Buscando naipes para construir con mayor precisión el futuro deseado, he pasado cuatro días en Madrid, la capital de España, donde permanezco. La niebla densa del aeropuerto de Barajas (T-4) oculta el sol de la mañana que encontraré -dentro de unas horas- en el aeropuerto de Fuenterrabia (San Sebastián), la misma pista que lanzó el pasado jueves el vuelo Iberia 8327 con destino a lo que yo soñaba como "gasolina para el motor del mañana"...
Los retazos de Madrid son reproducciones a escala de lo que acontece en cualquier otra gran ciudad del mundo. A las once de la noche de un jueves cualquiera las luces navideñas brillan lujosamente en la calle Serrano donde te colocan el abrigo y la bufanda al salir del Kabuki Wellington -una estrella Michelín, y donde la copa de champagne Ruinart alcanza los dieciséis euros-. Los retazos de la capital son escenificaciones de un mundo de abismos que a las ocho de la mañana de un viernes cualquiera te presenta en la calle Atocha a una mujer (apenas cubierta por un vestido y un viejo jersey) descalza sobre el pavimento bajo una lluvia terca e inmune al sufrimiento, igual que los transeúntes que pasan por allí. Y en estas alcanzo el metropolitano y -sobre la línea morada dirección Fuencarral- releo a Thomas Piketty que me inspira, acompaña y permite entender algunos mecanismos perversos del enfoque financiero de la existencia en el siglo XXI. Considera Piketty que el pasado está devorando el futuro entre otras consideraciones porque la tasa del rendimiento medio del capital supera la tasa de variación de la renta nacional. En una palabra y para mi madre (que me lee desde el Mediterráneo): la desigualdad aumenta en el planeta entre ricos y pobres, entre los inversores y los que vivimos tan solo de la ubre de nuestro trabajo.
Me apeo en la parada del metro de Fuencarral. El edificio de la Fundación Telefónica muestra el esplendor de uno de los principales ex-monopolios españoles. El la planta tercera se despliega una exposición que profundiza en el proceso creativo y fondea en los cómos, los porqués y -sobre todo- los para qué crear negocios, recetas u obras de arte. Auditando el Proceso Creativo es el título de la mágica exposición de Ferrán Adria y El Bulli desde su inicio hasta el cierre y su continuidad como un eco de relaciones y proyectos que se repican como las campanas de la iglesia de un pueblo castellano.
Me muevo entre la niebla de la T-4 a unos minutos de la llamada de embarque del vuelo Iberia 8316, puerta de acceso K 72 con destino al País Vasco. En la comisura de mis ojos asoma el pie descalzo de la mujer sobre el resbaladizo asfalto de un Madrid torrencial. En el lóbulo de mis orejas repica la campana de Ferrán Adria y la creatividad como un fondo de armario de todo lo que me interesa: la literatura, la naturaleza, el arte y -finalmente- la intervención en organizaciones, mi profesión-espada-armadura (externa) de mi vocación (interna), tema que me trajo a Madrid en busca de naipes para afinar en la construcción un futuro deseado (mejor) que ponga coto a la barbarie y al abismo de desigualdad y evite el dolor innecesario que asola las empresas.
Pero el happy end no se ha producido porque 40 profesionales -curtidos y senior vinculados directa o indirectamente al mundo de la consultoría- no hemos sido capaces de supeditar los intereses privados
(terrenales) a la urgente necesidad de crear una comuni-red líquida de mutuo apoyo, sostén e inspiración (trocito de cielo) a quienes impulsamos cambios intencionales en las empresas y su complejo entramado de luces y sombras.
Es por esta razón que me voy de Madrid con el sabor agridulce de lo que pudo ser y no fue, con más amor que nunca por mi vocación, con renovada certeza de la urgencia de construir un futuro con sentido y oportunidades correlativas al talento, la perseverancia y la chispeante magia de la creatividad, prima-hermana de la esperanza, ese aliento que nos empuja a creer para crear. Esta vez no ha sido posible... ¡quizá en otra ocasión! acaso con otros compañeros o entorno... En próximos post desgranaré el fabuloso despliegue de contenidos compartidos por los participantes y reunidos en Madrid por Eugenio Moliní. Continuará.
Me muevo entre la niebla de la T-4 a unos minutos de la llamada de embarque del vuelo Iberia 8316, puerta de acceso K 72 con destino al País Vasco. En la comisura de mis ojos asoma el pie descalzo de la mujer sobre el resbaladizo asfalto de un Madrid torrencial. En el lóbulo de mis orejas repica la campana de Ferrán Adria y la creatividad como un fondo de armario de todo lo que me interesa: la literatura, la naturaleza, el arte y -finalmente- la intervención en organizaciones, mi profesión-espada-armadura (externa) de mi vocación (interna), tema que me trajo a Madrid en busca de naipes para afinar en la construcción un futuro deseado (mejor) que ponga coto a la barbarie y al abismo de desigualdad y evite el dolor innecesario que asola las empresas.
Pero el happy end no se ha producido porque 40 profesionales -curtidos y senior vinculados directa o indirectamente al mundo de la consultoría- no hemos sido capaces de supeditar los intereses privados
(terrenales) a la urgente necesidad de crear una comuni-red líquida de mutuo apoyo, sostén e inspiración (trocito de cielo) a quienes impulsamos cambios intencionales en las empresas y su complejo entramado de luces y sombras.
Es por esta razón que me voy de Madrid con el sabor agridulce de lo que pudo ser y no fue, con más amor que nunca por mi vocación, con renovada certeza de la urgencia de construir un futuro con sentido y oportunidades correlativas al talento, la perseverancia y la chispeante magia de la creatividad, prima-hermana de la esperanza, ese aliento que nos empuja a creer para crear. Esta vez no ha sido posible... ¡quizá en otra ocasión! acaso con otros compañeros o entorno... En próximos post desgranaré el fabuloso despliegue de contenidos compartidos por los participantes y reunidos en Madrid por Eugenio Moliní. Continuará.