sábado, 29 de mayo de 2021

Aprender a ser paciente

 

Hemos comprado una casa en el campo, modesta para los estándares sociales, un palacio para mí porque permite que pase muchos días al mes conectada a la naturaleza, formando parte de ella junto al río, los robles, hayas y encinas. Además, desde que practico el silencio al caminar, me he "tropezado" con preciosos animales en libertad: caballos, corzos, ardillas y ¡una liebre! tan ágil como proclama el tópico. 



Pero no todo es monte y durante el fin de semana -que alargo cuanto puedo- leo con genuino placer y he recuperado mi pasión por la acuarela.

En este contexto adquiere relevancia el libro "La mente bien ajardinada" -escrito por la psiquiatra británica Sue Stuart-Smith- un texto de 340 páginas con fotografías de la autora, su esposo (arquitecto paisajista) y diversos activistas vinculados al cultivo de huertos y jardines. 

Aunque no es nuevo, el mensaje central de la psiquiatra es atractivo: el trabajo con plantas relaja y mejora la salud mental. Además -afirma la autora- el contacto directo con una huerta o jardín incrementa la empatía y la generosidad, expande el tiempo, enseña a ser paciente y propicia una sensación de espacio alejado de las preocupaciones. 

Hace años entrené al Comité de Dirección de un centro psiquiátrico ubicado en el municipio guipuzcoano de Usurbil donde tenían un huerto y los pacientes disfrutaban del cultivo de tomates y acelgas, coliflores y rosas. Me resultaba difícil identificar a aquellos pacientes como enfermos mentales cuando les veía en el campo serena-dócilmente trabajando la tierra, ese espacio compartido al que pertenecemos los humanos.


Artículo relacionado, pinchando aquí.  Libro citado pinchando aquí.

viernes, 14 de mayo de 2021

Caminar: Meditación en Movimiento


Tomando como cierta la afirmación de que "donde no hay belleza no hay conciencia", desde que tenemos una casa en la montaña vivimos sumergidos en la belleza vegetal y animal lo que -de alguna manera- incrementa nuestra conciencia existencial.

Sabido es que el cambio es lo único permanente (Heráclito) así que un mismo sendero jamás ofrece idéntica tonalidad, ni el río pasa dos veces por el mismo sitio ni es igual el trino de las aves ni los animales salvajes (o domésticos sueltos en los prados) permanecen estáticos. 

Todo es cambio y movimiento: incluso el trigo se alza milímetro a milímetro hacia la vertical del cielo y en mayo alcanza los veinticinco centímetros (en Castilla y León).





El hecho de caminar en silencio por senderos alejados de los pueblos es un placer inmenso. Hace años mi resistencia física apenas me permitía caminar cuatro-seis kilómetros con gran esfuerzo, ahora, sin embargo, alcanzo con facilidad los diez-doce kilómetros lo que me permite disfrutar de los placeres que emergen inesperadamente en cualquier recodo del camino. 




Por la noche, ya en casa, retomo la lectura del Tao Te Ching, libro que recoge los principios del Taoismo -una de las escuelas de filosofía más antiguas de oriente-. El texto de Lao Tse afirma que los humanos hemos nacido para cultivarnos... Interesante. ¿No les parece? Profundizaré en ello y compartiré con ustedes.

Artículo relacionado en el que el arquitecto danés Jan Gehl afirma que "caminar debiera ser considerado un derecho humano". 

Concepto relacionado: baños de bosque, en japonés Shinrin Yoku

domingo, 9 de mayo de 2021

Más vida y menos redes sociales

 

Desde el año 2008 -fecha en la que mi hija creó este blog coincidiendo con una visita a su casa de Stuttgart, Alemania- he escrito un post a la semana con la regularidad de las mareas. Sin embargo, el crono se paró el pasado 15 de marzo  2021 y hasta hoy no he retomado el teclado para compartir con amigos, clientes y lectores el flujo de mis pensamientos. ¿Qué ha pasado? 

Siendo cierta la intensidad laboral que me ocupa, no es la razón. El bajo nivel de prioridad que le otorgo tampoco es la causa de que no haya escrito durante siete semanas. No estoy enferma, ni lo está ninguno de mis seres queridos y -sin embargo- he fallado a la cita con los lectores -algunos de los cuales también son clientes y me preguntan por qué últimamente no escribo-.

A comienzos del mes de marzo adquirí una casa en las montañas de mi infancia y desde entonces me he dedicado a disfrutar de la naturaleza parte del tiempo que con anterioridad destinaba a escribir. Sigo participando en comités de dirección, impartiendo formación sobre la creación de equipos de trabajo, y realizo las sesiones de coaching individual que llegan a los despachos de San Sebastián y Bilbao. Digamos que atiendo la parte "productiva" de mi actividad como emprendedora bonsái pero... he soltado la mayoría de las actividades periféricas del negocio. 



El abandono de esa cita con mis pensamientos volcados en el blog y el desconcierto de algunos lectores me han hecho volver al teclado. Cita con el artista interior, que diría Julia Cameron. Pero... ¿qué ha pasado? ¿por qué no he escrito? ¿cuál es la relación entre la casa de la montaña y el abandono del blog?  Me he volcado en vivir ahí fuera -en el mundo real- y he dejado de contar cosas aquí dentro -en internet-: le he sacado gusto a buscar rincones en la casa nueva, pintar acuarelas para decorar el ático y buscar tazas de estilo inglés. Pero por encima de las ocupaciones domésticas, he sido capturada por la brutal belleza del río y los senderos que rodean mi "campamento base". 

Dejo a un lado la propuesta de García Márquez (Vivir para contarla) y -alérgica como soy a las dicotomías- se me antoja cierta la fórmula dentro-fuera: cuánto más contamos en las redes, menos vivimos fuera (en el mundo real) y viceversa. 

Siete semanas dan mucho de sí para transitar senderos tan cerrados por los matos, árboles, zarzas y espinos que -al pasar- te arañan los brazos si los llevas al descubierto.

Siete semanas dan para enamorarse profundamente de una tierra en la que pasé todos los veranos de mi infancia y en la que descubro mariposas, ranas, ardillas, ciervos, caballos, vacas, ovejas, perros, liebres y -lo más sorprendente por ahora- un jabalí negro que -al verme- se asustó mucho más que yo.

Sigo leyendo, pero en la casa de la montaña he cambiado los ensayos por la poesía, la economía por la filosofía y he retomado prácticas marciales a las que me dediqué hace algunas décadas. Diría que soy más feliz. Espero que no lea Álvaro este post. Es un ingeniero con el que trabajo en una fábrica de automoción y está persuadido de que ser feliz es sinónimo de idiota.


Algunos paisajes en Instagram