Trabajar en equipo es aprender a cooperar, esa es la principal transferencia de conocimiento de algunos de mis mentores internacionales. De sentido común y apariencia simple, esta verdad me acompaña desde que en 2002 opté por especializarme en los rudimentos de la construcción de equipos que transformen las organizaciones.
Cooperar es un verbo de mayor rango que coordinar y que colaborar que están en suspenso en la mayoría de los talleres, fábricas y despachos del entorno en el que me contratan.
La cooperación pasa por la "negociación creativa de intereses", enfoque cercano a la mediación en el que resulta imposible avanzar si no hay un diálogo honesto y una puesta en práctica de comunicación no violenta.
Algunos factores propician el avance hacia la cooperación, otros lo dificultan. Entre los primeros: la generación de confianza en la potencia del equipo para solventar los desafíos que se presentan, la coherencia entre lo que se dice y se hace, la transparencia en la comunicación y el apoyo a las personas cuando lo necesitan... Entre las situaciones que impiden la cooperación se encuentran la sobrecarga laboral, el estrés emocional, malas relaciones interpersonales, desequilibrio entre el dar y el recibir...
Dado que los humanos vivimos cada vez más tiempo y que la jubilación se estira hacia los setenta, en algunas empresas conviven cuatro generaciones de profesionales con sus distintos momentos biológicos, conocimientos, experiencias, relación con las tecnologías y valores. Las empresas que apuesten por la creación de equipos como palanca del cambio harán bien en integrar el nuevo paradigma: la gestión de la diversidad generacional, como una nueva clave de éxito que se añade a las tradicionales de comunicar con eficacia, relacionarse con empatía, ser flexible... etc.