Entro y salgo de los sistemas productivos. Soy un agente de cambio y mejora. Palabras que suenan grandilocuentes. Comienzo de nuevo. Entro y salgo de las empresas con dos objetivos: primero el que marca la entidad, y después otro. ¿En qué consiste? En evitar el sufrimiento innecesario en las organizaciones. Sería honesto afirmar que se trata de una misión profesional, en realidad una obsesión cuya terquedad me sostiene en los acantilados que transito.
Doy fe de que hay mucho sufrimiento innecesario en las empresas (todos los sectores y tamaños): ¡mucho trabajo por hacer! Al principio las cosas fluyen: eres la novedad en el Comité de Dirección y muestras la cautela de los aventureros en la selva. Pero los meses mueven las hojas del calendario, los Comités de Dirección se suceden como un baile con el mismo fondo musical, y comprendes las dinámicas internas de la empresa: por dónde se mueven el poder y la influencia, los intereses contrapuestos, la diversidad de estilos de liderazgo e incluso las limitaciones de los principales directivos.
En tres o cuatro meses ya no eres la novedad en el comité ni te muestras tan prudente en tus comentarios, sino que avanzas hacia el objetivo de cambio y mejora: cumples con tu trabajo. Entonces lanzas preguntas incómodas, compartes feedback, aportas conocimiento y -reunión a reunión- empujas el sistema hacia la entropía, ese lugar que la RAE define como desorden y en verdad es una etapa evolutiva inevitable hacia otra manera de funcionar. ¿No se trataba de eso? ¿Es posible evolucionar sin que nada cambie?
Tras el desconcierto inicial -que muchos directivos digieren mal-, las nuevas dinámicas (de apariencia entrópica) generan resultados si hay una masa crítica suficiente de profesionales que entienden las bondades del cambio y están dispuestos a abrazarlo.
Es duro sostener la fase de entropía y con frecuencia roza lo insoportable para los Ceos adictos al control, la microgestión, el pensamiento único y -en una palabra- el ordeno y mando. Si todo va razonablemente bien, a esa fase le sigue otra en la que se estabilizan los cambios, baja el miedo, sube la esperanza y asoma la alegría.
Pasado un tiempo el Comité de Dirección puede analizar el proceso realizado y comprobar que el duro y pedregoso camino merece la pena: reuniones participativas, escucha empática, decisiones compartidas y honestidad en las conversaciones. En una palabra: los principales directivos estarán mejor preparados para afrontar el futuro de la compañía.
Siempre supimos que el liderazgo exigía coraje, ahora comprendemos que transitar la entropía es inevitable en procesos de cambio y mejora empresarial.