El Big Data ofrece un retrato preciso de cada uno de nosotros a partir del reguero de señales que dejamos en red. La trazabilidad de nuestros "me gusta", de las páginas que visitamos o en las que compramos, permite conocer nuestros hábitos de vida y de consumo y -a partir de esos futuribles- manipular campañas de marketing, mensajes políticos y hasta el color del tetrabrick lácteo del desayuno.
Dejamos huellas que son fotografiadas, analizadas, tabuladas, contrastadas y que, finalmente, nos convierten en consumidores predecibles, individuos que dan a la manivela de la máquina de churros del consumo.
Los datos no tienen alma y en sí mismos carecen de perspectiva y por lo tanto de sentido. Los datos son como los ojos de la imagen que todo lo ven codificado en ceros y unos: mirada zombie, vacía, hueca, robótica que, sin embargo, acaba esclavizando. EscalvizandoNOS.
Veamos cómo ocurre todo esto en la trastienda de nuestro día a día y con la inocencia de un niño de dos años que se quita los zapatos mientras su madre se prueba un vestido.
Voluntariamente y con frecuencia colgamos en las redes -Facebook, Linkedin o Twitter- tanto información como fotografías, relaciones, conocimiento o conexiones lo que nos situa en un escenario de indefensión frente a quien quiera utilizar ese caudal a posteriori con fines que desconocemos. Semejante streaptise nos convierte en pura carnaza ante las insaciables fauces del big data que resulta de enorme utilidad para la industria política y de consumo.
Conociendo nuestros gustos y tendencias el consumo se transforma en psicoconsumo y la política en psicopolítica o manipulación (de apariencia amable) de nuestro dinero e ideología. Entonces sencillamente ¡perdemos la libertad! hipótesis sobre la que Byung-Chul_Han construye ensayos filosóficos que en nuestro país edita Herder con primor.
Pero no todo está perdido. Quiero pensar que estamos a tiempo de recuperar la consciencia plena en el vivir, jugar y trabajar. Consciencia del "darse cuenta" y de la búsqueda inteligente del sentido de nuestras decisiones, acciones y relaciones.
La clave está en parar, en vivir reflexivamente y en la mirada. ¿Con qué ojos deseamos vivir? Por un lado tenemos la propuesta en la que andamos enredados: los ojos del big data en los que todo son ceros y unos. Por el otro, los ojos genuinamente humanos que incluyen diversas perspectivas: cultural, histórica, legal, política, social, económica o artística.
Perspectiva. Mirada. Son más que palabras, son un modo de ser y de estar en el mundo que constituye la esencia misma de mi oficio y acaso la principal aportación a profesionales y organizaciones: un gramo de consciencia y profundidad ¡para la acción selectiva y con sentido!
Recuperemos el alma de la existencia y la perspectiva -como en la fotografía del Museo Guggenheim Bilbao realizada por mi colega Asier Gallastegi-. ¡Tengamos el coraje de utilizar la consciencia para protegernos del big data y sus depredadores -consumo y política- agazapados en su maraña de datos!
2 comentarios:
Parece interesante trabajo el de este filosofo. Gracias por la aportación. Bicos,
H
Sí, Hilda, es muuuy interesante e inspirador y tiene a menos cuatro libros (pequeños ensayos) publicados en castellano. Un abrazo, desde San Sebastián.
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