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lunes, 23 de septiembre de 2024

La naturaleza... ¡nos sobrevivirá!

 

La fuerza de esta fotografía de Luis de Vega -publicada en el rotativo El País- me dejó colapsada. Durante un rato mis ojos se colgaron del horizonte lejos, muy lejos, del cafetín de mi barrio en el que leo la prensa dominical.

De Vega es un veterano fotógrafo que ha transitado más de treinta países con su cámara colgada del cuello. Su seniority -acaso su arte- está en la fotografía de los árboles que crecen en la Alta Galilea (norte de Israel), en un poblado de apenas seiscientos habitantes llamado Shear Yashuv. 

Los carteles insertados en los troncos son producto del hombre y rinden homenaje a militares muertos. No entraré al fondo de la cuestión porque desconozco los entresijos de la enrevesada (acaso envenenada) política internacional. Me quedo con la fuerza de la fotografía y una idea que se repite en mí...




Cuando los humanos hayamos destruido el planeta, el agua esté contaminada, el aire no sea respirable, las guerras y hambrunas hayan asolado la tierra... la naturaleza sabrá encontrar cauces de supervivencia, raíces de sabiduría y brotes genuinamente verdes que apunten al cielo donde entonces -y no antes- se escuchará un ruego, una plegaria. La naturaleza ¡nos sobrevivirá!


miércoles, 27 de septiembre de 2017

Sobrevolando Heathrow



Hay días con duende en los que descubro una ardilla en los bosques que transito. Hay días en los que soy consciente de la belleza que sobrevuela los cielos. Hay días en los que encuentro un hongo (boletus) precioso y comestible.


Cuando en una sola jornada ocurren las tres cosas es que los dioses han venido a visitarme ;-D


domingo, 7 de marzo de 2010

Miopía de Recursos

Mi amigo Txema se empeña en que aprenda a cuantificar la vida según los números. Más que la vida, los negocios: balance de resultados, cuenta de pérdidas y ganancias, amortizar, invertir... Dice que con estas herramientas se descubre casi a golpe de ojo la auténtica radiografía de una empresa y que más allá de las apariencias (los coches de los consejeros, los pabellones industriales y las villas junto al mar) lo que se detecta es cómo se financia el imperio y la rentabilidad del negocio. En fin, como dice el sabio refranero español: no es oro todo lo que reluce y conviene mirar al balance antes de casarse con alguien en forma de sociedad anónima, limitada, e incluso ganancial, je je...

Bajo el influjo numérico de Txema he salido de casa a las 8.00 a.m., he mirado el termómetro de la avenida: 0 grados centígrados y -en el primer cruce- he contado los semáforos que veía: 6, todos en rojo. Avería en la city mientras las calles a esas horas de un domingo parecían la primera escena de un juego de rol. Completamente vacías.

Sea como fuere he llegado a mi destino y de allí vengo para compartir con ustedes. Estoy triste tras participar en un entierro colectivo de enorme magnitud. Decenas de árboles muertos por tala en los montes vascos sin más delito que su existencia y generosa emisión de oxígeno, bellotas e incansables hojas al desánimo de las estaciones y sus cambios climáticos. Al sepelio han acudido cientos de compañeros aún vivos cuyo llanto ha formado al principio un riachuelo manso y -más tarde- una torrentera que arrastraba consigo restos de hojarasca, maleza, piedrecillas, barro y musgo seco. Torrentera de llanto por los caídos en pacifico combate sin defenderse del hacha, del hombre, de la barbarie. Árboles centenarios que a nada ni nadie molestaban, que con sus raíces sujetan terraplenes y montañas evitando desprendimientos, propiciando la rítmica respiración de la tierra.

Tras el funeral colectivo, he descendido por un camino estrecho custodiado por varetas de San José con sus florecillas amarillo-blanquecinas: inocentes, flexibles al viento. Me he alejado de la torrentera ¡adiós amigos! Como yo, soís de esta tierra que los humanos extinguimos por codicia, egoismo, insensibilidad y ceguera de recursos. Cuenta de pérdidas y ganancias: todos perdemos y acaso unos poquísimos miopes ganan en el corto plazo (menos de un año explica Txema) mientras el largo plazo pierde fuelle como un desesperanzado zeppelín a la intemperie. S.O.S.

domingo, 15 de febrero de 2009

Madeja del pensamiento

La vida -hermosa y libre- sigue su devenir de espaldas a la madeja de nuestros pensamientos. Bajo un manto amarillo de mimosas (árbol de olorosas flores dulzonas) -ver foto en álbum Picassa- una cabra ha parido hoy ante mis perplejos ojos tres cabretillos: como en el el mejor de los cuentos, de los sueños. Ha sido una explosión de vida -acaso con mayúscula- inesperada, fluida, natural, sin pretensiones, como todo lo que en verdad merece la pena.



Ha ocurrido en mi paseo matinal de los domingos, siguiendo el camino de Santiago dirección Orio, pueblo costero de Guipúzcoa donde vive mi buen amigo Álvaro. Hoy no iba a verle. En verdad mi pretensión era una vez más conectar con la naturaleza muy salvaje en esa zona al borde de los acantilados del Cantábrico.



Cuando ocurre algún acontecimiento como el de hoy me siento tocada por los dioses. Lo vivo como un regalo. Tres cabretillos que apenas se sujetaban sobre sus patitas: preciosos, tiernos, frágiles, ajenos por completo a las mil noticias grises contenidas en las páginas sepia que yo había leído apenas dos horas antes empapándome de economía y tendencias en gestión y entrenamiento de personas, mi trabajo (como saben).



Ya lo dijo hace tiempo Woody Allen "... la vida es lo que ocurre mientras estamos enredados en otras cosas...". Eso, justo, hoy, bien claro, bien alto para todo el mundo: la vida -hermosa y libre- continúa su devenir de espaldas a la madeja de nuestros pensamientos.



Arriba el azul más potente de las últimas semanas. Abajo el mar reflejando tonalidades. Al lado las mimosas amarillo reventón. Junto a mi la cabra exhausta y digna arropando a tus tres crías, lamiéndoles la piel con su entrega. Y yo... con mis páginas sepia en la mochila ensimismada ante el milagro de la vida (congelando por unos instantes la dichosa madeja sobre la que tanto escribió Krishnamurti).

Un gran espectáculo, una gran lección ¡de vida!