La niña atípica que fui pervive en la anciana atípica que soy. La niña y la anciana han caminado juntas mucho trecho del camino y se conocen bien: respetan sus diferencias y celebran sus coincidencias. Una de las más notables es su pasión por la belleza contemplativa que encuentran de manera recurrente en tres escenarios: la naturaleza, el arte y los templos, lugares donde el silencio permite escucharse a uno mismo y conectar con el todo, ese concepto holístico e integrador que nos contiene.
La contemplación de la belleza es un deseo que en la edad adulta se ha tornado necesidad al punto de que si paso unos días sin estar en la naturaleza o en la quietud de un museo el alma se marchita y el cuerpo languidece de cansancio...
La belleza -entendida como gozo de la naturaleza, el arte y los templos- no es un lujo sino una necesidad en las personas forjadas en la trascendencia. Reconozco haber sido educada en un colegio de monjas que contenía a escala los tres referentes: un jardín grande, algunas esculturas de mármol en los pasillos y una capilla.
La actividad profesional como entrenadora senior de líderes y equipos empresariales es apasionante y exigente: en cada intervención he de movilizar lo mejor de mi misma y al cabo de días, semanas, meses y años de trabajo va erosionando algunos átomos vinculados a la esperanza, la confianza, la defensa de datos y evidencias, la búsqueda de justicia (acaso de equilibrio) entre el dar y el recibir, planificar y fluir...
Mi actividad es fascinante y en su exigencia se lleva parte de los nutrientes de mi alma. La conexión con la belleza consigue reparar la erosión.
Hace dos semanas me levanté exhausta, fui consciente de mi desgaste y tomé una decisión: viajaría al Museo de Bellas Artes de Bilbao, un lugar que me resulta familiar ya que durante años visité regularmente cuando vivía en la capital vizcaína. En el museo fui recuperando mi energía y en parte mi alegría, retornaron la esperanza, la confianza, la búsqueda de la justicia, la pasión por los datos y las evidencias, la planificación y la fluidez... Recuperaba nutrientes cuadro a cuadro de autores que admiro desde la adolescencia y al cabo de una hora ya era totalmente yo y al cabo de dos horas y un cortado en la cafetería del museo (frente al parque en su esplendor otoñal) me sentía totalmente recuperada. Allí estaban el arte, el silencio, la naturaleza... y allí estaban los anhelos trascendentes de los pintores conectados a su pasión y a su destino. Pura belleza, pura inspiración.
Hoy leo a Saundra Dalton Smith, investigadora, psicóloga y escritora quien afirma que para sentirnos "descansados" (plenamente energéticos) necesitamos algo más que dormir, hacer deporte y comer bien. Según la escritora los humanos también precisamos descanso social (soledad), descanso sensorial (ausencia de ordenadores, móviles y televisiones) y -sobre todo- necesitamos belleza, arte y naturaleza... Voilá. ¡Justo!
En el Museo de Bellas Artes. Bilbao.
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