domingo, 7 de marzo de 2010

Miopía de Recursos

Mi amigo Txema se empeña en que aprenda a cuantificar la vida según los números. Más que la vida, los negocios: balance de resultados, cuenta de pérdidas y ganancias, amortizar, invertir... Dice que con estas herramientas se descubre casi a golpe de ojo la auténtica radiografía de una empresa y que más allá de las apariencias (los coches de los consejeros, los pabellones industriales y las villas junto al mar) lo que se detecta es cómo se financia el imperio y la rentabilidad del negocio. En fin, como dice el sabio refranero español: no es oro todo lo que reluce y conviene mirar al balance antes de casarse con alguien en forma de sociedad anónima, limitada, e incluso ganancial, je je...

Bajo el influjo numérico de Txema he salido de casa a las 8.00 a.m., he mirado el termómetro de la avenida: 0 grados centígrados y -en el primer cruce- he contado los semáforos que veía: 6, todos en rojo. Avería en la city mientras las calles a esas horas de un domingo parecían la primera escena de un juego de rol. Completamente vacías.

Sea como fuere he llegado a mi destino y de allí vengo para compartir con ustedes. Estoy triste tras participar en un entierro colectivo de enorme magnitud. Decenas de árboles muertos por tala en los montes vascos sin más delito que su existencia y generosa emisión de oxígeno, bellotas e incansables hojas al desánimo de las estaciones y sus cambios climáticos. Al sepelio han acudido cientos de compañeros aún vivos cuyo llanto ha formado al principio un riachuelo manso y -más tarde- una torrentera que arrastraba consigo restos de hojarasca, maleza, piedrecillas, barro y musgo seco. Torrentera de llanto por los caídos en pacifico combate sin defenderse del hacha, del hombre, de la barbarie. Árboles centenarios que a nada ni nadie molestaban, que con sus raíces sujetan terraplenes y montañas evitando desprendimientos, propiciando la rítmica respiración de la tierra.

Tras el funeral colectivo, he descendido por un camino estrecho custodiado por varetas de San José con sus florecillas amarillo-blanquecinas: inocentes, flexibles al viento. Me he alejado de la torrentera ¡adiós amigos! Como yo, soís de esta tierra que los humanos extinguimos por codicia, egoismo, insensibilidad y ceguera de recursos. Cuenta de pérdidas y ganancias: todos perdemos y acaso unos poquísimos miopes ganan en el corto plazo (menos de un año explica Txema) mientras el largo plazo pierde fuelle como un desesperanzado zeppelín a la intemperie. S.O.S.

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