jueves, 18 de septiembre de 2008

Despligue sus flaps

Acabo de llegar, agotada, del espigón de rocas que protege la playa de la Zurriola (San Sebastián) del envite enérgico del Cantábrico. Agotada porque me he aproximado en bicicleta hasta esa bellísima parte de la ciudad y, después, he profundizado a pie sobre los gigantes bloques de piedra unos... ¿trescientos metros? mar adentro: cantos afilados, agudos, altos, bajos, juntos, separados, mirando al cielo sobre el mar con riesgo de resbalar hacia el océano en perpétuo movimiento y lejos del mundanal ruido.

Les diré lo que he visto: surferos con neopreno de brillantes colores practicando una modalidad nueva en la que se alzan de pie sobre la tabla y con un remo avanzan hacia el horizonte, motos acuáticas, barquitos de pesca verdes y azules y lejos... un petrolero en dirección al norte. También he visto personas jugando a pala en la orilla del mar y algunos pescadores. Yo misma me he adentrado en el malecón con el pretexto de pescar y -de paso- he descubierto la conveniencia de desplegar mis flaps.
Hasta ayer no hubiera podido utilizar esta metáfora. Hoy, sin embargo, puedo hacerlo gracias a mi amigo Andrés -experto en aviones- quien anoche me explicó con primor, paciencia, pedagogía y esquemas la importancia de unas pequeñas piezas que se abren y cierran en las alas de los aviones y aseguran la sostenibilidad del aparato en el aire. Son piezas que, vistas desde el interior, en clase turista, parecen insignificantes y, sin embargo, resultan imprescindibles ya que al abrirse incrementan la curvatura interior por la que se desplaza el aire lo que hace posible un despegue o un aterrizaje seguros. De hecho, parece que una de las hipótesis que explicaría el reciente accidente aéreo de Spanair en la T-4 de Barajas sería el fallo de los flaps, literalmente en inglés: piezas de las alas de los aviones que simulan un aleteo.

Se preguntarán qué tienen que ver los flaps con mi aventura sobre el espigón marino de la Zurriola. La cuestión es que para avanzar sobre los gigantescos bloques de piedra encajados con desorden entre sí, lamidos por el mar noche y día, mojados y cortantes hay que desplegar las propias alas para mantener un mínimo equilibro, hay que aletear a ratos calculando peso, pendiente, resistencia, alcance de una ola, riesgo de resbalar sobre el agua, zancada para salvar un metro o más de distancia entre las piedras, altura de salto, flexibilidad de rodillas, tórax y, de nuevo, flaps, brazos, alas extendidas al viento del norte que hoy soplaba manso y saludaba a las estrellas que estos días nos visitan en el 56 Festival de Cine de San Sebastián.

Desde mi atalaya de rocas se veía el Kursaal, catedral del celuloide en la que durante unos días compiten películas variopintas de todas las nacionalidades. Desde mi atalaya de rocas se veía el Hotel María Cristina en el que se alojan estrellas como Woody Allen, Antonio Banderas, Merlyn Steep, Javier Bardem...

He extendido mis flaps al entrar al malecón... he extendido mis flaps al salir del malecón...ante la mirada atenta de las gaviotas que anuncian lluvia para mañana, que presienten la cercanía del otoño. Ellas sí que saben, y que pescan. Por cierto, yo he regresado a casa sin capturas. ¡Está difícil con marea baja!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

:-) Así que se llaman "flaps", ¿eh? No sabía. Los he visto. ¡Por cierto! Voy a hacer el check-in para mañana, a ver si quedan sitios para no verlos. No me gusta volar viendo las alas porque los flaps parecen pequeños y las alas parecen frágiles. Además, siempre que veo el "do not step beyond this point", me pregunto si realmente se habrán abstenido de pisar o si, por el contrario, la habrán pisoteado con saña.
Ante tu entrada, me pregunto: "¿tengo yo flaps?". Y me digo: "creo que no". De momento, soy el modelo "aterriza como puedas". Lo de echar flaps debe de ser como cuando cambias los dientes de leche. Yo también quiero llegar a echar flaps y a tener dientes grandes, como el lobo, para comerme mejor el mundo, que seguro que está rico.

tiendacarpones.com dijo...

La pesca, más que capturar peces, es atrapar momentos de paz y conexión con la naturaleza. En cada lance, descubre la serenidad del agua y la emoción de lo inesperado.