting (el arte de acoger, dar cobijo, acaso de cuidar) es una de tantas expresiones de vanguardia que -estando preñadas de sentido- acaban por marchitarse como un útero estéril debido al uso frívolo del concepto. 

El pasado 27 de agosto la activista Mary Alice Arthur volvió a profundizar en Bonn en The art of hosting y -en esta ocasión- puso el acento en cuidar, en primer lugar, de uno mismo. Interesante.

Quienes nos dedicamos a la consultoría hemos de crear las condiciones en las que los cambios ocurran en las organizaciones que nos contratan. Por eso cuando recibo un encargo empresarial pongo empeño en cuidar tanto las cuestiones "logísticas" como las "anímicas" de manera que se propicien un tiempo y un espacio donde emerja el máximo potencial de la compañía (sistema), los participantes (actores del cambio) y -si es posible- de los stakeholders (clientes, proveedores, ciudadanos del entorno...).

Me suele costar una batalla de incomprensión con los directores de recursos humanos hacerles entender que el cómo (el lugar, entorno, horario, tipo de sillas y distribución en la sala, disponer de agua, fruta o café) impacta de manera relevante en el qué (el proceso de transformación y mejora que se pretende). Con frecuencia pierdo la batalla y ya no lo tomo como algo terrible o personal si bien lo sigo peleando.




En cada encargo empresarial, The art of hosting me coloca en posición de anfitriona de un encuentro cuyo objetivo está minuciosamente detallado en un documento y cuyo resultado, sin embargo, pende (y depende) de mil factores entre los que el conocimiento y la experiencia del consultor solo es uno más. Cuando enfoco un encuentro de trabajo en una empresa me pregunto de antemano: ¿Se sentirán cómodos los participantes? ¿Acudirán voluntariamente? ¿Les computarán como horas trabajadas? El tema ¿responderá a lo que les inquieta /preocupa? ¿Estarán todos los que son? ¿Serán todos los que estarán? ¿Quién elegirá a los participantes? ¿Con qué criterios?

Siempre que atisbo la mínima posibilidad trato de clarificar estas cuestiones de antemano porque contribuyen de manera relevante al despliegue de la actividad y revelan con descaro y precisión el margen de maniobra que -de verdad- se otorga la organización para implementar determinados cambios.

Finalmente considero que The art of hosting implica cierta capacidad de acoger, de dar la bienvenida, de cuidar, de alegrarse genuinamente del encuentro con los demás. Por lo que a los consultores se refiere, The art of hosting nos coloca en el rol de actores al servicio del sistema custodiando que las condiciones (de todo tipo) favorezcan el despliegue del potencial. Nada más. Nada menos.

Interesados en el devenir de la story activist Mary Alice Arthur pueden asomarte a este vídeo de 17 minutos de duración ¡que recomiendo!


miércoles, 28 de agosto de 2019

Visibilidad del Ceo / Fortaleza de la Marca



El greenwashing ya no funciona. Hace una década los publicistas optaron por presentar las marcas con un perfil respetuoso con el medio ambiente. La tendencia -cuya finalidad última era vender- fue bautizada como greenwashing y (en general) los consumidores respondieron positivamente a lo que era pura estrategia comercial. En 2019 ya no funciona. ¿Por qué? Los ciudadanos tienen acceso ilimitado a la información sin que fronteras, censuras ni rango intelectual segmenten la toma de decisiones: cualquier noticia negativa salpica una marca y su huella digital  resulta difícil de camuflar. Se impone la transparencia: hay que ser respetuoso con el medio ambiente de verdad en un ejercicio de honestidad y coherencia.

Todo es marca: lo que se dice, lo que se omite y lo que tratamos de ocultar, y aunque no se haga de manera consciente siempre se comunica.




Se impone la transparencia del palacio de cristal: sin muros ni sordinas que amortiguen lo que hay ¡lo que es! una tendencia que alcanza a los máximos responsables de las compañías.

