La felicidad consiste ¡en una siesta! de hora y media, algo que no practicaba desde el lejano mes de enero. Una siesta y ¡voilá! el mundo se coloca como un calcetín. He tenido una semana de seis días laborales de intenso trabajo interno y externo = gestión + atención a clientes (entrenamientos) y terminé muy contenta, motivada, chispeante de proyectos y exhausta, aunque la consciencia del cansancio no ha saltado hasta la mañana del domingo.
Hoy me he despertado con un talante infernal, como un volcán rumiando lava, aunque sólo he salpicado las paredes domésticas y a las diez de la mañana he cargado al hombro la mochila y me he dirigido al Cantábrico: no hay estupidez ni prepotencia que salga ilesa del combate con el mar. Infinitas tandas de siete olas han templado el sable con el que, al amanecer, hubiera cortado algunas cabezas.
Por mi trabajo, entro y salgo de las organizaciones como Pedro por su casa, y ese devenir me permite contrastar a fondo los aspectos que hacen funcionar o destruyen un negocio en el medio-largo plazo. Puedo verlo en acción, lo que facilita que separe el grano de la paja (lo útil de lo inútil) en un chequeo permanente entre la práctica y la teoría de los libros de empresa. Así que a estas alturas (más de siete mil horas de entrenamiento a líderes y equipos) no descubro la piedra filosofal si comparto con ustedes que: "... en las empresas, los problemas entran por la puerta de contratación...". No sólo porque algunos se dediquen a tomar el sol encima de los nenúfares -como la rana de la fotografía- sino porque porque más allá de las palabras las personas son el principal activo de las organizaciones. Lamento utilizar un discurso tan manido como cierto. Personas. Entreno las competencias soft para el ejercicio del liderazgo hard. Traduzco para quienes padezcan fobia anglófona: entreno las habilidades motivacionales y humanistas de las personas que hacen posible la producción, la excelencia, y el logro de objetivos en tres niveles: individual, de equipo y organizacional.
Y puesto que salgo y entro de las organizaciones como Pedro por su casa, de vez en cuando tropiezo con alguien que está haciendo la puñeta, con perdón. La semana pasada me encontré con una encargada nueva -antaño presidenta del comité de empresa- a la que además han incorporado al comité de dirección. Durante el entrenamiento manifestó un disgusto notable y una rotunda incapacidad para discernir qué hacer ante la petición de permiso de una trabajadora a su cargo que deseaba asistir al bautizo de un sobrino. Le pregunté en qué consistía la zozobra, y entonces me explicó que de las doce personas de su departamento dos estaban de baja y tres de vacaciones. Reconoció que -si accedía- era imposible cuadrar los turnos, imposible sacar la producción. ¿Entonces? le dije. No sabía cómo gestionar la petición puesto que su tendencia natural era decirle que sí, aunque su sentido común le indicaba o contrario.
No quedó ahí el asunto, sino que la empleada consultó con los sindicatos descubriendo que podía disfrutar de cuatro días de permiso ya que el bautizo era en Portugal. La encargada no tenía claro en qué nivel debía posicionar su raciocinio y su conciencia: si en el individual, en el de equipo (habría que incomodar a los compañeros y sentar un precedente), o en el de la organización (coste añadido al tener que recompensar -pagando- los días de sustitución).
Si los problemas medianos entran por la puerta de la contratación; los problemas grandes se cuelan en el Comité de Dirección al que esta encargada pertenece.
Terminamos el entrenamiento con una pregunta-reflexión que anotó en su cuaderno: ¿qué coste (económico, en calendario, en producción, en precedentes...) tendría para la empresa si en 2012 (beneficios bajos respecto a los años anteriores) todos los trabajadores cogieran cuatro días libres por bautizo de un sobrino? En fin, al escribir esta historia me acuerdo una vez más del anciano Meredith Belbin con quien me formé en Inglaterra. El sabio Belbin repite incombustible que en las empresas resulta clave situar a las personas adecuadas en los lugares adecuados calibrando con rigurosa inteligencia la aptitud y actitud de los trabajadores sean peones o directivos.