domingo, 16 de febrero de 2025

Empatía de ida y vuelta

 

Ayer me pasé todo el día en una fábrica, trabajando. Hay cosas que me desagradan y otras que lo hacen llevadero. Hay mucho hormigón por todas partes y ni siquiera desde el despacho del director general se ve una brizna de hierba o el mar -que se intuye cerca porque sobrevuelan las gaviotas-. 

Las jornadas comienzan pronto y se prolongan. En medio tengo muchas reuniones con personas. Las gaviotas y las personas hacen llevadero el hormigón.

Aunque estoy vinculada al proyecto solo desde hace tres meses, algunas cosas florecen y avanzan con agilidad hacia el logro de objetivos. En una de las sesiones de ayer, el director de producción quiso revisar algunas competencias de liderazgo donde descubrimos áreas de mejora. Siendo una persona cálida y cercana que se ha ganado el respeto de sus equipos (más de trescientas personas), me extrañó que priorizara trabajar la empatía, aunque todo se aclaró cuando explicó que necesita... ¡rebajarla! Antes de que se explayara, nos reímos los dos: él porque sabe el precio que paga por un exceso de empatía, y yo porque me acordé de mi mentor, Sir John Whitmore, quien en una conversación informal me dio dos consejos.




El primero, que centrara mi trabajo en la alta dirección de las empresas: "... Azucena hay que ir rápido en la transformación de las organizaciones, dispara arriba: si los que toman las decisiones mejoran, las reglas de juego se transforman y el impacto es mayor...". El segundo consejo fue que rebajase la empatía y explicó el símil de un puente levadizo que baja y permite la conexión con la obra orilla y sube y desconecta. Pero... -repliqué- la empatía nunca es demasiada, Sir John.

Estaba equivocada. Como en todo, el exceso provoca efectos colaterales no deseados que hay que calibrar. Mi director de producción es el refugio en el que acaban la mayoría de los sinsabores de sus equipos, su atenta escucha hace que las personas se sientan comprendidas, y su tendencia a la búsqueda de soluciones hace que su cabeza y su ánimo rebosen inquietudes que no le competen. 

Hay un exceso de bondad -que se muestra como empatía- que sobrecarga todos los circuitos de mi directivo (especialmente los emocionales) ya que ningún ser humano es inmune al sufrimiento. Hemos diseñado una estrategia y un plan de acción para que sin dejar de ser quien es (una gran persona) no se lleve a casa las frustraciones que no le pertenecen. 

Sir Joh Whitmore tenía razón, la empatía es un puente levadizo: hay que saber ponerlo y quitarlo.


El arte de que el otro se sienta visto, artículo de Pilar Jericó en El País. Tiempo de lectura: dos minutos.

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