He trabajado con nueve Ceos de los cuales tan solo uno se muestra en redes sociales como un influencer posicionando su compañía con criterio, elegancia, persistencia, apertura mental, creatividad y estrategia. Cuando trabajé con él (2015) su impronta en redes sociales ya era relevante y recibía críticas de su propio comité de dirección que veía con malos ojos que el máximo directivo de la firma colgase a diario un post por más adecuado y relevante que fuese el contenido al mismo tiempo que obviaban la recomendación del plan estratégico de divulgar noticias positivas en soportes digitales. El Ceo se sentía incomprendido y frustrado pero siguió posicionando la empresa -con gran éxito mediático- en diversos foros internacionales. Era (y sigue siendo) un visionario y -por lo que se refiere a mi trayectoria con Ceos- una brillante excepción.

Con los ocho Ceos restantes me he empleado a fondo en procesos de "evangelización" para que integren la actividad internauta como parte de las tareas vinculadas a la generación de negocio. Excepto con una directora general del sector informático reconozco un éxito tibio con apenas la apertura de algunos perfiles profesionales en LinkedIn, poco más.

Me reconforta, sin embargo, que tanto las publicaciones especializadas como la prensa internacional insisten en la conveniencia de que los directivos de primer nivel estén en la escena como parte de una eficiente gestión empresarial que incluye otras acciones como el fortalecimiento del orgullo de pertenencia, la ausencia de desigualdades salariales y precariedad o las encuestas de clima. Todos los referentes pivotan sobre el eje de la transparencia, así que en septiembre volveré a la carga con mis Ceos en un intento de erosionar su miedo, ese disfraz que a veces utiliza pudor.


viernes, 23 de agosto de 2019

Doble mirada: el gran cuadro y los detalles



Entre quienes me conocen tengo fama de dura.  Este verano sin embargo afino mi "sensibilidad emocional" a base de una dieta de bienestar personal, descanso, mimos, caprichos, cultivo de algunos hobbies largamente abandonados y cercanía de mi hija. Consciente de las necesidades vitamínicas de mi alma, no siempre puedo atenderlas (o eso creo) si bien este otoño intentaré mantener al menos una "reserva" cuando me incorpore a la actividad laboral.

Leo Think like an artist -escrito por Will Gompertz (ex-directivo de la Tate) y editado por Penguin- un minucioso análisis de los procesos creativos de los grandes genios del arte (sobre todo pintores) en los que el autor está especializado. Aunque a ratos el libro se hace un poco cuesta arriba persisto porque la edición inglesa me ayuda al flujo mental en el idioma en el que vive y trabaja mi hija y en el que me desenvuelvo cuando le visito (Londres). La lectura de Think like an artist se vuelve una actividad práctica por el mero hecho de fortalecer mi inglés al mismo tiempo que encuentro de utilidad algunas reflexiones que Gompertz (editor de arte de la BBC) aplica a la pintura y yo extrapolo a la empresa.




"Para ser creativo conviene volcar foco y pasión en tu actividad, así como manejar con soltura luces y sombras" que en el ámbito empresarial podemos traducir como éxitos y fracasos, amenazas y oportunidades...

"Además una obra maestra se concibe primero en la cabeza del artista y después se plasma en el lienzo". Una vez más adquiere sentido esa pequeña frase que tanto me gusta: creer para crear (nuevas realidades). Dice el experto que el artista ha de mantener una doble mirada: por un lado ha de tener la perspectiva de la totalidad del cuadro (big picture) y por otro ha de concentrarse en mil detalles. Bajo el enfoque sistémico de las empresas ha de prevalecer la visión de la totalidad al mismo tiempo que se cuidan los infinitos detalles que emergen de la complejidad: personas, procesos, clientes, proveedores, materias primas, inmuebles, inversiones... Quizá el pequeño libro de Gompertz merezca que un poco de cariño ya que anima a cultivar la "sensibilidad emocional" que precisan los detalles ¡también en la empresa!



lunes, 19 de agosto de 2019

Patinete en la oficina ¿eficiencia o cosmética?



