Hemos comprado una casa en el campo, modesta para los estándares sociales, un palacio para mí porque permite que pase muchos días al mes conectada a la naturaleza, formando parte de ella junto al río, los robles, hayas y encinas. Además, desde que practico el silencio al caminar, me he "tropezado" con preciosos animales en libertad: caballos, corzos, ardillas y ¡una liebre! tan ágil como proclama el tópico.
Pero no todo es monte y durante el fin de semana -que alargo cuanto puedo- leo con genuino placer y he recuperado mi pasión por la acuarela.
En este contexto adquiere relevancia el libro "La mente bien ajardinada" -escrito por la psiquiatra británica Sue Stuart-Smith- un texto de 340 páginas con fotografías de la autora, su esposo (arquitecto paisajista) y diversos activistas vinculados al cultivo de huertos y jardines.
Aunque no es nuevo, el mensaje central de la psiquiatra es atractivo: el trabajo con plantas relaja y mejora la salud mental. Además -afirma la autora- el contacto directo con una huerta o jardín incrementa la empatía y la generosidad, expande el tiempo, enseña a ser paciente y propicia una sensación de espacio alejado de las preocupaciones.
Hace años entrené al Comité de Dirección de un centro psiquiátrico ubicado en el municipio guipuzcoano de Usurbil donde tenían un huerto y los pacientes disfrutaban del cultivo de tomates y acelgas, coliflores y rosas. Me resultaba difícil identificar a aquellos pacientes como enfermos mentales cuando les veía en el campo serena-dócilmente trabajando la tierra, ese espacio compartido al que pertenecemos los humanos.
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