Las niñas buenas van al cielo... y las malas a todas partes. Tardé algunas décadas en descubrir el transfondo auténtico y real de esa idea que, por cierto, es el título de un libro. Piénsenlo, tiene su punto chispeante y conecta -de algún modo- con la polémica (casi el enredo) que está generando la entrada "Trampas" (bastantes emails, gracias).
Las niñas malas se rebelan ante su destino. Retomo la Biografía I. Recordarán que yo tenía dos sueños: ser periodista o psicóloga y aunque mi familia me puso a trabajar con 18 años recién cumplidos, yo ya era un rule braker, una rompedora de normas, ya hacia "trampas" a mi destino. Conseguido el primer sueño, colmado casi hasta la saciedad tras casi dos décadas de trabajo como periodista y directiva de RTVE, después de publicar un par de libros y dirigir algunos talleres de creatividad, de escritura... me tomé un año sabático, un año de parón, lejos del mundanal ruído.
El domingo día 10 de marzo de 2002 el prestigioso periodista de EL PAÍS, Vicente Verdú, publicaba en la sección Tendencias -a página entera- un artículo titulado "El auge del Coaching, Técnicas para entrenar el espíritu" junto a una fotografía de la entonces senadora Hillary Rodham Clinton. Leí aquellas cuatro columnas más sus correspondientes ladillos y sumarios unas... ¿diez veces? sí, de veras. Aquel artículo, primero que se publicó en España sobre el Coaching cuando apenas una sola organización formaba en esa emergente profesión (hoy son decenas) viajó en el fondo de mi bolso, plegado en el cuaderno en el que vuelco proyectos y artículos. Viajó conmigo durante algunos meses. Llegó a estar amarillento, cuarteado en sus bordes, emitiendo reiteradamente su llamada cantarina, hasta que decidí hacerle caso, aquello era lo que yo quería hacer: acompañar a las personas en momentos de cambio, en fases de desafío, acaso poner luz -como Hécate- para que los humanos se atrevan a soñar, a elegir el camino menos transitado, el suyo, a poner a ese sueño una fecha límite y unas piernas, es decir, un plan de acción.
Me formé como Coach en la primera promoción española (Olacoach, pioneros del Coaching en nuestro país). Después he realizado muchos cursos más a través de programas europeos (Hobetuz), de diversas Asociaciones de Psicólogos, directamente con gurus internacionales como David Matthew y Sir John Whitmore... Me integré como miembro fundacional en la Asociación Española de Coaching, Asesco, y abrí un pequeñísimo despacho de Coaching en el centro de San Sebastián, el llamado por mis clientes "la caja de cerillas" en homenaje y recuerdo de un artículo muy leído y comentado -en Internet- entre los años 2003 y 2005.
Desde entonces siento que aprendo cada día, cada una de las más de tres mil horas de trabajo directo con líderes, con equipos, con personas de a pié. Esta es una profesión experiencial, mejora con la práctica, con el paso del tiempo, como el buen vino. Y según las estadísticas muchas de las mejores y más cotizadas Coaches son mujeres, mujeres mayores. Genial... aún tengo futuro para ser mala, ir a todas partes y seguir realizando un trabajo tan absorbente como fascinante, tan delicado como enérgico, tan teórico como práctico, tan balsámico como desafiante. El trabajo de ser Coach a jornada completa, full time, y de creérmelo. En eso no hago trampas. Con mis clientes, ninguna trampa. Quizá, algún día me anime a publicar algunos de los elogios escritos y firmados que me remiten por lo que obtienen del Coaching, por lo que sienten tras el Coaching, por añadir colores, sabores, olores, al asfalto monocolor que -parece- quieren imponer los hombres grises (referencia literaria al cuento Momo).
¿Y la fotografía de Hillary qué pintaba allí? se preguntarán. Al parecer, la entonces primera dama norteamericana había solventado algunas de sus principales crisis domésticas y profesinales gracias al trabajo con un Coach lo que ya entonces reconocía pública y orgullosamente. Hillary como estandarte de persona triunfadora, glamourosa, rica, mediática, influyente y por todo ello con visión para apoyarse en un profesional del Coaching que le ayudó a mantener la cabeza fria, la estrategia suficiente, como para no añadir brasas al caso Mónica Levinsky. El Coaching no es terapia, gustaba repetir Hillary, es para personas que no renuncian a sus sueños y poseen la inteligencia y el valor de medirse y de mirarse en el espejito mágico del Coach... Exige coraje. No es para blandos.
jueves, 28 de agosto de 2008
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