miércoles, 20 de febrero de 2013

Fondear y Transformar


Tengo unas semanas difíciles, así que se me están endureciendo las arterias de la escritura porque -para escribir- necesito que florezcan la ternura y la esperanza al mismo tiempo que las camelias del despacho.

Algunas conversaciones con clientes han conseguido motivarles para la vida y los negocios, pero yo me he quedado existencialmente maltrecha por la profundidad de sus dilemas.

Ciertos amigos andan muy despistados... Y algunos equipos (con los que trabajo) no acaban de "integrar" la necesaria colaboración, cooperación y complementariedad -desde la diferencia y el respeto-, ni alcanzan la auto-gestión de emociones negativas como la frustración.

Las semanas difíciles permiten que aprenda muchísimo sobre mi trabajo, sobre las personas como entes individuales y grupales, y ¡sobre la vida! pero -insisto- endurecen las arterias del alma y cuesta acolchar las yemas de los dedos para que escriban.

Tengo amigos catedráticos que investigan el tejido empresarial, lo diseccionan en rigurosos informes que publican en revistas de prestigio internacional y -cuando quedamos para supervisar casos- ¡sólo les importa lo nuevo! es decir: lo que hasta la fecha no ha sido publicado. Cuando yo me revuelvo en el asiento, gruño un poco, y repico como las campanas de la ermita que no importa tanto lo publicado sino lo que se vive en la realidad de las empresas, me dicen que eso... ¡No importa! Plof.

Tengo amigos en el mundo de la consultoría que han perdido la esperanza de que los cambios que implementan en las organizaciones sean sostenibles en el tiempo. Han tirado la toalla. Abordan los procesos con la mejor de las intenciones pero aceptando que pasarán por las empresas como el silbido de un tren que -en el mejor de los casos- se perpetúa en un eco montañoso. Renuncian a la transformación profunda de las organizaciones: piensan en cumplir con el encargo, cobrar su minuta y ¡a otra cosa, mariposa!  Plof. Plof.

Por último, tengo amigos místicos que se enredan en lo trascendente, en la observación, y en mirarse el ombligo por ver si descubren petróleo al fondo del cordón umbilical. Está bien, a mi también me gusta la contemplación pero... hasta los benedictinos promulgan el ora et labora, la acción, el remar en la materia. A los místicos no les interesa lo más mínimo. Aman la elucubración, las hipótesis... y punto. Plof. Plof. Plof.

Minas de Potosí, Bolivia

Yo me revelo contra esto. Lo siento, pero no puedo con ello: no renuncio a bajar a la mina, a profundizar en las organizaciones, sus estructuras, sus equipos, sus líderes. No renuncio a ir al fondo y remover las entrañas de la empresa para que emerja su pleno potencial.

En fin, aunque sea un tiempo difícil para la lírica,  y estén resultando unas semanas complejas, no hay casi nada que no mejore con un paseo al borde del mar mientras el sol templa las mejillas. No hay casi nada que no se cure con una sablé recién horneada y un café americano al tiempo que cae la tarde sobre el acuario donde los tiburones nada saben de académicos, místicos ni consultores.

Yo aspiro a transformar mi pequeño mundo. Anhelo aportar mi granito de arena para mejorarlo ¡Haciendo! Los académicos, los consultores y los místicos me dicen: ¡Olvídalo, Azucena, es una quimera! Yo no renuncio a dejarme trozos de piel en la mina de los entrenamientos empresariales y al  igual que los tiburones del acuario busco tercamente la salida hacia el mar para otros y para mi, la salida hacia ¡la libertad! ¡la evolución! ¿la felicidad?


1 comentario:

H dijo...

"Un maestro trabaja para la eternidad, nunca se puede saber donde acaba su influencia."

-Henry Brooks Adams-

Ánimo y bicos,

H