Relato de verano. Londres. Una clienta comenzará a trabajar en septiembre en una compañía con sede central en Palo Alto, Estados Unidos. La barrera de entrada es tan alta que ha pasado catorce entrevistas con varios departamentos, equipos y responsables con los que trabajará en las diversas sedes de la empresa en las principales capitales europeas. Durante las semanas que ha durado el proceso de selección hemos mantenido muchas conversaciones telefónicas y estos días en persona en la capital británica. Por lo que comparte, la empresa tiene el avanzado modelo de gestión propio de las BigTech. Hemos hablado mucho de los pros y contras de estas compañías antes de aceptar la  propuesta que le han hecho. 





La cuidadosa selección parece responder al conocido principio de management según el cual "el la empresa, los problemas y las soluciones entran por la puerta de contratación". 

La empresa californiana integra en su plantilla a profesionales que practiquen el multitasking, trabajen duro en entornos diversos, complejos y cambiantes, sean autónomas en la toma de decisiones y se coordinen a la perfección con la totalidad de la pirámide productiva. Si hubiera que hacer un titular podríamos decir que contratan personas altamente capacitadas y creativas. 

La búsqueda de resultados extraordinarios moviliza la totalidad de la estructura lo que incluye el diseño de los espacios: amplios, abiertos, versátiles, coloristas...  Pongamos un ejemplo: cada planta del edificio central de la compañía en Londres posee un parking de patinetes como el que transporto yo misma en la fotografía. El fin que se anhela es claro: que los profesionales vayan contentos a trabajar, que estrujen sus neuronas en la búsqueda de las mejores soluciones a problemas emergentes, que se relacionen y comuniquen entre sí... Mi clienta está fascinada con el parking de patinetes y otras chucherías cuya eficiencia está siendo cuestionada por la Universidad de Harvard. Dos investigadores acaban de publicar un informe titulado "El impacto del espacio de trabajo abierto sobre la colaboración humana" del que se hace eco el artículo publicado por El País Retina. 

Sin duda los espacios polifónicos propician estados de flujo y la ausencia de muros fomenta la conectividad, la polinización de ideas, el fortalecimiento del cerebro social y la inteligencia colectiva pero... a costa de la también necesaria concentración. Quizá lo que funciona en Apple no lo hace en Ferrovial o lo que es inherente a las BigTech no se puede extrapolar a las empresas constructoras...

Personalmente me quedo con la sabiduría de Angélica Sátiro cuyo vídeo recomiendo: la magia de la creatividad comienza en el espacio interior (que hay que entrenar) fortaleciendo la confianza en nuestras capacidades, alentando el coraje de ser y pensar diferente y actuando en el mundo (espacio exterior) en busca de un bien transpersonal que tal vez no viaje en patinete.


miércoles, 14 de agosto de 2019

Deporte: el nuevo Elevator Pitch



Relato de verano. Mi primer jefe recomendaba salir del despacho para capturar primicias. Él mismo pasaba buena parte de sus jornadas en las barras de algunos locales de lujo de mi Bilbao natal. Bebía, claro que bebía, y se relacionaba con políticos, empresarios y futbolistas de moda. De vez en cuando levantaba una noticia que al día siguiente hacía un titular a cinco columnas en El Correo, periódico de referencia en Vizcaya, así que su "método" funcionaba, le funcionaba. 

Yo era una mujer tímida que apenas superaba los veinte años y no bebía, así que mi falta de descaro y estómago me mantenían en la madriguera de la redacción de la que solo salía para cubrir ruedas de prensa, atentados y eventos cuya convocatoria había sido cuidadosamente planificada por el gabinete de comunicación del partido político, empresa o sindicato correspondiente. Mi método pocas veces generaba una noticia a cinco columnas, aunque llenaba algunos espacios informativos.




