sábado, 22 de noviembre de 2008
Una agenda
A un mes largo de la Nochebuena las tiendas adornan sus escaparates con motivos navideños, no sólo en el País Vasco -donde vivo- sino en Madrid -donde he estado trabajando esta semana- y en Alemania donde estuve a comienzos de mes. Asusta un poco tanta premura y quizá alerta sobre la ansiedad de los comerciantes por hacer caja cuatro semanas antes de lo que indica la campaña. Patético. Sí, a mi me resulta comprensible pero patético. En San Sebastián este año debido a los recortes presupuestarios del consistorio no se van a engalanar las calles con estrellas, campanas y otros motivos luminosos. Ahorro energético obligado. Cuestión de prioridades. ¿No debiéramos tener siempre en cuenta las prioridades en el gasto público? No entraré ahí; en realidad hoy quiero hablar de agendas. Hay personas a una agenda pegadas... Hay personas que jamás usan semejantes artilugios. Entre los primeros hay usuarios de los tradicionales modelos de papel, en diversos tamaños, con anillas, sin ellas, de tapa dura, blanda, de marca, sin ella, tradicionales en forma y color o novedosas y estridentes. Hay quien utiliza su iPhone como agenda permanente, quien usa el soporte de su ordenador (outlook), y quien cruza las anotaciones en todas ellas. Mi amiga Marta lleva dos agendas, la personal: chiquita y rectangular de color verde, y la profesional: negra, grande, seria que está siempre sobre la mesa de su despacho. Además realiza mensualmente un planning cuajado de colorines en el que vuelca los proyectos empresariales que lidera: calidad, innovación, coaching, reuniones con el comité de empresa, negociaciones institucionales... Mapas, necesitamos mapas para no naufragar en la tempestad cotidiana. Las agendas son mapas temporales: indican direcciones, prioridades, señales en el Camino de Santiago del día a día. Mapas que dan fe, en ocasiones, de la fragmentación en la que vivimos: lo personal/lo profesional, el ocio/el trabajo,las tareas propias/las de nuestro equipo, las de nuestros clientes, proveedores, esposos, hijos... Fragmentación del puzzle de la identidad que se reagrupa en agendas de usos varios, registros, testigos de nuestro devenir. Resultan útiles en la gestión del tiempo... concepto imposible de aprehender y que, sin embargo, se acepta como serio y abordable en los cursos de liderazgo, de management, incluso en los entrenamientos que realizo en mi despacho y ¡funciona! claro que funciona priorizar, dejar huecos para un kit kat, hacer espacio al deporte, a la pareja, a las estrellas... Estos días, las librerías están cuajadas de agendas para el 2009. Algunas son anónimas, otras de firma Coelho, Louise L.Hay, Jodorowsky, El País, Moleskine... Todas por encima de los quince euros. Sin embargo no quiero hablar de esas agendas sino de otra cosa. La profesora de psicología de la Universidad Complutense de Madrid, Ana María Calles, a quien conocí este miércoles y con quien tuve el placer de conectar de una manera instantánea (como el café soluble), me habló de un concepto que ella maneja en sus clases... "Una agenda para la eternidad". Intrigada por el concepto, divertida ante mi cara, Ana Mª explicó que se trata de una metáfora -acaso realizable- que consiste en pedirle por escrito a la eternidad todo aquello que no queremos que se repita: hechos, situaciones, personas, reacciones, decisiones vividas en algún momento de nuestra biografía y que no deseamos vuelvan a ocurrir. Algo así como un ¡nunca mais! Una agenda para la eternidad. Yo no estoy segura de qué anotaría en ella ya que algunos de mis fracasos más estrepitosos han resultado con el tiempo gloriosos aciertos. Y al revés, algunos de mis más notables logros se han quedado en agua de borrajas con los años. Por el contrario Ana Mª parecía tenerlo claro. Anotaría menos rigidez y más flexibilidad en la educación de sus hijos, como practica ahora con sus nietos. Anotaría más viajar y menos ahorrar y me habló de su fascinación por Japón. Anotaría menos respeto trascendente hacia lo convencional, y más risa juguetona cómplice y creativa. Eso aprendí de esta profesora de psicología en los pasillos de la universidad. En el hall olía a café. Ella me presentó a muchos personajes, me facilitó un dossier y se alegró de que ambas compartiésemos la pasión montañera por los bosques de Irati. Le regalé una bellota de roble que ha plantado en una maceta de su despacho desde cuyos ventanales contempla Madrid, un lugar y un tiempo para la eternidad, con o sin agenda.
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1 comentario:
Tocas, Azucena, un tema que me fascina: las agendas. De pequeña, cuando teníamos que escribirlo todo a mano, me gustaba mucho empezar una hoja nueva. Con las agendas, me pasa lo mismo. Las agendas me parecen el libro más bonito del mundo durante la segunda quincena de Diciembre. Tras las uvas, se convierten un poco en calabaza. Dejan de ser un libro de promesas y se convierten en una jaula.
Admiro a la gente que cumple sus agendas. La admiro porque la creo autocontrolada y, durante años, admiré el autocontrol porque yo carecía de él. Ahora, ya no estoy tan segura, ni de no tenerlo yo ni de admirarlo. En cualquier caso, mi salvación fueron las agendas electrónicas. Yo era de escribir cuatro cosas en la agenda de papel y relegarla antes del fin de Enero. Con las agendas electrónicas, sin embargo, puedo hacer entradas y cambiarlas sin que quede huella. Puedo saltarme el uso de la agenda y que las páginas en blanco no me delaten. Ese gran invento generó la leyenda de que yo no doy un paso sin agenda, lo cual es sólo relativamente cierto.
Me incomoda andar sin poder tomar notas y sin planear. Me molesta, sin embargo, vivir presa de los planes. Me gustaría combatir mi leyenda, pero me he cansado de no tener éxito. En general, funciono por impulsos, porque he aprendido que lo que me apetece hacer en cada momento me sale mucho mejor. Pero me pierdo si no sé qué ‘debería’ estar haciendo en lugar de lo que hago. Parafraseando a un amigo, me gusta llevar una agenda para saber qué no estoy haciendo.
Luego, está el tema de las prioridades, de las que se habla tanto que los anglosajones se han inventado una abreviatura, supongo que para poder hablar más de ellas por minuto: “prios”. Creo en ellas, pero os dejo un tema de reflexión: aunque priorizar está bien, cortar está mejor.
Felices agendas 2009.
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