Hemos estado acuclillados junto al pajarillo unos diez minutos haciéndole un reconocimiento: patas y alas en perfecto estado y ningún síntona de lesión por caída o gatos. Al cogerlo, uno comprueba que las alas de seda -pomposas y huecas- cobijan una estructura de extrema fragilidad: apenas unos huesillos ligeros que generan ternura e instinto de protección.
Era una cría acaso en su primera salida del nido, carente de recursos para sobrevivir por sí misma, desorientada de olores (pinos), colores (mil tonos de verde), dirección (estaba al norte, frente al mar), peligros (cerca de camadas de gatos) y -sobre todo- de sus propias fortalezas o recursos... El más poderoso de todos volar. Lo pondré en mayúsculas ya que es uno de mis anhelos recurrentes: Volar.
Puede hacerlo porque le hemos visto. Sin embargo, aún no lo ha integrado como una certeza y ahí (justo ahí) radica su trampa más letal. Se queda en el suelo dando saltitos cortos como un ratón, una cucaracha, una lagartija... cuando en realidad ¡puede volar!
Miopía de recursos. Igual que los humanos. Igual que Lucas, un cliente suizo con el que trabajo por Skype una vez a la semana. Lo tiene todo para ser feliz, para construir un segundo imperio económico -es hijo de un magnate- para volar casi hasta el infinito y sin embargo languidece sobre el asfalto como la cría de jilguero: desorientado. De tanto vivir en la pecera del éxito desconoce su olor así como el color del sencillo vivir y la dirección que quiere dar a su carrera lejos del papi grandioso e hiper-protector.
Desconoce los variados peligros de no ser él mismo, de renunciar a la propia identidad y -sobre todo- olvida sus fortalezas de Titán: esplendido físico, mente rápida, formación intercultural, dominio de cinco idiomas, recursos económicos casi ilimitados, salud, familia galáctica y bien relacionada en toda Europa... y lo mejor: la capacidad de volar, de ser él mismo, una poderosa águila de enormes alas -ahora plegadas- a la espera de atreverse a ser feliz y a lograr (en sus propios términos): Creer para crear.
¡Cuánta vida hay en un diminuto pajarillo! ¡Cuánta vida hay en Lucas! Mi cliente suizo, miope ante su arsenal de recursos, dudoso de su gigantesco potencial! Desorientado. ¿Ven? Mi compañero de montaña intuía bien: he vuelto a desplegar la mente metafórica, el juego seductor de la palabra. Creer para crear y volar: mi sueño recurrente.
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