En 2019 reconozco que las verdaderas noticias -como los verdaderos negocios- no se gestan en los despachos ni son cuidadosamente planificados, sino fruto de algunas casualidades no del todo azarosas... Me ha costado décadas de ceguera e ingenuidad reconocer que mi primer jefe tenía razón y que el mundo no funciona bajo el foco de luces y taquígrafos.

Como entrenadora senior de líderes soy testigo de que la carrera de un profesional no depende tanto de su capacidad y entrega a la empresa cuanto de la jerarquía de las principales personas con las que se relacione ya que el organigrama conlleva poder e influencia. Poder de tomar decisiones e influencia para que otros las apoyen.

Para hacer carrera hay que ser un profesional y parecerlo ante quienes pueden decidir promociones, degradaciones y despidos. Ser + Parecer + Relacionarse con las personas adecuadas, en el lugar adecuado y en el momento adecuado: Branding o proyección de la "marca personal". Este tema salió como favorito en el claustro de alumnos del curso de verano que he impartido hace unos días en la Universidad del País Vasco a profesionales senior de todos los sectores.

La máquina de café y el espacio de fumadores son los lugares donde los profesionales hacen contactos entre sí. Se trata de un estrato básico que no juega en la primera división. Quienes realmente deseen hacer carrera tendrán que incorporar a sus rutinas el running o el pádel (mandos intermedios) o el golf (alta dirección).

La lista de trending topic afirma que participar en carreras de empresa puede impulsar promociones y que armado con un palo de golf se pueden cerrar los contratos de la historia. De hecho, el 51,5% de los directivos de las empresas del Ibex 35 juegan al golf. Curfioso ¿no les parece?




sábado, 10 de agosto de 2019

El horizonte 2032



Relato de verano. Como el yudoca rompe un ladrillo de un golpe certero, Tony Robbins ha desintegrado mi auto imagen, lo que incrementa el desconcierto estival.




El canon señala las diez mil horas de ejercicio profesional como el umbral para ser considerado un experto en cualquier materia: ingeniería, abogacía, ortodoncia... también en coaching o entrenamiento a líderes y equipos empresariales. Alcanzadas las doce mil horas dejé de acumular fichas de sesiones en el despacho de San Sebastián: la montaña de papel alcanzaba el metro y medio, semejante  cantidad superaba las exigencias de todas las certificaciones internacionales y cumplimentar una ficha técnica tras cada sesión ya no aportaba al proceso, al cliente ni a mí. Finito. Stop. Dejé de hacerlo. 

Por aquel entonces (2016) Sir John Whitmore me confirmó que en Europa existían pocos coaches certificados que hubiesen trabajado tantas horas entrenando a profesionales y equipos. Me sentí orgullosa y continué con mi oficio. 

Dejé de contar horas y de acumular papel pero seguí trabajando con intensidad. En 2019 desconozco el número de horas llevaré en esta profesión pero hasta hoy me sentía una experta en la materia.  Hasta hoy, jornada en la que Tony Robbins ha destrozado mi auto imagen ya que afirma que para ser considerado un experto hay que practicar al menos treinta años tu oficio. ¡Treinta años!

Comencé en el 2002, sumo treinta años y me pregunto si la vida me alcanzará hasta el 2032. Después me voy a la playa: al menos el horizonte sigue al fondo del Cantábrico y consuela porque en verano pierdo algunas coordenadas que me orientan: sin horario ni clientes, sin obligaciones ni rutinas, sin cansancio... Lanzo mi pupila a la línea del horizonte y me pregunto si los barcos caerán del otro lado... Recojo mis bártulos y vuelvo a casa desorientada: hasta el año 2032 no seré considerada una experta por Tony Robbins. Huggg.





lunes, 5 de agosto de 2019

Escribir sin censor ni corrector



Relato de verano. El cormorán llega, se sumerge entre las rocas que deja el puntal en bajamar, sacude sus alas en lo que parece ser un saludo y se centra en la tarea de pescar en la que se juega la supervivencia. Es muy eficaz y captura dos pececillos en el rato que me tomo un café solo en el pretil del Peine del Viento, en mi querida San Sebastián. Calculo que demoro diez minutos, doce si está muy caliente.




