No sé si la simplicidad es la máxima sofisticación -frase atribuida a Leonardo da Vinci- pero cuando en una conferencia, taller o formación me hablan de la sencillez con la que se entiende lo que explico y de la facilidad con la que hago las cosas me siento un poco tonta porque lo que fluye con aparente espontaneidad lleva muchas horas de trabajo y un diseño artesanal de cada una de mis intervenciones en público.
Doy los últimos retoques al power point que utilizaré mañana (lunes 29) en la Universidad del País Vasco, ensayo la narrativa que ilustra las slides, repaso los apuntes de oratoria, preparo los identificadores de los participantes, me aseguro de llevar materiales para todos y, finalmente, dibujo un canon de contra-normas para colgar en la pared con la intención de que propicie un clima de apertura al aprendizaje y la experimentación en aula. No sé si lo conseguiré, pero me afano en la intencionalidad de conectar con los alumnos, despertar su curiosidad y -en mi modestia- aportar algunas experiencias testadas en el mundo real por si pudieran servir de atajo a quien quiera transitarlo.
Dicen que un buen taller experiencial deja en los alumnos tres o cuatro ideas germinales: semillas que florecerán semanas, meses o años después. No aspiro a más.
¿Cuál es la propuesta esencial del taller que impartiré en el Palacio de Miramar (San Sebastián)? Que el liderazgo es ¡una decisión! ¿Otras ideas complementarias? Liderar es apostar por tus propios sueños minimizando las influencias limitantes de tu entorno social. Apostar por tus sueños, transformarlos en objetivos alcanzables, persistir -como Demóstenes- hasta el logro y celebrar... Celebrar la vida. ¿Qué más? Liderar es movilizar la totalidad de tu potencial dejando marchar el miedo, la inercia, los juicios, los prejuicios… ¿Algo más? Inspirarte en modelos referenciales (personas que lo han conseguido) y buscar un mentor que acompañe tu desarrollo porque "... el límite es el cielo..." (Anthony Robbins).