En la facultad de periodismo (UPV) contaban que la comunicación se produce cuando un emisor transmite un mensaje a un receptor. ¡Evidente, querido Watson! Alguien habla, alguien escucha, y en ese baile comparten una idea, un proyecto, una declaración de intenciones, una oración, un presupuesto, un chiste, un cotilleo... Por lo que al proceso comunicativo se refiere, poco importa el contenido.
Me licencié en 1984 y desde entonces algunas cuestiones permanecen y otras han cambiado. El mecanismo básico de la comunicación humana se mantiene, si bien se ha sofisticado en las dos últimas décadas. Habiendo practicado muchos años el periodismo activo, siento la comunicación como mi medio natural, mi amigo Ricardo diría "como pez en el agua" que es -exactamente- como me siento cuando escribo: suelta, cómoda, gozosamente centrada en narrar.
Enterados de mi expertise, algunos empresarios con los que trabajo en Adegi se decantan por objetivos relacionados con la competencia comunicativa tan necesaria en los puestos gerenciales. Unos preparan ponencias para congresos, otros la intervención anual ante la asamblea general, y algunos hilan más fino apuntando a habilidades delicatessen como la "escucha empática", esencial en la comunicación de calidad.
En una sesión de Coaching Empresarial el diseño de un objetivo nos confronta con muchas preguntas tales como: ¿Qué razones te llevan a querer desarrollar la escucha empática? ¿Para qué? ¿En qué nivel de escucha empática te encuentras ahora? ¿Cuál quisieras obtener? ¿Qué es -exactamente- para ti la escucha empática? ¿Qué modelos referenciales tienes en tu entorno que practiquen este tipo de escucha? ¿Qué repercusiones positivas esperas obtener tras la mejora de esta competencia? etc.etc.
Resulta comprensible que una vez realizado este buceo cognitivo-filosófico-emocional el empresario descubra que la escucha activa es la punta de un iceberg en el que cuanto más profundiza más encuentra... emulando al sabio que sólo sabía que no sabía nada... Y esto es lo que ayer ocurrió con Andrés. Ahora bien, lejos de amedrentarnos, nos crecimos ante el desafío de transformar su escucha actual 6,5/10, en una escucha empática de 8,5/10 en el plazo de un semestre.
En el incipiente camino de mejora iniciado ayer ¿qué descubrió Andrés? Que la escucha empática además de un iceberg es una consecuencia cuyas causas hemos de buscar en el ego, en la actitud invasiva, en la creencia yo sé-tú no sabes, en el paradigma yo soy importante y tu no, en yo primero y -si queda tiempo- tu después. En definitiva, que cuando no escuchamos de una manera plena existe una cierta prepotencia, un culto al yo, y un enamoramiento del propio discurso en detrimento del ajeno... Hábitos antiguos cuya modificación provocará resistencias y enfados mientras se gestiona el avance hacia el desarrollo del propio potencial y ¡de paso! mejora la escucha empática. Mi cliente se fue enfurruñado si bien horas después me escribió: "... Muchas gracias, Azucena. Por fin he comprendido por donde hincarle el diente a este asunto y j...r sí que es latoso". ¡Elemental, mi querido Watson, de otro modo estaría resuelto hace mucho tiempo!