Este lugar es la representación de la libertad. Cada mañana bajo las escaleras obviando el cartel de prohibido-precaución y me sumerjo en el Cantábrico hasta que siento frío y regreso a las rocas de acantilado donde es fácil resbalar a la mínima distracción. Como lo hago todos los días he perdido el miedo y me muevo con cierta agilidad -aunque a años luz del cormorán-. La libertad que siento es la de estar sola en un lugar algo inhóspito en completa comunión con el salitre, el aire, las rocas y las decenas, cientos, miles de cangrejos que viven aquí. Realmente nada de lo que pueda escribir transmite algo de la vigorosa sensación que aporta el mar, la mar que dicen los arrantzales (pescadores vascos).



Por la tarde persisto en mis prácticas de escritura automática: veinte minutos a chorro (sin censor ni corrector) cuyo objetivo es limpiar, limpiar, limpiar mi interior; volcar, volcar, volcar pensamientos primarios y soltar la mano antes de construir la estructura de un libro al que quiero dedicar algunas horas este año (septiembre 2019-septiembre 2020).

Soltar la mano es otorgarse la libertad del cormorán que no rinde pleitesía a nada, a nadie, que no se atiene sino a las normas primigenias de la existencia, que se centra en la tarea con el refinamiento de un maestro zen y que no necesita nada para estar en sintonía con el universo del que yo misma formo parte. Veinte minutos con la mano en movimiento, letra prieta y abigarradas frases sin punto y aparte en un cuaderno hecho en India para una empresa con sede en Nueva York www.galison.com  cuya tapa de tela es muy agradable al tacto. No quiero que se me acabe antes de un mes y a este paso ¡no me alcanzará!

La influencia de Natalie Goldberg en mi escritura es una invisible, dulce y alentadora huella que me alimenta desde que la descubrí en algún momento anterior al 2012, cuando leí por quinta vez El gozo de escribir. La décima lectura (agosto de 2019) sigue nutriendo mi alma con la frescura de quien comparte su verdad sin pretensiones: la desnuda, ruda y bella verdad de quien tiene algo que contar sin pedir nada a cambio salvo un poco de respeto por "El gozo de escribir", un libro que recomiendo. 


sábado, 3 de agosto de 2019

La pantalla grande ¿amplia el mundo?



Relato de verano. Mi familia quiere regalarme un iMac (Apple), así que hoy hemos peregrinado nueve kilómetros a pie al centro de la ciudad para visitar dos tiendas frías, feas y tecnológicas que ofrecen los últimos modelos. El teclado me ha parecido muy plano (cada vez se aleja más de la máquina de escribir Underwood que utilicé en los años noventa cuyas letras había que golpear para que tatuasen el papel).




La pantalla del iMac es muy grande y mi hija dice que aporta libertad. Las dos pensamos que es una herramientas de trabajo: no más, no menos. Yo intuyo que expandirá el espacio de mi mente. En casa consideran que lo necesito ¡ya mismo! Yo no estoy convencida.

Por la tarde hacemos una búsqueda on line para contrastar precios que oscilan unos 300 euros arriba-abajo y acabamos de perder una ganga en El Corte Inglés donde los ordenadores-rosquilla han desparecido bajo demanda de consumidores golosos y avezados.

Creo que me haré a la pantalla grande, al teclado plano y al cierre del programa desde la izquierda. Y será una gozada si es más rápido que el denso (y sobrecargado) ordenador que utilizo desde hace ocho años. Por cierto, no sé qué haré con el viejo una vez que lo vacíe ¿venderlo? ¿regalarlo? ¿tirarlo? ¿reciclarlo? No sé. Bueno... todavía está vivo, entero, entre nosotros hasta que tenga sustituto. Mac. Mac. Mac. Bip. Bip. Bip.